La siguiente ponencia participó en la 1er. versión del Foro Juvenil: Imaginando al mandatario ideal, organizado por el Programa Prensa Escuela y apoyado por la Corporación Cívica de Caldas. Este se efectuó el 1 de septiembre del 2015.
La tendencia a considerar el mundo y la vida, de acuerdo con modelos de armonía y perfección, ideal que no corresponde con la realidad, es la definición textual de idealismo que nos inspiró para darle norte a esta ponencia.
Como jóvenes, cuestionamos las realidades cotidianas, vivenciadas en un país, en donde las palabras recurrentes hacen alusión a narcotráfico, guerrilla, paramilitares, pobreza, desempleo, explotación, corrupción, malos gobiernos y todas aquellas más, que nos llenan de desesperanza, sin permitirnos soñar sin miedos, sin prevenciones, sin la ilusión de que los conflictos acaben por fin, para que los ideales de alcanzar una vida digna, no se queden polarizados en un mundo de utopías. Entonces, sólo nos queda imaginar y proponer, asumiendo el reto de “Imaginar al mandatario ideal”, animadas por el pensamiento de Miguel de Unamuno: “De razones vive el hombre, pero de sueños sobrevive”.
Dada la importancia que tiene el contextualizar los textos que leemos de épocas distintas a las nuestras, hemos fundamentado nuestras apreciaciones en los conocimientos que se nos han impartido en algunas clases sobre las culturas que han hecho aportes al desarrollo del pensamiento y que con su legado, han enriquecido nuestra cultura occidental. Tal es el caso del pueblo griego de la antigüedad, que estaba conformado en su mayoría, por personas íntegras, que tenían una educación muy intelectual y humanista. Uno de los arquetipos de esta cultura, está representado en el filósofo Platón, quien en uno de sus famosos diálogos: “La República”, plantea el tema sobre el tipo de mandatario que debe direccionar un estado ideal, como así lo afirma: “Vosotros, ciudadanos del estado, sois todos hermanos. Pero la divinidad, cuando os moldeó, puso oro en la mezcla con la que se generaron aquellos capacitados para gobernar, siendo de tal forma del más alto valor”.
Al igual que Platón, pensamos que los gobernantes deben ser los hombres dotados de las mejores calidades humanas; individuos con mayor capacidad innata, que no improvisen sus actuaciones; que por naturaleza sean éticos y firmes en sus convicciones. Según él, el gobierno de los filósofos es el único capaz de gobernar bajo la luz de las ideas, luz que solo puede ser alcanzada por la inteligencia. Entonces, el mandatario ideal, es el que profundiza, investiga, busca las causas y los efectos de las causas naturales, especialmente las que atañen al hombre y que están dentro del campo de la filosofía política, que tiene como estudio cuestiones fundamentales relacionadas con el gobierno, la política, la libertad, la justicia, la propiedad, los derechos, la autoridad.
La cultura política, sumada ésta a una educación integral, son pilares en la formación de un dirigente.
Platón, en “La República”, hace énfasis sobre este aspecto: “El proceso educativo, tiene al mismo tiempo que un objeto formativo la misión de determinar qué tipo de alma predomina en cada individuo, es decir, su naturaleza”.
Retomando el objeto formativo al que hace referencia Platón, consideramos que la formación del mandatario ideal, debe estar cimentada en los valores personales, que deben ser congruentes con sus discursos y con sus acciones; es decir, el dirigente debe tener claro que “Las palabras convencen, pero el ejemplo arrastra”.
Citando a otro gran pensador griego como lo fue Sócrates, filósofo de la ética y de la moral, encontramos en sus apreciaciones, la necesidad que tenemos los seres humanos de reconocernos como seres espirituales, con trascendencia; seres que somos componentes de cuerpo y alma, aspecto que debe tener presente un mandatario que entiende como Sócrates, que una sociedad que solo atiende a las necesidades materiales básicas, será una sociedad demasiado vacía, pues los seres humanos necesitamos también satisfacer otras tendencias propias de nuestra naturaleza, que tiene que ver con las artes, los deportes y los goces espirituales que alejan a los individuos de los malos hábitos y vicios destructivos a los que lleva el ocio, el desempleo y la falta de oportunidades.
Con esta mentalidad, un gobernante ideal se haría popular, no populista por pensar en las necesidades e intereses de sus gobernados. La justicia, es otra de las apuestas de Sócrates y debe serlo también para el hombre al que se le delega la dirección de un pueblo, pues para un mandatario justo, debe prevalecer el interés por el bien común antepuesto al bien individual. Es así como se convierte en un ser equitativo, que da a cada cual lo que le corresponde, sin generar conflictos por las desigualdades sociales.
El mandatario ideal, debe ser ilustrado sobre los principios de un estado social de derecho que propone fortalecer los servicios y garantizar derechos para mantener un nivel de vida digno, necesario para la participación de las personas como miembros plenos de la sociedad y que deben estar asistidos en la salud, la educación pública, el trabajo, la vivienda; en las discapacidades. Esta asistencia debe cobijar también y de manera preferente a los niños y a los adultos mayores. En síntesis, el gobernante debe garantizar los derechos sociales, mediante su reconocimiento en la legislación, evitando la exclusión y la marginación. Si quien tiene a su cargo la dirección de un gobierno, aplica estos principios, será también un gobernante carismático, ya que contará con la aceptación de las personas que han confiado en él al elegirlo.
El mandatario ideal debe reconocerse como un ser político, que concibe la política como la actividad de los que gobiernan, teniendo de presente los asuntos que afectan a la sociedad o a un país, definición que hemos tomado literalmente por su carácter específico, pues consideramos que Aristóteles, gran estudioso de las cuestiones sociales y políticas, tuvo mucha razón al considerar al hombre como un “Zoon Politikón” (Animal Político), que necesita de sus congéneres para sobrevivir. Este postulado lo reafirma así: “El porque sea el hombre un animal político, más aún que las abejas y todo otro animal gregario, es evidente, la naturaleza – según hemos dicho – no hace nada en vano; ahora bien, el hombre es entre los animales el único que tiene palabra”.
Quien desarrolla el ejercicio político, va más allá de entender la política solo como “La ciencia que trata del gobierno y la organización de las sociedades humanas, especialmente de los estados”. De ahí la importancia de que un mandatario este en contacto con su gente, que se “unte de pueblo” como suele decirse; que sea un ser conciliador sin perder su autoridad y autonomía frente a la toma de sanas decisiones que vayan encaminadas al bien común. No compartimos aquí la rigidez con que Nicolás Maquiavelo, concibe al gobernante, elevándolo a la categoría de príncipe, el que para mantener el poder, debía recurrir a la fuerza sin escrúpulos, sin ética, sin moral, porque para él: “El fin justifica los medios”, pues un estado fuerte era sinónimo de felicidad. Contrariamente a la teoría maquiavélica, nuestro mandatario ideal debería apropiarse de las virtudes de la que adolece el príncipe.
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