José Jaramillo


Como dijo algún autor, refiriéndose a un loco improvisador, más de un funcionario investido de mando y con facultad para ordenar gastos, “(…) cuando dispara sus impulsos, en seguida recalamos que el disparo va a terminar en disparate”. El fenómeno es frecuente en épocas de ocaso administrativo, cuando los mandatarios tienen el sol a la espalda, y deciden hacer en pocos meses lo que no hicieron en varios años de gobierno.
Y sucede, también, cuando alguno de ellos llega a estrenar cargo con ideas revolucionarias, que comienza a ejecutar de una vez, para demostrar su eficiencia, pero sin estudios, sin planeación, sin presupuesto… Es decir, “ensillando sin traer las bestias”.
Los ejemplos de ambos casos son tantos, que con reseñarlos se podría escribir tal cantidad de libros (solo en Colombia) que con ellos se surtiría de nuevo la Biblioteca de Alejandría, que según la historia tenía 900 mil manuscritos; que destruyó un incendio provocado por el califa Omar, con el argumento de que, “si decían lo mismo que el Corán, sobraban; y si decían algo distinto eran perversos”; o algo así, como solía decir el Chapulín Colorado, cuando trastocaba los dichos y refranes. Lo que demuestra que el fanatismo es cuento viejo, solo que ahora tiene mejores recursos bélicos, para desgracia de la humanidad.
Un afán megalómano impulsa a los mandatarios de todos los niveles a inaugurar obras, aunque estén inconclusas, o todavía frescas, para que sus nombres queden registrados en las respectivas placas; y para que sus imágenes cortando las cintas sean recogidas por los medios noticiosos.
Famoso es un puente ubicado en una intersección vial en Bogotá, que ha sido inaugurado varias veces y otras tantas se ha caído. También el hospital de una capital llanera, construido con recursos de regalías, cuyo imponente edificio no ha funcionado, pese a los años trascurridos desde su terminación, porque no tiene dotación. Y la plaza de toros que le “regaló” un político a una población caldense, donde solo hay ganado de leche y terneros de levante; y las festividades públicas que allí se realizan son para destacar las delicias de sus colaciones. ¡Y olé!
Nadie discute las bondades de algunos proyectos, porque se orientan a mejorar las condiciones de vida de las comunidades, a embellecer el entorno urbanístico y a proyectar las regiones hacia condiciones socioeconómicas más ambiciosas, entre otros beneficios. Pero muchos de ellos se piensan, se planifican y se financian después de comenzarlos a ciegas, en lo que se invierten inmensos recursos presupuestales, para descubrir después del desbarate que hay graves limitantes jurídicas para la adquisición de los predios; que debajo de la superficie del terreno que va a intervenirse existe un patrimonio arqueológico intocable o que los recursos para financiar las obras provienen de promesas preelectorales, sin ningún sustento legal, ni protocolo administrativo sólido. “Palabras, tan solo palabras, que se dicen por ahí”.
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