José Jaramillo


Hace pocos días un noticiero de televisión informó sobre la entrega de apartamentos gratuitos a familias de desplazados, damnificados de calamidades y reinsertados de la guerrilla, y el periodista, para "poner la noticia en contexto", como les dio por decir ahora, resaltó que los beneficiarios tendrían dificultades para adaptarse al modelo de edificios con ascensor, porque no estaban acostumbrados a ese estilo de vivienda. Lo que no aclaró el iluminado comunicador es que esas familias vivían antes en casas improvisadas, hechas con cartones y latas de zinc, con pisos de tierra y ubicadas en lotes de invasión, sin servicios de agua, luz y alcantarillado, carentes de vías y transporte público y sin escuelas ni puestos de salud. Claro que no va a ser fácil adaptarse a vivir dignamente, pero seguro que lo lograrán.
También destacaba el periodista que en el sector donde están localizados los bloques de apartamentos la comida, comprada en tiendas y supermercados, cuesta; hay que comprarla; y se fue a traer lo necesario para hacer un desayuno, destacando, como si fuera una investigación socio-económica, digna del premio Pulitzer, o, mínimo, del Simón Bolívar, cuánto costaban dos huevos, una cebolla cabezona, dos tomates de aliño, arepas y pan, los que traía en una bolsa de papel, con el dato de lo que le habían costado. Como si la gente, en cualquier situación que viva, no tuviera que comer. Y conseguir de cualquier manera con qué pagar los ingredientes para preparar los alimentos.
Le faltó al comunicador del cuento agregarle al informe que el gobierno del presidente Santos busca, con su plan de viviendas gratuitas para las familias más vulnerables de la sociedad, dignificarles sus vidas y darles la seguridad de una vivienda propia, porque, como decía mi abuela, "con tal de tener dónde meter la cabeza, aunque se les queden las patas afuera".
Un optimismo razonable, no como el del iluso que se cayó de un décimo piso y cuando iba por el segundo pensaba: "hasta aquí voy bien", permite pensar que el año 2015 será bueno para los colombianos, si se ayudan con actitud positiva; disciplina social, que no sea solo hacer las cosas bien para evitar una multa, sino con sentido de responsabilidad; solidaridad con los más desprotegidos de la comunidad, especialmente los más cercanos, porque "la caridad comienza por casa"; y contribución afectiva a la paz, desde el hogar, respetando y protegiendo a los niños y a las mujeres; y educando a los hijos para el éxito honorable; el sentido de pertenencia con el país desde su entorno más cercano; y la capacitación para la creatividad y la eficiencia productiva, que eleve el nivel de vida, propio y de la familia, que, por extensión, será el de todos los colombianos. ¡Feliz Año 2015 para los lectores y amigos de esta columna y del columnista!
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