El Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias, se ha transformado en el mejor lugar para ver algunas de las películas colombianas que bien empezarán su recorrido por distintos festivales del mundo, o se preparan para su reto en la cartelera de cine nacional.
En coproducción
Dirigida por el colombiano Vladimir Durán, 'Adiós Entusiasmo' es una coproducción entre Argentina y Colombia, en una historia familiar intensa, donde las hijas buscarán salvar a su madre de sí misma a través de un particular tratamiento casero.
Axel, de diez años, vive con su madre Margarita y sus tres hermanas veinteañeras en Monserrat, un barrio de Buenos Aires de pasado aristocrático, hoy en decadencia. Margarita pide ser encerrada en su cuarto como parte de un tratamiento, al no tener fuerza de voluntad para hacer lo correcto para ella.
Axel y sus hermanas deberán jugar a ser guardia-cárceles de su propia madre en un extraño acuerdo de auto-preservación. Así será el trato entre ellos, hasta que Margarita busca quebrarlo. Axel deberá decidir entonces a cuál de las órdenes contradictoras de su madre obedecer.
Clare Weiskopf ha trabajado por bastantes años documentales sobre el conflicto armado colombiano, así como la violencia de género, pero en el Ficci presentó una historia personal, íntima, difícil para ella pero reveladora para el espectador en el documental 'Amazona'.
Después de la muerte trágica de su hija mayor, Val emprende un viaje a la selva colombiana buscando superar el duelo y encontrarse a sí misma, dejando atrás a sus otros hijos y a su familia. Clare es su hija, quien tenía 11 años cuando su madre tomó esta decisión, ahora es ella quien se interna en la selva, embarazada, para confrontar con su madre las huellas de esa decisión.
El encuentro de madre e hija, no exento de tensiones y reproches, revela dos personalidades que chocan, pero, al mismo tiempo, un lazo que las une en su condición de mujeres que se preguntan por el sentido de ser madres, por la responsabilidad y las ansias de libertad, por el sentido o la trampa que se esconde detrás de la idea de la maternidad como sacrificio.
'Epifanía' es la tan esperada obra de Oscar Navia, tras los grandes resultados de sus largometrajes 'El vuelco del cangrejo' y 'Los Hongos', esta vez de la mano de la directora sueca Anna Eborn, quienes entrecruzan sus miradas sobre temas como el afecto, la experiencia y la memoria sobre sus propias madres.
Filmada en locaciones de Suecia, Colombia y Canadá, 'Epifanía' es, como su título lo sugiere, una inmersión en los misterios de la muerte, el nacimiento y el renacimiento, tanto físicos como espirituales. Con un registro que diluye las fronteras entre lo trascendental y lo cotidiano, lo místico y lo profano, la ficción y lo real, Ruiz Navia y Eborn expanden la idea de lo biográfico yendo mucho más allá de un anecdotario familiar.
Rubén Mendoza, recordado por largometrajes como 'La sociedad del semáforo', ahora presenta 'Señorita María: La falda de la montaña', la historia en Boavita es un pueblo campesino, conservador y católico, incrustado en los Andes y detenido en el tiempo, donde, en las faldas de sus montañas vive la Señorita María Luisa, quien tiene 45 años y nació siendo niño.
Lo que parecía ser otra vida más sumida en los conflictos de género e identidad, esconde una tenebrosa historia familiar, adobada con odio desde sus más profundas raíces, y cuyo chivo expiatorio es la Señorita, desde antes de pisar este mundo.
Todo el horror del campo y la moral de Colombia no han hecho más que multiplicar la fuerza de un ser solitario y apartado desde la cuna, desde el vientre, que ha encontrado en sus secretos, en su amor por los animales, en el laberinto de su fe, los caminos para soportar un mundo que no ha hecho sino despreciarla por razones ajenas, y de las que más bien es su primera víctima. Pero la Señorita es fuerte como una espiga de trigo, a la que los terremotos no le hacen ni cosquillas, y aunque conoce todas las tristezas, no hay una tan vigorosa como para agotar sus lágrimas.
Tras su ópera prima, 'La Playa', Juan Andrés Arango, presenta su nueva película 'X500' con David, un joven Mazahua, abandona su pueblo tras la muerte de su padre y llega a Ciudad de México, donde adopta una nueva identidad Punk que le sirve para protegerse de la discriminación que sufren los indígenas y enfrentar el duelo.
Alex, un adolescente afrocolombiano, regresa a Buenaventura y se ve obligado a crear una versión ideal de su viaje como polizonte a los Estados Unidos, mientras reconoce el entorno violento que tanto él como su aún más joven hermano tienen que enfrentar. María, una adolescente filipina agobiada por la pena, la rabia y el deseo de pertenecer a algo, se muda a vivir con su abuela en Montreal.
Son los tres jóvenes protagonistas de X 500 (cuyo título remite a un pequeño poblado en México, que está justo en la mitad del continente americano), cuyos caminos nunca se cruzan. Tres historias que revelan no solo el universo emocional de los protagonistas sino las particularidades de cada espacio.
Un hombre que por décadas se ha entregado a los excesos, hace un alto en el camino para ser sincero, escuchar de los demás, como su madre, amigos y hermanos, lo que ha sido su vida y las relaciones con ellos. Logra, lo que pocos, y vuelve a meterse a la cama con sus exnovias, para hacer un recorrido por su vida al límite a través del el alcohol, el sexo desenfrenado y bisexual, las drogas, junto a la despedida de algunos de sus más cercanos seres queridos.
De todo esto están compuestos los 71 minutos de ‘Yo, Lucas’, el largometraje documental de Lucas Madonado, quien parece enfrentarse, por primera vez, a la visión y el dolor de una madre, que ve con impotencia cómo su hijo que supera los 40 años de edad, desde su adolescencia no ha parado en su empeño de tocar fondo.
Tras la muerte de su amigo, el actor Blas Jaramillo, parece que Lucas es el siguiente en la lista de dejar este mundo. Ese momento de enfrentarse de cara a la muerte, es la motivación de Lucas por ponerle cara a su historia, no a través de sus ojos, sino por la mirada de los demás.
En cinco años, entre largos periodos de abstinencia y regresos al alcohol y las drogas, el autor va tejiendo el hilo de su desenfreno, los antecedentes de venir de un abuelo ‘borracho feliz’, un padre ya fallecido también con sus propios demonios y un grupo de niños que entraban a la adolescencia encontrándose de frente con la posibilidad de entregarse a los excesos sin obstáculo alguno, en hogares de padres ausentes.
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