José Jaramillo Mejía
LA PATRIA|Manizales
A lo largo de la historia han existido actividades indispensables para el desarrollo de la humanidad, que se han practicado de diferentes maneras, a medida que el mundo evoluciona, los métodos se hacen más eficientes y productivos, las comunidades crecen y las costumbres cambian. Dos de ellas han sido el transporte y el comercio, íntimamente ligados entre sí.
Antiguamente, la navegación fue el sistema de transporte por excelencia y el vehículo ideal para la actividad comercial, cuando las comunicaciones terrestres apenas alcanzaban reducidos espacios para el intercambio de bienes entre las comunidades.
Después, a medida que se abrían caminos y a través de territorios planos, utilizando como fuerza motriz los animales, especialmente equinos (caballos), mulares, artiodáctilos (camellos y dromedarios), cabríos (renos, alpacas y llamas) y bovinos (bueyes), comenzaron a aparecer los vehículos de tiro, para carga y pasajeros, cuya evolución ha sido constante y dinámica, hasta terminar en los actuales automotores, que desplazaron casi definitivamente a sus predecesores movidos por animales.
Y, paralelo a ellos (carros, camiones y similares), el ferrocarril y la aviación. El transporte y el comercio, interrelacionados, han participado de todos los sistemas económicos en forma contundente, constituyéndose en poderosas empresas, que han dinamizado, fortalecido y expandido la economía.
La arriería
En Colombia, después de la independencia y a medida que lentamente se implementaban las actividades productivas, cuando lo permitían las escaramuzas políticas, bélicas e irracionales, que eran recurrentes, se abrieron caminos (trochas, inicialmente) y se construyeron puentes, para integrar poco a poco las regiones, apartadas agresivamente por los sistemas montañosos y los grandes ríos. Y comenzó a desarrollarse una actividad que fue por muchos años fundamental para el progreso de la nación y marcó un hito en su historia económica: la arriería.
Esta pasó de los hechos a la leyenda, para marcar una época que se perpetuó en la literatura, el arte y la música folclórica andina. La literatura es extensa. De ella, es destacado el libro “La gesta de la arriería”, del escritor Ómar Morales Benítez, en el que narra el caso curioso del primer paro de transportes, que protagonizaron peones que pararon más de 200 mulas en Herveo (Tolima), en protesta porque los arrieristas o empresarios, no les aumentaban los viáticos.
El escritor y académico de historia Jaime Lopera Gutiérrez, en un ensayo económico, llama a los arrieros “los empresarios de a pie”, como transportadores de carga, correos, gestores de fondas camineras y constructores de trochas a machete, para que se cumpliera aquello de que “se hace camino al andar”, al decir de don Antonio Machado.
En museos como el de Antioquia, en Medellín, hay varias pinturas representativas de la arriería, algunas del maestro Francisco Cano; y en Manizales el Monumento a los Colonizadores, de Luis Guillermo Vallejo, hace en una escultura magistral la apología de la titánica epopeya que protagonizaron los arrieros, transportando las familias con sus corotos, desde campos y pueblos antioqueños, para cumplir el sueño de la colonización de las tierras que consideraban de promisión. Y el músico vallecaucano, de Buga, Eduardo Salazar Ospina, más conocido como Eddy Salospi, compuso el bambuco Los Arrieros, que describe bellamente el discurrir vital de esos legendarios correcaminos:
“Van llegando los arrieros a toldar cerca del río,
antes que la noche cubra los barrancos del camino.
Un arriero retrasado, grita con celos de rabia:
¡hurria, mujer de los diablos, maldita mula cansada!
Mientras descargan las mulas y en el polvo se revuelcan
pone el peón a hervir el agua en las tulpas de la hoguera.
Ya se callaron los tiples, se adormecieron las penas,
dejó de aullar el perro y se apagó la candela.
En las lagunas del río se trasnocharon las ranas,
imitando con sus ruidos un montón de telegramas.
Mientras las mulas se alejan ya los arrieros descansan
y sueñan con sus morenas en un tálamo de enjalmas.
Usan ruana y alpargatas, carriel y blanco aguadeño,
de un par de dados son dueños, de un crespo y una barbera.
Aquí y allá en las estepas, donde la suerte los coja,
siempre piden mazamorra, carne, fríjoles y arepa”.
La arriería fue vital para el transporte de carga y el desarrollo de la agricultura cafetera. En los lomos de sus bestias se transportaron los bultos desde los riscos montañosos hasta los puertos fluviales, para desde allí viajar a los costeros y después a los mercados internacionales, regresando las recuas con mercancías de importación. Esa actividad comenzó a declinar con la construcción de carreteras, el ferrocarril y el cable aéreo Manizales-Mariquita y los grandes empresarios vendieron boyadas y muladas, la mayoría a sus propios peones, para invertir esos capitales en otros negocios, como la industria, los bancos y el comercio. Así se pasó “de la mula al jeep”; y al avión, porque, curiosamente, en Colombia hubo aviación comercial antes que buenas carreteras.
Arrieros y recuas, “todos a una”, como en Fuenteovejuna, fueron en Colombia, por muchos años, indispensables para el desarrollo económico del país; y todavía, en regiones apartadas, donde otros medios de transporte no han llegado, cumplen su labor.
La mula
Las acémilas, o mulas y machos de carga, fueron protagonistas de primera plana en la arriería, alternando con los bueyes, con la diferencia de que los mulares, más ágiles y livianos, operaban más eficientemente en caminos angostos y pantanosos. Estos equinos, que se mencionan desde textos antiguos, como pasajes bíblicos del rey David y sus hijos Salomón y Absalón, se clasifican en dos: “común”, que son las crías de burro y yegua; y “romo”, o burdégano, producto del cruce de caballo y burra. Esa naturaleza híbrida hace a las mulas estériles. Sus características relevantes son la seguridad, la resistencia y la inteligencia. Esta última, que contrasta con la asociación que se hace de las personas torpes o ignorantes llamándolas “mulas”, se manifiesta en situaciones como resistirse a seguir cuando se enfrentan a un paso peligroso, por profundo. Cuando una mula se “remacha”, no hay poder capaz de moverla.
Además de los mulares de carga, hay también de silla, de trocha y galope, de paso fino y gateadores, caracterizados estos últimos por ir al paso, resistiendo largas jornadas. También pueden ser de tiro, como fue el caso del antiguo tranvía de Bogotá, que era tirado por mulas. A propósito, el poeta Clímaco Soto Borda, integrante del famoso grupo intelectual La Gruta Simbólica, oyó cuando alguien gritó: “¡Que paren las mulas!”. Y replicó el bardo:
“¿Que paren las mulas?
Las mulas no paren.
Que pare el tranvía”.
Fuentes:
Morales Benítez, Ómar. La gesta de la arriería. Amazón, 1997.
Lopera Gutiérrez, Jaime. Arriería: Los empresarios de a pie. Academia de Historia del Quindío, 2017.
Padre Jaime Pinzón Medina. Entrevista.
Fotos | archivo |LA PATRIA
Las mulas siguen su andar en los caminos entre Caldas y Tolima.
El Monumento a los Colinizadores perpetúa la gesta de los arrieros.
La papa se sigue transportando en las altas montañas de Manizales.
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