José Jaramillo


Uno de los arrasados por la informalidad en el vestido ha sido el protocolo. Por más que en las tarjetas de invitación a los eventos sociales o académicos se señale el traje que debe llevarse, más de un asistente se brinca la norma y se presenta de cualquier manera; y nadie lo ataja.
Metiéndole un poquito de historia patria al tema, entre la cancillería y el palacio presidencial hubo por muchos años un personaje, el señor Manrique, que fungía de jefe de protocolo. El atildado caballero bogotano era estricto a tal extremo que hasta el mismo presidente acataba todos sus instructivos, en la forma de vestirse para tal o cual evento. Igualmente, imponía la ubicación de las personas en la mesa del comedor, en la sala de eventos, en las posesiones de dignatarios o en la recepción de credenciales a diplomáticos. Quien llegaba a cualquiera de esas ceremonias no se atrevía a ubicarse, hasta que el propio señor Manrique, o uno de sus asistentes, le dijera qué puesto le correspondía. Y cada evento de esos exigía vestimenta especial: de calle, de coctel, esmoquin, saco leva, traje largo… El señor presidente había días en los que se tenía que cambiar de ropa varias veces, porque para estar en el despacho o hacer consejos de ministros bastaba el vestido común y corriente; eso sí, siempre con corbata. Pero para recibirle las credenciales a cualquier embajador tenía que ir a la casa privada del palacio a ponerse el sacoleva; para asistir a un tedeum en la catedral primada era de rigor el frac, y vuelva a cambiarse; y para cenas y cócteles se imponía el esmoquin, y otra vez a vestirse.
Con esa dictadura protocolaria acabó el presidente Guillermo León Valencia (1962-1966), quien, no obstante ser payanés e hidalgo, era muy informal. Cualquier día llamó al señor Manrique y le notificó: -Yo no sé que irá usted a hacer con sus rituales de protocolo, pero yo, a partir de ahora, con el mismo vestido que me ponga por la mañana me voy a dormir.
Hay gente a la que esos embelecos protocolarios no le lucen, como el frac que le hicieron poner en Europa al expresidente Uribe (2002-2010), un hombre de trabajo, ajeno a perder tiempo en actos sociales, cuyo chaleco le quedaba largo, y parecía uno de esos muñecos que les ponen encima a las tortas de matrimonio. El nobel García Márquez, por su parte, pese al rigor del protocolo en las monarquías europeas, se lo brincó cuando le recibió el premio a su majestad el rey de Suecia con un caribeño liqui-liqui, no obstante que la ceremonia exigía el frac.
Pero hay cosas que rechazan vestimentas que resultan exóticas, como montar a caballo en bermudas o pantaloneta; o bailar tango las mujeres en bluyines, cuando las falditas cortas y las medias caladas les lucen tanto, sobre todo en los revuelos de los pasos, y cuando se echan sobre el parejo y levantan una pierna.
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