HELMER GONZÁLEZ
LA PATRIA | MANIZALES
Los sobrevivientes, campesinos de las veredas Rioclaro y El Destierro (Villamaría), aún recuerdan los sonidos de aquella noche del 13 de noviembre de 1985. En la mañana siguiente solo había muerte y desolación. La memoria de los hechos sigue intacta.
Ayer se iniciaron las actividades para recordar a las personas que murieron, pero también que la cuenca de Rioclaro, que nace en el nevado, sigue amenazando las veredas que sufrieron el impacto de la avalancha hace 30 años.
Ese fue el objetivo del homenaje que ayer rindieron varias instituciones a 2.500 víctimas de Caldas, de las 25 mil que produjo la tragedia en el país.
El Servicio Geológico Colombiano, la Unidad de Gestión del Riesgo, la Universidad de Caldas, las alcaldías de Villamaría y Chinchiná, y algunas entidades internacionales, entre otras, destacaron los aprendizajes que dejó la erupción del volcán, entre ellos el inicio de la vulcanología en Colombia.
Agregaron que el trabajo con las comunidades, posterior a ese hecho histórico, se basa en que se preparen para tomar la mejor decisión en el momento que el volcán las ponga a prueba nuevamente.
Cuenta de un sobreviviente
Juan Salazar está entre quienes recuerdan la historia de un sobreviviente de la avalancha. Se llama Oveimar y vivía en una de las muchas casas de El Destierro.
La versión es que el entonces menor de edad salió un momento de su casa. Cuando escuchó el sonido y el movimiento de la tierra trató de avisarle a su familia, pero la fuerza del lodo y las piedras derribaron la casa y a él lo empujaron hacia arriba.
Al día siguiente, continúa relatando Salazar, lo hallaron cerca de una casa a la que nada le pasó, pero por seguridad sus habitantes corrieron hacia un lugar más alto.
Juan recuerda que esos días estaba recogiendo café en Palestina. Por eso a la mañana siguiente de la avalancha volvió a El Destierro, donde vivía. Así se enteró de que todo quedó convertido en un desierto. "La gente lloraba y se lamentaba por los que estaban perdidos".
Lo oyó por la radio
José Elí Castillo, presidente de la Junta de Acción Comunal de la vereda La Batea, calcula que estaba durmiendo a la hora de la avalancha. Sin embargo, a la medianoche prendió el radio y escuchó en noticias el reporte. "Fui el primero de La Batea que se enteró del desastre. En radio dijeron que hubo avalancha. Al otro día bajé porque por aquí vivían unos hermanos. Me asomé en la curva y solté el llanto porque vi la dimensión. A un hermano se lo llevó la avalancha con la esposa y dos hijitos, un cuñado. Había como nueve en esa casa".
Escuchó la avalancha
Humberto Caicedo, integrante de una familia de 24 hermanos, recordó que a la hora de la avalancha iba hacia La Batea, dondevivía y sigue habitando. A las 9:30 o 10:00 p.m. sintió un sonido raro, fuerte. "Me paré un momento y seguí hasta que llegué, pero a los cinco minutos sentí el zumbido más fuerte, cerca de la casa. El firmamento se puso oscuro, color ladrillo y la luz se fue".
A las 5:00 de la mañana le avisaron de lo sucedido. "Aquí (El Destierro) vivía un hermano y se lo llevó. Bajamos a Rioclaro porque allá vivía otro hermano y también se lo llevó". A dos miembros de la familia, Jorge Eliécer y Carlos Ángel, los perdieron ese día.
Más que una trágica noche lo duro llegó con el día. Comenzaron la búsqueda de los hermanos, que jamás aparecieron. "A uno le queda una herida grande. 30 años después no los recuperamos".
Se salvó
Guillermo Salazar y otros cinco miembros de su familia estuvieron demasiado cerca de la avalancha. "Sentimos el sonido y sin pensarlo corrimos por la loma hacia arriba, hasta una vereda llamada Villarazo".
En su caso, reconoce que las semanas anteriores les informaron del riesgo. "No parábamos bolas al principio, pero cuando sentimos esto, ahí sí vimos que era cierto".
La avalancha finalmente no arrasó la casa porque unas peñas alcanzó a desviarla. Sin embargo, al día siguiente la encontraron llena de pantano. Jamás pudieron habitarla de nuevo.
Vista aérea de la vereda Rioclaro y su cercanía a la cuenca del río Chinchiná.
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