Adriana Villegas Botero


Se acabó este conflicto armado de más de 50 años con las Farc y por fortuna no fui víctima: no me mataron ni me hirieron ni me secuestraron, y tampoco le pasó nada a mi familia más íntima.
Sin embargo mis primos no pueden contar la misma historia: en abril de 1989 la guerrilla mató en Planeta Rica, Córdoba, a Silvio Estrada Álvarez, mi tío político. Lo asesinaron porque se había atrasado en el pago de la vacuna. A los 44 días del crimen mi abuelita se murió de pena moral. No clasifica como víctima de la violencia, aunque debería. Mi tía tuvo que vender la finca a precio de huevo y venirse para Manizales con sus tres hijos pequeños a empezar una nueva vida. Murió 7 años después.
Del fatídico 1989 conservo las fotos de mis quince. Mis amigas salen disfrazadas de señoras y con copete de Alf y entre mis amigos aparecen dos rostros que ya no están: Andrés Mejía Jaramillo y Daniel García Arbeláez. A Andrés lo secuestraron poco después de esa fiesta y no se volvió a tener noticia de él durante meses, hasta que encontraron su cuerpo sin vida. Era menor de edad. Daniel alcanzó a graduarse de ingeniería pero el Eln lo mató en 2006 en una finca por el páramo de Letras cuando lo iban a secuestrar.
Entré a trabajar a El Espectador en diciembre de 1995 y la primera tarea que me asignaron fue cubrir la toma de las Farc a Une, Cundinamarca, durante la Nochebuena. En esa toma mataron a Jennifer Tauta, la hijita de 18 meses del comandante del puesto de policía.
A esa historia le siguieron relatos de muchas otras tragedias: las tomas de Arboleda y San Lorenzo, los secuestros y extorsiones en San Félix, Samaná, Aguadas, Pensilvania. Recuerdo por ejemplo a Lina María Molina Vélez, colegial de Riosucio, quien en 1998, cuando tenía 16 años, acudió a una cita con las Farc para pagar el rescate de su papá, el médico Guillermo León Molina. La guerrilla lo liberó a él pero se quedó con ella durante 51 días y finalmente la soltaron antes de Navidad. Aída Botero de Duvaltier no corrió con la misma suerte: fue secuestrada por el Epl en una finca por Aguadas en 2001 y murió en cautiverio aunque su familia pagó el rescate. La encontraron 5 años después.
Me fui a vivir a Bogotá en el 2004 y a veces viajaba en Bolivariano el viernes por la noche para pasar el fin de semana en Manizales. Me parece sentir el frío de las 2:00 am en Padua, con el bus parqueado una o dos horas esperando a que se formara una caravana democrática de Uribe para poder seguir, ya que nadie garantizaba ausencia de pescas milagrosas a menos que viajáramos en combo y escoltados. Por eso después, cuando tuve carro, siempre viajé por esa vía pendiente de si llevaba ya dos o tres minutos sin que viniera un auto en el sentido contrario. La posibilidad de un retén ilegal era real.
De acuerdo con la Unidad Nacional de Víctimas van más de 8 millones de víctimas registradas por el conflicto, de las cuales 93.332 son de Caldas. Según el Centro de Memoria Histórica, entre 1958 y 2012 el conflicto armado mató 218.094 personas en todo el país. Esto significa que de los 48 millones de colombianos 40 millones no fuimos víctimas de este conflicto desde el punto de vista oficial, aunque nos acostumbramos a naturalizar la muerte: cada colombiano adulto puede construir, como yo, su autobiografía del horror. Todos tenemos primos, vecinos, compañeros de estudio o trabajo, a los que un día la vida se les partió en dos por la violencia.
Esas historias particulares les sirven a algunos como argumento para votar “No” en el plebiscito de este 2 de octubre. Consideran que la justicia a las víctimas implica castigo severo a los victimarios. A mí en cambio cada uno de esos rostros me reafirma mi decisión de votar “Sí”: Cada muerto menos es un argumento potente para la paz negociada. Según el Cerac en 2012 murieron 114 civiles en acciones con participación de las Farc. Este año no ha muerto ninguno. Si hubiera habido un muerto, uno solo, podría haber sido usted o cualquier conocido suyo.
Se acaba el conflicto y no fuimos víctimas. Pero si no se acaba, el riesgo de serlo seguirá rondando. A muchos colombianos en algún momento de nuestras vidas la violencia nos tocó cerca. Mi hija tiene 4 años y hasta ahora va indemne de horrores. Si mi voto ayuda para que esa amenaza desaparezca, yo voto “Sí”.
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