Fernando-Alonso Ramírez


Una familia que vive en Medellín, la ciudad que sigue estando a la vanguardia del transporte público, y también de la Facción, grupo que se creó "luego de los equívocos acuerdos de paz" en el 2018, como esos combos que se juntaron después de la firma de paz con los paramilitares. La misma espiral que ha llevado al país durante décadas hasta los años 30 del Siglo XXI. Sí, una novela que sucede en el futuro, cuando hay esperanza de que los países enciendan las máquinas que pueden transformar el gas carbónico que amenaza con destruir el planeta, mientras se especula que se busca contacto con otras galaxias. Época en que "los textos impresos eran sobre todo cosa de intelectuales nostálgicos y de colegiales campesinos alejados del mundo".
Ahí está La familia perfecta, la que vio ya morir a un integrante por las balas de la facción, la que tiene una mamá joven, matrona y mandona, con cuatro hijos sobrevivientes y un esposo insignificante, cuya "comunicación se reducía a gruñidos simiescos y a frases cortas de hombre opaco". En ella crece un muchachito que va definiendo su sexualidad sin dramatismos, sabiéndose que puede ser hombre o mujer y esperando el momento para ver cómo se siente más cómodo, mientras tanto tontea y le encanta que la llamen Dulce y la reconozcan en femenino, aunque no se molesta si le hablan en masculino.
Ese es el narrador de esta familia perfecta, que bien pudo ser un capítulo de esa rara novela de Carlos Fuentes Todas las familias felices, que se cuenta como pequeños relatos. Esta, la perfecta, vive en una ladera de Medellín en donde la violencia de antes es cambiada por la de ahora, pero un golpe del destino les cambia la vida. Es la Medellín de "la eterna balacera" y la capital mundial de la cirugía estética. Una Medellín como la de ahora, pero más hostil.
La novela de César Alzate es resultado de una beca de creación de la Alcaldía de Medellín, excelente forma de promover las artes, y que deben imitar otras ciudades. En estos espacios se podrán producir buenos o malos trabajos, pero es la mejor manera de que un autor pueda publicar y medir la aceptación en el público. Recuerdo la Biblioteca de Autores Caldenses de la que conservo cantidad de libros que se imprimieron hace décadas, y que permite conocer nuestras letras. Hoy se publica más fácil, pero se divulga con más dificultad. El estímulo público permite que eso se logre y que el lector sea el que juzgue entre lo bueno y lo malo.
Esta novela no tiene la fuerza de La ciudad de todos los adioses, esa obra con la que Alzate se dio a conocer y que fue premio nacional de la Cámara de Comercio de Medellín, pero parece buscado ese tono, pues parte de la pregunta de si todo fuera distinto, que se hizo un personaje de Dublineses, de Joyce, pero descubre en la narración que la tristeza, la saudade es algo inevitable, a pesar de los entornos. Este libro además, arriesga, con lo futurista, que incluso se da en el tono anticipatorio: más tarde nos contará; también, con el tono juguetón de Dulceque, entre muchas cosas, se burla de esa definición que ya va en LGTBIQM..., y ella no cabe en ninguna de esas. Toda una mofa del lenguaje políticamente correcto. Es la descripción de las angustias propias de quienes temen la exclusión o la violencia por su condición, así no la vivan, seres que no se encuentran cómodos en su ropaje, ni en sus familias perfectas.
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