Alvaro Segura


170 policías hoy tienen la misión de cuidar, durante las 24 horas, a 400 mil personas, que es la población promedio de Manizales. Pero no es que esos 170 trabajen de corrido el día y la noche, para nada; ese es el total de uniformados que, divididos en dos turnos de 12 horas, deben velar por la vida, honra y bienes de los manizaleños. Es decir, 85 uniformados mientras el sol nos ilumina y los otros 85 entre la noche y la madrugada. Así lo confirmó públicamente la Secretaria de Gobierno Municipal, Paula Andrea Sánchez.
La realidad es crítica pues eso significa que por cada 2 mil 500 personas en la capital caldense hay un policía, cuando los estándares internacionales establecen que debe haber siquiera un uniformado por cada 223 habitantes. Si así son las cosas, entonces estamos casi desprotegidos y a merced del hampa y de los delincuentes, que parecen reproducirse como la hiedra, pues mientras más los capturan y los meten presos, más aparecen para cometer toda clase de fechorías.
Con razón la ciudad se volvió tan insegura, independiente de que haya zonas o sectores donde por efecto de la numerosa presencia de personas, entre las que se cuentan vigilantes privados, porteros de edificios y cuidadores de carros, además de algunas cuantas cámaras de seguridad privadas (no las públicas, pues apenas funcionan unas pocas) la ocurrencia de delitos sea baja o mínima.
Así resulta fácil entender por qué muchas veces demora tanto la llegada de un policía (otras veces ni aparecen) para atender llamados de la ciudadanía por efectos de robos, atracos, un lesionado o un intento de asalto, o en su defecto se quedan cortos para controlar situaciones más complejas, como por ejemplo la registrada el pasado miércoles en el sector de El Cable cuando tres o cuatro uniformados perseguían infructuosamente a medio centenar de desadaptados y vándalos, integrantes de barras de fútbol, que sin importarles nada se enfrentaron a piedra, cuchillo, navaja, palos y sillas antes del encuentro.
Y es que ya se volvió común eso de los choques entre barristas antes y después de los partidos de fútbol, por lo que gran parte de los pocos policías que hay deben concentrarse en áreas cercanas al estadio o en las carreteras de acceso a la ciudad, desprotegiendo otras zonas, y ahí es cuando actúan los delincuentes, muchos de los cuales, fungiendo ser hinchas, les arrebatan o quitan sus pertenencias (carteras, bolsas, celulares, gorras, chaquetas) a las personas de bien, mientras otros tantos, bajo los efectos del licor y de las drogas que consumen abiertamente en la calle sin restricción alguna, mendigan de manera intimidatoria pidiendo una moneda.
Esto toma visos de crisis, pues a raíz de la impotencia de las autoridades y de la indignación de centenares de ciudadanos, como los que encontraron sus vehículos con vidrios y parabrisas rotos en El Cable después de la pedrea sin que nadie les respondiera por los daños, se escuchan voces y propuestas para armarse y contrarrestar las acciones delictivas de los barristas.
Con toda razón miles de seguidores de los equipos de fútbol, pero en particular en Manizales, decidieron no volver al estadio, pues si van a pie los atracan o están expuestos a ello, y si llevan sus vehículos se los pueden dañar, pero nadie paga por esos actos.
A todo esto se suman dos factores que hacen carrera y que complican las cosas cuando de aplicar la autoridad se trata. Uno es que no en pocas ocasiones algunos policías, dentro de ellos los del llamado Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad), abusan de sus medios para contener o dispersar situaciones complejas, sin que no sea necesario a veces hacerlo, y otro es que mucha gente le perdió el respeto a la autoridad, y entonces es común ver a jóvenes y adultos, en sano juicio o en estado de alicoramiento, discutiendo y peleándose con los policías por un procedimiento que muchas veces puede ser normal y de simple trámite.
Lo anterior lo deben revisar muy bien los altos mandos pues, sin conocer estadísticas, los casos de denuncia contra policías por abuso de autoridad o uso excesivo de la fuerza son altísimos. Los uniformados son preparados para afrontar complejas situaciones delictivas o de desorden público, pero muchas veces un mal proceder de ellos, llámese exceso o abuso de autoridad, deriva en caos y batallas campales en las que el balance final es de heridos graves y a veces hasta muertos.
Necesitamos urgentemente más pie de fuerza, que solo lo puede proveer el Gobierno Nacional por los costos que demanda formar y sostener un uniformado. 180 mil policías para 44 millones de habitantes, con carreteras tan inseguras, regiones tan conflictivas y una sociedad cantinera, irresponsable y violenta, es un exabrupto. Ojalá aprendiéramos a ser más sociables y menos reaccionarios para que se reduzcan los índices de criminalidad.
Agregado
Escrita esta columna me enteré de la llegada a la ciudad de 178 nuevos policías, de 250 que prometió el presidente Juan Manuel Santos. Comenzarán en breve a reforzar la seguridad, lo que cambia en buena manera el panorama, pues ahora por cada policía hay mil 159 ciudadanos, cifra muy diferente a la antes mencionada de 2 mil 500, aunque nunca los 375 uniformados estarán todos en la calle al mismo tiempo.
Además, qué tristeza que tengan que matar a un agente de la DEA en Bogotá o en cualquier ciudad nuestra para que se reaccione ofreciendo más seguridad. Así mismo debería ser si la víctima es cualquier colombiano.
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