José Jaramillo


Para las personas comunes y silvestres, cuyas situaciones económicas son normales, en el sentido de procurarse lo necesario para vivir digna y cómodamente, bien sea con el trabajo asalariado, o de la explotación de negocios, es imposible entender lo que sucede en las altas esferas de la economía, donde el afán de producir más y de acumular riqueza es insaciable. Semejantes a los glotones, que, a pesar de estar ahítos, miran con ansiedad el plato de quien está su lado, cuando ya nos les cabe nada más (les hacen más los ojos que la barriga), los hombres de negocios no se satisfacen con los resultados de sus empresas, sino que quieren invertir las utilidades quedándose con otras, para lo cual utilizan diversidad de argucias, entre ellas la “oferta agresiva”, una figura aceptada por la ortodoxia económica, así suene muy fea, que es más o menos acosar a los dueños de una empresa para que la vendan, bien con halagadoras ofertas de dinero o con estrategias de mercado, como la competencia desleal. Todo vale. Otra cosa muy distinta es la expansión empresarial, que se refiere a diversificar, innovar y crecer en cubrimiento. Y la agrupación de negocios de características semejantes, para ser más eficientes, en producción, administración, costos y mercadeo.
Algunos episodios recientes en el mundo de los negocios causan perplejidad, por decir cualquier cosa. Y entenderlos o justificarlos es imposible. Por ejemplo: Un señor muy rico de los Estados Unidos, gracias a su imagen y prestigio, decide abrirse a la especulación financiera en grande y, para captar recursos, arma una pirámide, que creció a niveles incontrolables. Corolario: se reventó. Y en la debacle el señor, de 72 años, fue enjuiciado y condenado a 150 años de cárcel. Y su hijo mayor, que lo acompañaba en la aventura, se suicidó.
¿Qué lógica tiene que empresas prestigiosas y ricas, cuyos propietarios no solamente juegan en las grandes ligas de los negocios sino que hacen parte de la alta sociedad; personas maduras, con un copioso entorno familiar, por aumentar sus ingresos, de suyo muy generosos, hagan trampas en juegos bursátiles o se involucren en lavar activos procedentes del crimen organizado; o que, por mejorar los resultados financieros de un proyecto urbanístico, hagan obras de mala calidad que puedan colapsar? ¿Qué piensan esos personajes que por codicia se dañan sus vidas en la “edad de los remansos”, cuando pudieran vivir plácidamente, con mucho más de lo necesario para una vida no solamente cómoda sino opulenta? Definitivamente, la codicia y la soberbia trastornan los sentidos.
Y, lo peor, es el mal ejemplo. Los aviones privados, las oficinas ampulosas, los carros de alta gama, las secretarias despampanantes, los viajes y las residencias faraónicas les hacen bailar los ojos a los ejecutivos en formación, que piensan que esos procedimientos son ideales y caen en el mismo torbellino.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015