Adriana Villegas Botero


No defenderé al exfiscal Eduardo Montealegre, quien fue la antítesis del equilibrio que debería tener cualquier investigador penal. Ahora será embajador en Alemania, porque desde siempre el gobierno colombiano paga favores con cargos en el exterior, sin respeto por la carrera diplomática y con resultados que se evidencian, por ejemplo, con fallos como el de La Haya.
Sin embargo, entre las merecidas críticas que le llovieron la semana pasada, me llamó la atención la de Viviane Morales: “el país ve a Montealegre como un pobre fiscal con ínfulas de filósofo o escritor. Tiene que adornar cada expresión con citas de Borges”. Lo dijo en tono de insulto: A Montealegre se le nota lo mediocre porque menciona escritores en vez de estadísticas.
La indignación de la senadora y exfiscal Viviane evidencia el sesgo de ciertos dirigentes, a quienes leer les parece una “ínfula”: una vanidad pretenciosa de gente que piensa y divaga, en vez de trabajar.
Lo que cada cual hace con su tiempo libre es asunto individual. Sin embargo quisiera uno que congresistas como la senadora Viviane, que vive con ínfulas de pontífice en su trabajo legislativo, leyera a más escritores y filósofos. Para empezar, el Nobel portugués José Saramago quien dijo: “He aprendido a no intentar convencer a nadie. El trabajo de convencer es una falta de respeto, es un intento de colonización del otro”.
Se me ocurre el ateo Saramago porque justamente la semana pasada la senadora liberal (el Partido Liberal es eso: una amalgama de incoherencias ideológicas unidas para sumar votos en elecciones) anunció que recogió 2.134.800 firmas en iglesias de todo el país para promover un referendo que vuelva a prohibir lo que ya aprobó la Corte Constitucional: que las parejas homosexuales están conformadas por seres humanos comunes y corrientes con todos los derechos y obligaciones de las demás personas normales, precisamente porque no son anormales, y entre esos derechos está el de adoptar, situación que no amenaza a los niños sino todo lo contrario: les abre la posibilidad de crecer en familias con amor, y no en instituciones a las que llegaron por el abandono o maltrato de familias heterosexuales.
En su columna en El Tiempo Juan Pablo Calvás señaló que “El referendo terminará definiendo si las normas en Colombia deben ser las de un Estado laico o las de un país regido por el parecer de sus iglesias”. Este referendo refleja la tendencia de algunas personas con convicciones religiosas profundas, de querer imponer su fe a los demás. Así como se habla de acoso laboral y acoso sexual, podría hablarse de acoso religioso, porque en los estados laicos no creer es una opción que se elige y ejerce con libertad y conciencia. Con mayoría de edad en los términos de Kant, aunque a la senadora Viviane no le gusten las referencias filosóficas. Respeto significa que nadie tiene que convencer al otro de creer o no creer. Cada cual decide autónomamente lo que mejor le parece.
No está bien someter los derechos de las minorías oprimidas a la votación de las mayorías. Aplica para los esclavos negros en América, para los judíos en la Alemania nazi y para las minorías étnicas y sexuales de hoy. El arte ayuda a entender el oprobio de la discriminación, a ponerse en los zapatos de otro y a conocer mundos ajenos. Al diablo la maldita primavera, de Alonso Sánchez Baute, y Un beso de Dick, de Fernando Molano Vargas, son dos novelas colombianas que ojalá leyera la senadora, para comprender la violencia que representa que un legislador imponga su visión religiosa para indicarle a otros cómo vivir.
En Cien Años de Soledad, García Márquez cuenta que cuando llegó la peste del olvido a Macondo José Arcadio Buendía le colgó un letrero a una vaca que decía “Esta es la vaca, hay que ordeñarla todas las mañanas para que produzca leche y a la leche hay que hervirla para mezclarla con el café y hacer café con leche”. Acá estamos así: con colombianos que salen a las calles con carteles que dicen “Soy gay, soy normal, tengo derecho a la igualdad”, porque en este Macondo hasta lo más elemental se olvida.
La literatura y la filosofía, de las que desdeña la senadora, nos recuerdan que la amenaza a las minorías nos afecta a todos, porque todos, en algún aspecto, también somos minoría.
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