Víctor Diusabá Rojas


Víctor Diusabá Rojas
Se dijo que era un mano a mano. En realidad fue un cabeza a cabeza. No por los números, que en los toros son cosa pasajera. No. Fue un cabeza a cabeza porque resultó ser desde allí, la genialidad, que esta tarde se hizo, antes que grande, inolvidable en las manos de Enrique Ponce y Julián López, El Juli.
Dos hombres y dos tauromaquias. Dos fontanares y un solo río de maestría. En orden de aparición y nada más, el valenciano dibujó tres obras con la suavidad que viste de seda todas sus suertes, incluida la de la espada. En el primero -que como toda la corrida de los herederos Ernesto Gutiérrez Arango tuvo antes nobleza que emoción y alegría- dejó ver las condiciones del animal para ir por abajo, tanto en las verónicas como en ese quite en el que la escoba recordó a los mejores ejecutores del lance de Chicuelo. Y en la muleta todo lo que propuso terminó de ser por orden de la delicadeza y el temple, pero también porque el animal rayó en noblote, sin incomodar. Dos orejas y vuelta, excesiva, al ruedo al toro.
En el tercero, Ponce arrancó su tarea a un ejemplar menos potable, con un doblón de esos con los que se puede hacer una escultura en las afueras de la plaza. El toro cambió en la medida que el de Chiva lo fue metiendo en sus dominios., pero jamás se entregó y más bien se guardó ese arreón que sobrevino al espadazo. Palmas.
Lo mejor estuvo en el quinto, donde la lección de Ponce sumó todas las materias en un solo curso. Hubo técnica para ahormar las embestidas y arte con qué complementarlas. Los gritos de ¡torero!, ¡torero! afloraron en curso de la lidia y luego se hicieron eco al final, luego de un pinchazo y oreja concedida, más petición de otra.
El Juli rayó a la misma altura, lo que no pasa de ser una obviedad. En el segundo de la tarde, con el que se abrió de capa en una larga cambiada que mandaba una señal clara (¡esto es un mano a mano!), estuvo el maestro para dar tiempos y distancias acordes con las características de un toro sobre el que resultaba difícil prever eso tan fundamental que es la duración. En cambio, él, Julián López lo tenía bien claro: duraría, toro cuánto quisiera el torero. Y así fue. Una oreja.
En el siguiente, cuarto, la lucha fue contra un enemigo que no quiso ni romper ni terminar sus viajes. Así parecía escrito, pero para eso estaban ese brazo largo de Julián y aquella impavidez que no mueve un músculo a la hora de pisar los terrenos más osados. La faena que no era terminó siendo. Dos orejas y pitos al toro. El otro, sexto, no valió. Poco importaba. Ya todo estaba hecho en un ruedo que esta tarde vio pasar dos genios en un cabeza a cabeza para la historia.
-------Destacado
Ponce arrancó su tarea a un ejemplar menos potable, con un doblón de esos con los que se puede hacer una escultura en las afueras de la plaza.
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Quinta corrida de abono
Seis toros de Ernesto Gutiérrez Arango
Cuajados y poco ofensivos por delante. Nobles casi todos, sin mayor alegría y emoción.
512, 476, 460, 520, 500 y 504 kgrs.
Enrique Ponce
Sangre de toro y oro
Dos orejas, saludo y oreja tras pinchazo
El Juli
Azul cielo y oro
Oreja, dos orejas y palmas.
Detalles
Tarde fresca. Plaza llena.
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