Con la llegada de Trump a la Casa Blanca se abre un período de gobierno pragmático y populista, pero sobre todo, dogmático en lo económico. El neoliberalismo como doctrina se mantendrá incólume, más aún, se profundizará en su forma más pura y vulgar.
Se trata de la llegada de un sector empresarial que no quiere más intermediaciones con los partidos políticos, sino todo el poder para ellos. Basta leer entre líneas las declaraciones tras la posesión del multimillonario del espectáculo, las cadenas hoteleras y los proyectos inmobiliarios, para colegir que en materia de relaciones internacionales primará la generación privada de riqueza por encima de las pretensiones hegemónicas de un imperio cada vez más debilitado por la entrada en vigor del mundo multipolar. Todo aquello que se oponga al principio de la máxima ganancia será desmantelado.
Los monopolios empresariales tendrán en Trump un gran aliado para abolir los costos que han venido asumiendo por cuenta de una especie de “neoliberalismo de rostro humano” del gobierno Obama, algo aparentemente contradictorio en los términos. La libertad de empresa, reivindicada por la globalización de los mercados, requiere profundizar la apropiación monopólica de la riqueza, con el desmonte de impuestos para financiar la pauperización social y económica que genera el capital en su expresión más avanzada: la especulación financiera e inmobiliaria. No en vano, hoy los bancos son a su vez grandes financiadores de la industria de la construcción. Todos los multimillonarios de las áreas más rentables quieren dejar su legado en las ciudades globales, construyendo verdaderos emporios urbanos de la banca, las telecomunicaciones, el sector inmobiliario, y las llamadas “commodities”, como expresión contemporánea de las antiguas ciudades piramidales de los faraones egipcios.
El hecho de que los conservadores más recalcitrantes de los EE.UU. lleguen otra vez al poder, no significa necesariamente un giro estratégico en la política exterior norteamericana. Por lo menos así se ha demostrado en el pasado. Los liberales norteamericanos, encabezados por Obama y representados en el partido Demócrata, continuaron encendiendo al mundo con guerras injustas en el Medio Oriente, para preservar supuestamente los intereses norteamericanos sobre el control del petróleo; de igual manera, los Republicanos reproducirán esta escalada guerrerista en otras fronteras, incluso latinoamericanas, con tal de protegerse de las migraciones ilegales y acceder a los recursos naturales, para favorecer la productividad de las empresas norteamericanas. No es que Trump quiera echar para atrás el libre mercado, porque él ha sido el primero en aprovecharse de sus beneficios; se trata más bien de un concepto de globalización empresarial, más que imperial en el sentido clásico del término.
La llamada “gobernanza”, como expresión de las alianzas público-privadas para emprender grandes proyectos estratégicos, probablemente pierda sentido en el gobierno Trump, puesto que ahora la empresa es gobierno. Más bien, se abrirá una nueva experimentación de gerencia corporativa en donde la planeación estratégica del mundo empresarial buscará materializar nuevas alianzas con los clientes globales que sean capaces de abrir nichos de mercado trasnacional en las ciudades que se comporten como empresas.
Esto hace prever una profundización de las desigualdades, no solo en lo económico, sino también en la geopolítica. La llamada teoría de los Territorios Ganadores versus los Territorios Perdedores se hará cada vez más real en el gobierno Trump, porque solo aquellas ciudades que creen las mejores condiciones de inversión de capital, reducción de impuestos, seguridad jurídica, control de patentes de innovación, desregulación ambiental y control militar, podrán ser premiadas con la llegada de empresas y capitales globales. Los demás, perderán interés para la geopolítica empresarial monopolista.
Una interesante lección para las élites colombianas, tan afines a seguir dogmáticamente los preceptos de la globalización de los mercados, aun a costa del empleo y la generación de riqueza nacional. El ala más conservadora del bipartidismo colombiano querrá reclamar otra vez su turno para contemporizar con su homólogo norteamericano, ahora en el gobierno. Pero la historia puede seguir dando sorpresas en el equilibrio de poderes. En Latinoamérica, a pesar de los reveses y errores, la tendencia es a dejar atrás la página de la doctrina neoliberal para experimentar otras opciones liberalizadoras y democráticas que rediman a los pueblos del neocolonialismo empresarial.
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