Adriana Villegas Botero


Los estudiantes hablan en clase, se distraen, chatean, conversan, no leen el material asignado, participan poco, son apáticos y se quejan por las notas. Pero hay excepciones, y una sola excepción es un alumno motivado que justifica plenamente el trabajo docente.
De los profesores también hay quejas: somos monótonos, aburridos, no dominamos los temas o no se entiende lo que decimos. No preparamos las clases, somos muy cuchillas o muy madres. Nos repetimos y no nos actualizamos, somos mediocres, nos falta rigor y calidad. Así nos evalúan, con excepciones, pero esos docentes maravillosos que aparecieron en nuestro camino tuvieron el poder de dejarnos huellas profundas y por eso casi todos recordamos con gratitud no solo el nombre del primer maestro, sino también el nombre de profesores de colegio o de universidad, por quienes descubrimos una vocación, una pasión o una idea.
Pienso en esto a raíz del Día del Maestro, pero también con ocasión de los planes de desarrollo que actualmente estudian el Concejo de Manizales y la Asamblea de Caldas. El de Manizales señala que “la apuesta del gobierno municipal para el desarrollo territorial es la educación para la transformación social del territorio”, mientras que el de Caldas trae tres pilares, el primero de los cuales es “Educación transformadora, generadora de capacidades y que se fortalezca de la investigación aplicada”.
Paz, equidad y educación es el lema de este segundo tiempo del Gobierno Santos, que prometió hacer de “Colombia la más educada”, emulando el eslogan de “Antioquia la más educada”, con el que el exgobernador Sergio Fajardo calienta motores para la campaña presidencial.
La educación es una necesidad básica, pero también es un discurso político taquillero. En un país acostumbrado a la guerra, los anuncios gubernamentales de hacer de la educación el centro son urgentes, aunque también útiles para ganar simpatías y votos. Por supuesto que la educación es esencial para cerrar brechas sociales, pero para eso se requieren más que anuncios: se necesitan inversiones concretas, o en otras palabras, que el discurso de la educación se refleje en la distribución del presupuesto para que impacte los indicadores reales sobre cobertura y calidad.
El presupuesto para educación en Manizales en los próximos 4 años es de $613.000 millones que representan el 44% del presupuesto de la ciudad. Caldas por su parte invertirá $1,1 billones en educación, que son el 70% del total del presupuesto. Estos recursos en su inmensa mayoría provienen del Sistema General de Participaciones, que es la plata que el Gobierno Nacional nos gira. En cuanto a otras fuentes de financiación, Manizales destinará el 11% de sus recursos propios para educación y el departamento el 27%. Esto no significa que uno sea mejor que el otro porque municipio y departamento tienen competencias y coberturas distintas (y hago la aclaración porque a veces si uno no defiende algo se entiende entonces que lo está atacando, como si no existieran matices): es simplemente la foto que muestra cómo se ve en los presupuestos la prioridad educativa.
En cuanto a las metas e indicadores, ambos planes tienen propuestas en materia de bilingüismo, reducción de la deserción, jornada única y transporte, entre otros, pero como aún están en etapa de discusión es posible fortalecerlos. Manizales Cómo Vamos advirtió que en el Plan de Manizales no se aborda la primera infancia (0 a 5 años) y “en varios casos las metas parecerían poco ambiciosas frente a las líneas de base mostradas en el mismo documento o que no plantean un mejoramiento de la situación inicial”. Desde la Corporación Cívica de Caldas señalamos en el Concejo de Manizales que el programa de alimentación escolar aumenta en poco más de 1.000 los almuerzos a ofrecer, pero disminuye en casi 4.500 los complementos nutricionales, y lo mismo ocurre en el Plan del Departamento, que pasa de 110.000 raciones diarias a 88.000.
En el “Manual para ser niño” pedía García Márquez que el bachillerato ofreciera “guías inteligentes de lectura y reflexión para formar buenos lectores”. En últimas, todo el discurso educativo se materializa en el diálogo íntimo entre el profesor y sus estudiantes al interior del aula de clase, que se potencia si el estudiante tiene las capacidades para motivarse a aprender y el profesor el conocimiento para despertar la curiosidad. El Estado entero debería confabular para que ningún distractor externo, como un baño dañado, un profesor ausente, una biblioteca mal dotada, una silla incómoda, un patio de recreo obsoleto o un niño con hambre o sin transporte, interfiera en esa relación profesor-alumno, que sin duda puede ser transformadora del territorio, como dicen nuestros planes de desarrollo.
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