Clarisa Ortiz Márquez
LA PATRIA|Manizales
Desde que era pequeña le escuchaba decir a mi padre que en sus oraciones siempre le pedía a Dios que nos librara a mi hermano y a mí de estar en una cárcel. Yo nunca dimensioné el valor de esta oración hasta que comencé a trabajar como defensora pública en las cárceles de Manizales, y eso que ya me había desempeñado en otros cargos, donde el término privación de la libertad no era ajeno. Es más, siempre quise ser penalista, porque era el lado más humano del derecho. Y ahora me pregunto, si eso es humanidad.
Llegué con mucha felicidad, pero prevenida (lo debo aceptar), a mi nuevo trabajo hace cuatro años. He visto de cerca el alcance del ser humano, en todos los sentidos; el alcance de lo que se es capaz cuando se tiene un hijo enfermo, o con hambre, o cuando “no hay oportunidades”; pero también el alcance del trabajo fácil, del desgaste de la sociedad, de la ambición, de los impulsos, de los sentimientos más ruines y bajos, y el peor de todos los alcances, a mi modo de ver: el de estar en el lugar equivocado, el de las circunstancias, el de no saber cómo se va a reaccionar en un momento, el del destino…
Al entrar en este mundo empezaron a aparecer palabras que en la universidad no recuerdo me hayan enseñado (puede que me falle la memoria): desprisionalización, resocialización, justicia restaurativa, política criminal, prevención. Estas palabras comenzaron a cobrar importancia hace poco, hacen parte de todo el proceso penal (ya que este no se acaba con la condena). Son términos desconocidos en las universidades, en los tribunales, en los juzgados, en las fiscalías, en todas las instancias judiciales.
Niegan derechos
Vivimos en un país donde la última ratio que se pregona como el deber ser, en Colombia no se aplica. El pensamiento de la mayoría es que la falta de políticas públicas se debe compensar con la privación de la libertad. Así nos extrañamos, cómo en el siglo XIII enviaban a la cárcel a los mendigos, a las prostitutas, a los más pobres, porque había que proteger al resto de la sociedad de estos delincuentes que se paseaban por las calles y solo estaban para hacer daño.
Si hoy me doy la vuelta por todas las cárceles del país (lo digo sin temor a equivocarme), a la gran mayoría de las personas privadas de la libertad se les está negando el derecho a la salud, al trabajo, al estudio, a la recreación, a la dignidad, a una oportunidad…
Bien lo decía desde comienzos del siglo pasado Rosa Luxemburgo: “La revolución proletaria debería arrojar un rayo de bondad para iluminar la triste vida de las prisiones, disminuir las sentencias draconianas, abolir los bárbaros castigos -las cadenas y azotes- mejorar en lo posible la atención médica, la alimentación y las condiciones de trabajo. ¡Es una cuestión de honor!”
Este cúmulo de palabras nuevas, de experiencias, de largas horas escuchando historias, me llevaron a reflexionar a que toda la población carcelaria -sean culpables o no-, tiene derecho a un trato digno, a no ser parte del 52% (si no es más) del hacinamiento que presentan las cárceles del país, a que cada uno de los poderes del Estado actúe:
4 el ejecutivo, mediante políticas públicas de alto impacto;
4 el legislativo, a quitarse el yugo de legislar al calor de un suceso y de la presión de los medios de comunicación;
4 el judicial, a entender que la norma tiene interpretaciones, que el bloque de constitucionalidad también hace parte de nuestro ordenamiento y que la única pena no es la intramural.
Tiene derecho esta población a que las alcaldías y las gobernaciones destinen los suficientes recursos para las cárceles, a que en las facultades de derecho se enseñe que la cárcel no es ajena a ninguna rama del derecho, a que los abogados defensores tengan la suficiente ética y responsabilidad social. Es muy fácil decir: “tranquilo que si acepta cargos solo se va “X” tiempo para la cárcel", cuando no es él quien se va a ir y menos quien va a dejar desprotegida a su familia.
Por último, tienen derecho a que todos y cada uno de nosotros pensemos que la condición que tienen no es exclusiva de unos pocos, que en cualquier momento podemos ser nosotros quienes engrosemos la triste cifra de 119.579 internos que hay en este país y que debemos actuar ya para que no nos pase lo que dice el poema: “Ellos vinieron”, de Martin Niemöller que tanto repetía mi padre:
“Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas, guardé silencio,
porque yo no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata.
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista.
Cuando vinieron a buscar a los judíos,
no pronuncié palabra,
porque yo no era judío.
Cuando finalmente vinieron a buscarme a mí,
no había nadie más que pudiera protestar.”
P.S. Papito... Te adoro en mi silencio mudo.
Cifras: www.inpec.gov.co
* Hija del abogado Ariel Ortiz, es abogada y trabaja como defensora pública.
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