Imposible no hablar de Fidel, luego de su longeva existencia en este mundo de guerras, monopolios e imperios; realidad que con tanta persistencia intentó cambiar desde su puesto de mando en la isla caribeña que lo vio nacer.
Mi generación, la que nació con la revolución cubana producto de la lucha de un pueblo contra un dictadorzuelo que hizo de Cuba el patio trasero del gobierno norteamericano, o quizás su principal prostíbulo, siente que murió uno de los referentes de cambio social y político en una América Latina plagada de golpes militares y ruido de sables en la segunda mitad del siglo XX.
Cuando éramos niños nos llegaban, por un lado, las noticias de barbudos alzados en armas luchando por el socialismo, y por otro, las trágicas noticias de muertos, torturados y exiliados por militares que tumbaban gobiernos civiles en el continente para garantizarle al imperio la estabilidad regional del sistema, supuestamente amenazado por la expansión del comunismo de la URSS. Eran tiempos de la llamada “guerra fría”. Fueron épocas de terror para todos los que añoraban un giro político.
Su figura estuvo siempre presente en diferentes momentos de nuestra existencia. Primero como líder de un proyecto político que atravesó el océano desde las gélidas ciudades rusas y se instaló en territorio Caribe, algo que jamás se imaginaron Marx o Engels en el diseño de su utopía socialista. Camilo, el cura guerrillero, expresión colombiana de esas búsquedas, intentó combinar religión y política, contribuyendo con su esfuerzo a la creación de la Teología de la Liberación Nacional, corriente que se expandió por diferentes lugares del continente irradiando también la investigación social, el periodismo y la sociología.
Luego vinieron las diferentes expresiones musicales y artísticas, como el Son y la Nueva Trova Cubana, con la cual nos enamoramos en plena adolescencia con cantautores tan destacados como Silvio Rodríguez y Pablo Milanés. Cómo olvidar canciones llenas de sentido como “Ojalá”, “Te doy una canción”, “Unicornio”, “La era está pariendo un corazón”, “El breve espacio en que no estás”, “Yolanda”, entre muchas otras. Mi hija fue producto de esos años memorables. Tal parece que además del amor que prodigué inspirado en la llamada “canción protesta”, también se coló el espíritu de aquellos tiempos, pues ella se convirtió en Politóloga, disciplina que actualmente ejerce con convicción.
Cuando hice mi tesis de pregrado en Arquitectura, me encontré, sin proponérmelo, con la figura emblemática de Fidel, al estudiar los orígenes y evolución del barrio obrero La Perseverancia, ubicado en los cerros orientales de Bogotá. Las estrechas callejuelas peatonales de este barrio construido a principios del siglo XX fueron testigo de los esfuerzos del joven Fidel por organizar un puñado de insurrectos tras el asesinato de Gaitán el 9 de abril de 1948. Así se lo confesó a Arturo Álape en una entrevista en los años 80. Comenzó su periplo desde el Ministerio de Guerra, subió posiblemente por alguna de las calles cercanas al Museo Nacional, llegó a la carrera Quinta donde se encontraba una división de la Policía sublevada, y de allí continuó al mando de una patrulla, vigilando los cerros sobre el Paseo Bolívar. Caminó por las callejuelas de La Perseverancia después de ofrecerse para acompañar al destacamento que tenía la misión de neutralizar a los francotiradores ubicados en el edificio San Bartolomé de propiedad de la curia. “¡Nos están devolviendo las limosnas acuñadas en balas de metralla…”, fue una de las expresiones más significativas e impactantes de este acontecimiento rebelde, salida de la voz desesperada de Rengifo, un humilde personaje creado por Manuel Zapata Olivella en la novela “La Calle 10”, que recreó la complejidad de la lucha social del centro de Bogotá en esa coyuntura. Fidel no logró hacer en Colombia lo que el Ché si pudo en Cuba.
Digan lo que digan, Fidel se quedará para siempre en la memoria de mi generación, representando la fortaleza y dignidad de un pueblo que prefirió 60 años de independencia del imperio a permanecer 100 años de soledad como colonia subyugada. Tal sacrificio valió la pena, aún a costa de las constantes agresiones, bloqueos económicos injustificables y otras penurias actuales de la Isla.
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