El agua, elemento indispensable para la vida animal y vegetal, solo fue protegida y hasta deificada por los antiguos pueblos aborígenes, que conscientes de sus bondades cuidaban sus fuentes y evitaban todo tipo de contaminación de los cauces. Fue la codicia de los hombres “civilizados” la que inició la degradación del agua, deforestando, contaminando, desviando ríos y quebradas para utilizarlos industrialmente y secando lagunas, habilitando tierras para la agricultura y la ganadería. Hasta ahí la cosa era muy grave, pero empeoró. Las últimas noticias son que las aguas contaminadas con toda clase de porquerías que les arrojan de los asentamientos humanos vecinos a los cauces, las naves que las transitan, la pesca irregular, la explotación minera y las industrias de todo tipo que les arrojan desechos, son las mismas que beben los animales y las que utilizan los campesinos para regar sus cultivos. Es decir, por ejemplo, que las reses que pastan a orillas del río Bogotá, la mayor cloaca de la sabana del mismo nombre, que desciende de las montañas nevadas puro y cristalino y apenas inicia su curso por las regiones pobladas comienza a recibir alcantarillas, residuos de curtiembres, cementeras y otras industrias, esas reses, beben esas aguas y sus contenidos se integran a su metabolismo, para terminar haciendo parte de la leche que producen las vacas, de la que se surten las industrias alimenticias. Igual sucede con las frutas y las hortalizas, cuyos plantíos son regados con aguas que para trapear pisos es necesario hervir tres veces. Ni qué hablar de los peces que subsisten en algunas fuentes de agua, que se alimentan de porquerías; y poco a poco han desaparecido porque han muerto envenenados. Ese es el panorama, verdaderamente dantesco, para cuyo estudio y posibles soluciones se reúnen con regularidad representantes de todos los países, para emitir declaraciones de alto contenido científico y social, que se quedan engavetadas, porque detrás de la contaminación de las aguas están poderosos intereses económicos, que impiden que los gobiernos tomen medidas drásticas para detener el desastre. Y los recursos que se les transfieren a las administraciones seccionales, en el caso colombiano, para garantizarles agua pura a sus comunidades, terminan invertidos en la financiación de campañas políticas; o en los bolsillos de la corrupción.
Hay temas que tendrán que enfrentar las organizaciones educativas, cívicas y ambientalistas, para imponerse a las burocracias políticas y a los intereses del capitalismo depredador, con valor e independencia; uno de ellos, tal vez el más importante, es la conservación del agua pura.
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