A todas estas y luego de tanta verborrea politiquera, demagógica y poco creíble, me quedo con la graciosa frase de un ciudadano del común: "Es mejor no tener alcalde". La jocosa conclusión es descabellada, pero la dijo alguien de a pie, medianamente informado y a la vez desencantado de la tradicional forma de ver cómo se hace proselitismo y cómo se gobierna. Le doy un poco de razón. A la larga se trata de su libertad de expresarse.
Ante el impredecible resultado de las elecciones que se avecinan, creo que ninguno logra vencer el escepticismo de los ciudadanos. "Cualquiera que gane nos va a fregar como todos", "de todas maneras al día siguiente vamos a madrugar a trabajar", "nada va a cambiar"... Y a quienes se hayan hartado de escuchar promesas, como nos toca a los periodistas por nuestro trabajo, podrían pensarlo dos veces para ir a desgastar la democracia en asuntos tan banales como elegir al siguiente que gobernará con sus amigos y para sus amigos, priorizando sus intereses, mientras que el hueso que quede es para los perros (léase presupuesto participativo).
Así fue, es y serán las futuras elecciones. Los únicos días en los que se llenan de agua la boca los dirigentes diciendo que son triunfos de la democracia. Luego, las decisiones más importantes, los presupuestos más altos y los contratos más onerosos y hasta leoninos se asignan en complejos procesos, haciendo cumplir rigurosamente la frase popular: "hecha la ley hecha la trampa", o más elegante aún "doble la ley tanto como pueda sin que se rompa".
Finalmente, de lo que se trata es de gobernar con los amigos y para los amigos, aunque legalmente sean los mandatarios de un territorio y de los ciudadanos que lo habitan.
Ese será el verdadero resultado de la próxima jornada electoral. La competencia es por la rosca, pero metiendo siempre al pueblo en el discurso. Un viejo verso contestatario dice: "Suben a sus puestos y del pueblo no se acuerdan, suben a sus puestos y se autosecuestran". Es la definición fundamental de lo queridos que son los políticos en campaña y la forma cómo se encierran luego en sus oficinas gubernamentales. Para llegar a ellos hay que pasar un verdadero muro de Berlín. Si no los alabas en sus pedestales eres indigno. Si dices algo que no les gusta eres tu el que miente. Recordemos que en el bus de la victoria solo caben los funcionarios y contratistas del gobierno de turno, pero nunca todos los que lo eligen.
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