
Ángela María Hurtado
LA PATRIA|MANIZALES
Sor Lilia Ramos tiene comprobado que a San José le encantan las oraciones. La hermana le pide de enero a diciembre un empujoncito en el cielo para cumplir el mismo sueño: "que los niños tengan su Navidad". Al principio le prometió una misa anual y lo primero que consiguió hace tres años fue que sus pequeños del comedor escolar El buen Dios de Villamaría tuvieran 100 cobijas donadas por quienes se solidarizaron con la causa.
La llamada mensual de sor Lilia no falla en los medios de comunicación, tampoco a los comerciantes de Villamaría y Manizales. Ella da cuenta de las actividades, las necesidades y hasta las aventuras del restaurante, es imposible interrumpirla, porque lee una lista que carga entre el hábito. Su cuerpo menudo se pasea por cada local y consigue, a punta de persistencia y mucha gracia al hablar, que los regalos sean todo el año. "Luego le pedí a Chepito la cena y le prometí misas mensualmente y como a él le encantan, hasta marrano me regalaron".
Regalo de Chepito
El milagro lo vemos quienes íbamos a sus primeras cruzadas. Con el voz a voz se pasó de 100 a 300 cobijas, luego invitaron a los niños a la ciudad de hierro, viajes a Buga para las mamás, camas, almohadas, comida y más comida. Como se multiplicaron las obras, también lo hicieron los benefactores. "Vi una nota de su trabajo en el periódico, vine un día a colaborarle para una familia necesitada y ahora subo cada tres meses", dice otra patrocinadora.
Pocos hacen público que ayudan al comedor, pero tienen claro que su nombre está anotado en un cuaderno de colegio que la hermana guarda muy bien en un cajón con llave. Allí cada uno tiene su pedacito de cielo. Un renglón indica la oración juiciosa, a la que no se sabe en qué momento, sor Lilia se dedica para las intenciones de los colaboradores.
Lo que sabemos, en realidad, es que esas plegarias llegan derecho al oído de Dios, porque lo que no alcanza a contar la hermana es la cantidad de mensajes de agradecimiento que le llegan.
El círculo virtuoso se cierra en diciembre con una fritanga para los benefactores, que saben que cada petición cumplida renueva una promesa que vuelve y se anota en el cuarderno de oraciones. Cada renglón lleva anudado el corazón contento y la barriga llena de un niño de Villamaría.
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