¿Alguien quiere hacerlo? Como para salvar la democracia, maestro. Nos han dicho recientemente (María Carolina Giraldo, en La Patria -http://tinyurl.com/92g79nj-, y Elisabeth Ungar, en el El Espectador -http://tinyurl.com/9ouskly-) que si los partidos políticos, al menos en Colombia, funcionaran como debieran, quizá las consultas internas del pasado 30 de septiembre hubieran tenido algo de éxito.
Ellas valoran, directa o indirectamente, las épocas en las que era posible diferenciar ideológicamente a un movimiento de otro, y primaba la coherencia, o al menos este era un valor que se tenía en cuenta. Y proponen que volvamos a esos buenos tiempos de la mano de reformas al sistema electoral y, sobre todo, de los líderes de las colectividades, que deben recapacitar y dejar de ser mañosos y clientelistas, por lo menos.
Mi pregunta es: ¿nos cabrá algo de responsabilidad a los electores? Si aquí los corruptos han pervertido la forma de hacer política, como lo sabemos, también debemos aceptar que les hemos respondido con votos. Y que los partidos poco o nada nos importan. ¿Quién quiere pertenecer a uno?
Bien lo dice Giraldo: “En estas latitudes nos resulta más fácil apoyar a un mesías o caudillo, de manera casi fanática, que construir lo público a partir de las ideas y el debate”. Así lo hacemos con ellos, los de las tejas y las lentejas y los almuerzos y los bultos de cemento y las puertas de baño, porque también dan puertas de baño. Y puestos, muchos puestos.
La necesidad, por un lado, hará que muchos de los electores les sigamos dando el voto al mejor postor, no al más coherente. Difícilmente, a la gente que pasa hambre se le puede pedir que confíe en ideas y no en mesías, si para eso se crearon los mesías.
Pero no es algo solamente de necesidad, situación que podría ser explicable. También es un asunto de lo que tan asépticamente llaman los académicos cultura política, que no es otra cosa que aquellos hábitos que hemos aprendido a lo largo de los años alrededor de la forma como se construye lo público. Y aprendimos que eso, a punta de partidos, no es. Porque no nos estaremos muriendo de hambre, pero nuestro amigo el concejal, el diputado, el congresista, el alcalde, precisamente, porque es nuestro amigo lo apoyamos, y él ya sabrá cómo retribuirnos el favor en algún momento. Y ahí está el voto.
¿O me dirán que no, por ejemplo, una buena parte del grupo de electores de los dos concejales de Manizales que en el periodo 2008-2011 fueron de Apertura Liberal y hoy son de La U? ¿Dirán que no los electores de quienes saltaron del yepismo al sierrismo, y viceversa? ¿Dirán que no los electores que votaron el año pasado por los candidatos en Caldas de Afrovides y MÍO, y que en campañas anteriores los habían apoyado, seguramente, con la camiseta de otro color político?
¿Querremos, entonces, pertenecer a algún partido (¿amarrarnos?) a sabiendas de que nuestros amigos, como un día están aquí, al otro día saltan allá, en busca de escampadero, y son de ellos de quienes dependeremos en determinado momento?
Hay más razones, para las que doy otro ejemplo: un compañero de la universidad que alguna vez me anunció que votaría al Senado por Jorge Enrique Robledo, del Polo, porque le gustaban sus ideas y talante, y por Mauricio Lizcano, de La U, a la Cámara, por apoyar la juventud; seguramente mi amigo no estaba interesado en pertenecer a un partido político, no porque se estuviera muriendo de hambre o porque sabía que alguno de los dos políticos le ayudaría en caso de necesitarlo, sino porque padece de, qué sé yo cómo se llame, ¿indefinición ideológica?, ¿falta de carácter para determinar que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa? Es algo propio de buena parte de nosotros, los electores: que no nos importan los partidos porque, simplemente, no comprendemos por cuáles ideas estamos votando. Porque no sabemos lo que va del Polo a La U, sin querer decir acá que uno sea mejor o peor que el otro.
Y, por último, digamos que un grupo de nosotros, los electores, tuvo la idea de pertenecer seriamente a un partido, y se metió al que más recientemente planteó una esperanza de coherencia, el Partido Verde, después de probar otras dosis de esperanza o de, simplemente, de no haberse atrevido a probar nada nunca porque en todas sus vidas no se habían identificado con nada. Y llegaron al Partido Verde y se encontraron con que aquellos que en campaña los lideraron para tirarles puyas a los continuistas terminaron, después de la derrota, aliados con estos, a su lado, de gobiernistas (continuistas). Entonces ese grupo de electores dijo, con razón: ¿para qué pertenecer a un partido político?
Y la pregunta sigue vigente: ¿alguien quiere, en Colombia, pertenecer a un partido político como debe ser? Es decir, para actuar públicamente y con convicción con base en sus ideas, claramente diferenciadas de otras propuestas, si hablamos, claro está, de un partido serio.
¿Alguien quiere? Porque el dilema es este: sin partidos políticos de verdad es difícil contar con una democracia seria y fuerte.
Nos hablamos en @chernandezoso.
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