José Jaramillo


Es imposible tener éxito en la conquista de la paz en el mundo; y en la recuperación del equilibrio de la naturaleza, con la mentalidad de los actuales dirigentes. La generación anterior a la actual, y las precedentes, fueron formadas para la guerra, aduciendo diversas razones, que sería interminable enumerar en detalle, pero que pueden agruparse en religiosas, políticas, económicas y de soberanía. Todo porque los dirigentes azuzaban a sus pueblos para luchar por causas que se orientaran a imponer creencias religiosas y sistemas de gobierno; a apoderarse de riquezas ajenas; y a conquistar territorios, cercanos y lejanos. Véanse, no más, las letras de los himnos de países, estados, ciudades y poblaciones, para encontrar que le inmensa mayoría en sus letras menciona “luchas”, “conquistas”, “valor”, “fuerza”, “armas”, “poder”…; y sus músicas tienen, por regla general, ritmos marciales. Muy pocos exaltan valores nobles y positivos, conquistados “por las buenas”. Una excepción que tengo a la mano es el himno de mi pueblo, La Tebaida, Quindío, que es un hermoso y pintoresco bambuco del maestro Alfonso Osorio Carvajal.
La generación actual, que se gestó desde mediados del siglo XX, en cambio, recibió una formación inspirada en adquirir riquezas, tanto que los estudiantes no se han educado para servir a la sociedad sino para conseguir plata, lo que ha facilitado el brutal desarrollo del narcotráfico y el crimen organizado; la destrucción inmisericorde de la fauna, la flora, los ríos y quebradas, los páramos…, para sacarles provecho económico, sin miramientos por el daño que se causa; y el asalto de dirigentes y funcionarios a los bienes públicos. Las excepciones son muy superiores en número a la regla, pero no alcanzan para atenuar el daño causado, porque el mal es más “eficiente”.
Así las cosas, más que programas cortoplacistas para conquistar una paz estable y recuperar hasta donde sea posible el daño causado a la naturaleza, lo que se requiere es educar una generación que haga posible ese sueño. Ya, por fortuna, se está viendo. Los niños hablan más de paz y tolerancia; siembran árboles y no tienen caucheras; participan de programas para limpiar playas y proteger fuentes de agua; se inspiran más en deportistas y artistas exitosos que en extravagancias de mafiosos; se agrupan para ayudar a comunidades deprimidas, especialmente a sus niños; practican deportes y aprenden música, pintura, danza…; y tienen oídos sordos para cantos de sirena de viciosos y criminales. Claro que hay menores drogadictos y criminales, que por desgracia son quienes ocupan más espacio en los medios noticiosos, por quienes deben trabajare gobernantes, padres y maestros.
Aún hay tiempo para enderezar el rumbo, pero eso no se va a lograr con los dirigentes actuales, que participan en foros internacionales y firman con una mano documentos bien intencionados, mientras que con la otra hacen pistola por debajo de la mesa, si se trata de renunciar a privilegios económicos para reducir el armamentismo y proteger el medio ambiente. Se necesita formar una generación para la paz y el ecosistema.
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