JULIÁN GARCÍA
LA PATRIA | CHINCHINÁ
Algunos venezolanos andan como judío errante por las calles de Chinchiná y por municipios del Eje Cafetero. En sus hombros cargan tristeza, desilusión, odio y los morrales repletos de esperanza por una mejor vida.
Dicen que salieron de su país huyendo de la tiranía del presidente Nicolás Maduro. En Colombia encontraron la dura realidad de millones de desempleados. La Asociación de Migrantes y Retornados Colombovenezolanos (Amcove) quiere saber cuántos de sus compatriotas viven en Chinchiná y en qué condiciones están.
Esta Asociación lleva brigadas de salud, con médicos venezolanos, a pueblos del Eje Cafetero y presta asesoría jurídica y de legalización.
El miércoles de la semana pasada los convocaron para hablarles de sus derechos. Muchos llegaron con cédulas en mano a exponer sus necesidades y a pedir orientación.
Situación crítica
Germán Montoya, director Ejecutivo de la Organización Sin Fronteras Manizales, dedicada a apoyar a los migrantes, indica que a la reunión llegaron unos 150 venezolanos, y que como no todos se enteraron de la convocatoria estiman que pueden ser unos 300 los que se encuentran en este municipio del Centrosur de Caldas.
Amcove y Sin Fronteras se reunirán hoy, a las 9:00 a.m., con el alcalde, Sergio López, para analizar la situación y mirar alternativas que respondan a esta necesidad urgente.
“Hay mujeres en embarazo, niños con enfermedades críticas, una familia de cuatro personas -papá, mamá y dos hijos- con un virus; por eso se hace urgente levantar un diagnóstico, llevarlo a la Dirección Territorial de Salud”, expresa Montoya.
Chinchiná no tiene programas sociales para esta población, la mayoría es flotante y no está censada.
Vivencias
La colombiana Francia Elena Gil retornó hace un año a Chinchiná, después de residir por 30 años en Caracas. “La comida y los medicamentos son muy escasos, el dinero no alcanza”, cuenta.
Congregó a los venezolanos en su casa, de la calle 10. No quiere que pasen dificultades. “A mi esposo, Ángel Antonio Moreno, su pensión no le alcanza ni para comprar una cubeta de huevos”.
Francia se rebusca el diario vendiendo tintos y empanadas en el Parque Principal.
María Sepúlveda, de 73 años, vivía en el Estado Bolívar y tuvo que migrar a Colombia porque no había medicamentos para tratarse una osteoporosis. “Me afiliaron al Sisbén y solo me recetan acetaminofén”. El Hospital San Marcos atiende al mes, por Urgencias, a unos siete venezolanos, lo que cuesta $10 millones.
Luisa Pavón cuenta que le ha tocado emplearse en lo que sea: en el servicio doméstico, de repartidora y como mensajera. “A los indocumentados nos pagan mal, en ocasiones nos maltratan”.
De mal en peor
En Chinchiná hay temporadas de sobrepoblación de venezolanos, como la de fin de año. Algunos llegan a trabajar, pero otros prefieren pedir limosna por el Centro o a la entrada del municipio. Un almuerzo callejero les vale $500 y hay posadas gratis, lo que atrae a los forasteros.
Unos 10 están durmiendo en las zonas verdes alrededor de la Estación San Francisco y en los andenes. “La gente nos colabora con comida o dinero, cocinamos y lavamos la ropa a orillas del río Chinchiná. Primero llegué a la Costa, pero por allá no hay qué hacer, luego caí a Cundinamarca y un amigo me dijo que me viniera para acá. Parte del recorrido fue a pie”, cuenta Leonardo Briseño, quien carga una cobija para abrigarse en las madrugadas. Otros compañeros venezolanos tapan sus cuerpos con costales y cartones para hacerle quite al frío.
Rebusque
Leidy es ingeniera; María, licenciada; Leonardo, jefe de operaciones; Francisco, contador; Ómar, soldador. Todos son profesionales que devengaban un buen salario en Venezuela, pero ahora pasan los días sin un peso en el bolsillo.
Leidy se ubica en la esquina del Comando de Policía de Chinchiná a ofrecer bolívares, a cambio de unos pesos. “Con un bolo (bolívar) no compro un maduro”, refiriéndose a lo poco que vale la moneda de su país.
Leonardo Briseño ubica su zapatería móvil al frente del busto de Simón Bolívar. Fue jefe de operaciones en el Estado Mérida. Remienda tenis, pega tacones, cambia suelas y lustra zapatos. “No es mi profesión, pero toca hacer alguna cosa”.
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