El barón Haussmann fue el prefecto de París durante dos décadas, encargado por Napoleón III para reformar la ciudad luego de la derrota de la insurrección popular de 1848. La arquitectura y el urbanismo del centro parisino que hoy recorren deslumbrados los turistas, con sus bulevares y prolongadas perspectivas son el resultado de una gigantesca operación urbano-militar que acabó con la ciudad medieval de callejuelas estrechas y edificios antiguos habitados por una clase obrera en formación que ejercía control territorial e incomodaba al régimen bonapartista con sus protestas y barricadas.
Haussmann destruyó manzanas enteras y también abrió grandes avenidas en diagonal para un rápido acceso y control de las tropas con el objetivo de que “no vuelva a suceder”; todo ello sobre los cadáveres de miles de familias que se negaron a ser expulsados de sus barrios.
Fue tan contundente y prolongada esta operación urbana que un pensador de la época no dudó en caracterizarla como el “método Haussmann”, entendido como “...la práctica generalizada de abrir brechas en barrios obreros, particularmente los situados en el centro de nuestras grandes ciudades, ya responda esto a una atención de salud pública o de embellecimiento o bien a una demanda de grandes locales de negocios en el centro, o bien a unas necesidades de comunicación, como ferrocarriles, calles, etc. El resultado es en todas partes el mismo, cualquiera que sea el motivo invocado: las callejuelas y los callejones sin salida más escandalosos desaparecen y la burguesía se glorifica con un resultado tan grandioso; pero....callejuelas y callejones sin salida reaparecen prontamente en otra parte, y muy a menudo en lugares muy próximos”.
En Colombia hay varios alcaldes que se creen Haussmann. Peñalosa en Bogotá encabeza la lista. Su talante autoritario, el discurso de la seguridad como argumento para expulsar a vendedores ambulantes del espacio público y la llamada “destrucción creativa” de San Victorino y el Bronx, priorizando la fuerza y el criterio de “limpieza social” por encima de la atención integral a la población que va quedando al margen de una sociedad inequitativa y excluyente, son características típicas de la gestión peñalosista durante el primero y segundo mandato.
La farsa de este barón criollo consiste en que por más poses de técnico o de urbanista utópico y futurista que asuma, las consecuencias sociales y territoriales de sus actos son claramente previsibles. La calle del cartucho de los 90 se convirtió en el Bronx de la primera década de este siglo y el Bronx de hoy será cualquier otro barrio pericentral del mañana. Los pequeños comerciantes de estas zonas ya conocen los resultados y asumen la defensa de sus propiedades o patrimonio, incluso con la violencia. En últimas, todos los ciudadanos del común terminan victimizados y enfrentados entre sí.
El mercado inmobiliario y los grandes almacenes de comercio y servicios siguen atentos y expectantes de las decisiones del autócrata, esperando la oportunidad para hacer sus inversiones y capturar las plusvalías urbanas que el reformista va dejando en su estela de destrucción creativa, aunque a diferencia de la época bonapartista, sin los grandes volúmenes de excedentes financieros que caracterizaron los proyectos de renovación urbana del Imperio. Por eso el parque Tercer Milenio aún no estimula la llegada de nuevos inversionistas.
El crecimiento urbano como mancha de aceite sobre la Sabana de Cundinamarca generará impactos ambientales y socio-espaciales muy negativos que contradicen la idea de un desarrollo urbano compacto. Así se desprende de su obstinado interés por habilitar suelo sobre las riveras del río Bogotá (ciudad Río) y la reserva Van der Hammen (Ciudad Paz), mientras contribuye a degradar nuevos barrios centrales atomizando la problemática de los habitantes en situación de calle. Definitivamente, Peñalosa quiere ser Haussmann, un dictador para Bogotá.
En Colombia, la operación Haussmann comenzó en los años 30 del siglo pasado, cuando el primer plan de urbanismo moderno expulsó a los pobres del centro de Bogotá hacia las periferias, continuó su acción con los trágicos hechos del 9 de abril, abriendo grandes avenidas y nuevos mercados inmobiliarios en el centro de Bogotá después de los incendios, pero aún sigue en pleno desarrollo con los mandatarios que quieren seguir la farsa de imitarlo.
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