José Jaramillo


El maestro Héctor Ochoa, en su bambuco “El camino de la vida”, describe secuencialmente lo que le sucede a una persona desde la infancia hasta cuando coge la curva descendente de la existencia, que un amigo, más agropecuario que poético, cuando le celebrábamos amigos y familiares los 50 años, señalaba como “de p’abajo y en enjalma”, es decir, inseguro y deslizante. Hay una etapa especialmente difícil, que es aquella en la que se acumulan responsabilidades y se camina con cierta inseguridad, como pisando huevos, con la idea de acertar el presente y construir el futuro, con la incógnita de hasta cuándo van a durar las fuerzas y qué tantos recursos se habrán podido acumular para pasar la vejez. Esa es la época del estrés, las agrieras, las migrañas, el insomnio y otros achaques que hacen mella en el organismo y algún día revientan, con un diagnóstico de esos que los médicos comparten primero con la familia cercana del paciente y después, entre todos, lo preparan para darle la noticia; que casi siempre recibe con un comentario parecido a: “Tanto joderse uno para terminar en esto.”
En la terapéutica moderna han aparecido especialistas para todo, incluidos los que indican cómo envejecer, que consiste en que una persona joven, muy joven, le señala a un setentón u octogenario cuál debe ser su actitud ante una cantidad de cosas, como la soledad, la falta de entendimiento con la pareja (por gruñones ambos), la lejanía irremediable de hijos y nietos, la muerte sistemática de contemporáneos, que dejan un vacío imposible de llenar; la dejación por fuerza de lo más apetecible, como el cigarrillo, el trago, el billar, los chorizos, la morcilla, los fríjoles con chicharrón, los deportes…; y otras cosas que, por prescripción médica o por sustracción de materia (el sexo, por ejemplo) tienen que abandonarse, con nostalgia y resignación.
Pero hay personas que, además de aceptar de mala gana lo anterior, se empeñan en amargarse más la sobrevivencia (porque, de determinada edad en adelante, la gente no vive sino que dura), metiéndose en las vidas ajenas, dando consejos que nadie les ha pedido, administrando negocios porque no prepararon a los demás para delegar; maldiciendo las reformas tributarias, el aumento del costo de los servicios y los derrames de valorización; la congestión del tráfico, cuando se empeñan en seguir manejando, cuando ya el pase no se los renuevan sino cada año; rechazando la música moderna, porque “no hay como Leo Marini, Gardel, Toña la Negra…: qué tal esos peludos que cantan y brincan como parados en un brasero…” Y así, mucha gente logra vivir maluco, mientras le arranca hojas al calendario.
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