José Jaramillo


“El único animal que comete animaladas es el hombre”, sentenció el Profe cuando se analizaba en tertulia informal la conducta de los animales, su organización social, sus procesos reproductivos y sus relaciones con especies distintas, incluido el hombre; y el respeto que tienen por los espacios ajenos. El homo sapiens se comió el cuento de que era el rey de la creación, lo que le ha permitido cometer toda clase de tropelías contra las demás especies, y contra sus semejantes. Las manifestaciones de afecto con otros animales son por interés, porque se vale de ellos para su provecho, como vacunos, equinos, lanares, gallináceas y caninos. Para los demás están la fumigación, la chancleta, la cauchera, el arco y la escopeta. Y la destrucción de sus hábitats. Puede pensarse con certeza que a la educación de los hombres le hace falta conocer la organización social y la cultura de los animales. Cuánto se puede aprender de las hormigas, las abejas, las aves migratorias, los felinos en sus espacios naturales, los gallinazos, las gaviotas y las hienas, que obran en comunidad para la supervivencia, no aspiran a acaparar la tierra, o a conquistar espacios ajenos; y solo utilizan sus mecanismos bélicos para la defensa.
La otra característica positiva de los animales es que no se afanan por conseguir más de lo indispensable para vivir. Viven al día. Conocen bien, además, cuál es su ciclo vital y aceptan el fin inevitable sin aspavientos; se van sin las ceremonias frívolas de los hombres, que incluyen la contratación de músicos que indefectiblemente interpretan las mismas canciones: “Viejo, mi querido viejo...”, “Corazón de Dios...”. Los animales no necesitan “arreglar” nada, como aconsejan los notarios a los humanos; no provocan lágrimas ni gemidos, ni se despiden de la familia dando consejos, a los que nadie les para bolas, como hacen los viejos ricos, especialmente en lo relacionado con el manejo y conservación de la riqueza. O las viudas adineradas, que pretenden salvar el alma de sus maridos con misas gregorianas y donaciones para las vocaciones sacerdotales, en vez de ayudarles a los hijos extramatrimoniales que el tipo regó.
La vocación guerrera del hombre, la angurria y el egoísmo, comenzaron temprano en la historia con Caín; y no han parado. De ahí las dificultades que afrontan quienes se embarcan en conseguir la paz, porque, paradójicamente, una propuesta guerrera concita todos los apoyos, incluidos aportes en efectivo, entrega de bienes y joyas y la participación armada; y une a las poblaciones en torno a los líderes. En cambio negociar la paz tiene más artículos, condiciones y arandelas que un tratado con los indios, que por su naturaleza marrullera son hábiles en dilatar procesos sin llegar a nada. Un acuerdo de paz despierta sospechas y aspiraciones, porque los unos son escépticos y los otros quieren llevar leña del árbol caído, porque la generosidad está ausente y el bien común es secundario. Pero ¡qué hacer!, hay que insistir.
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