Una de las desventajas de haber estudiado filosofía es tener que lidiar con la pregunta habitual de la gente: ¿eso para qué sirve? Ella puede ser formulada de diferentes maneras, pero casi siempre está acompañada de un tono despectivo que revela la verdadera preocupación del que la hace: este tipo se va a quedar pobre. Es indiferente la ocupación u oficio del que pregunta, pues casi todos, sin importar si son taxistas, administradores de empresas, porteros, abogados o médicos –aunque algunos médicos suelen tener cierta inclinación auténtica hacia la filosofía–, tienen la misma inquietud: ¿usted de qué va a vivir?
Su pregunta es bastante incómoda, especialmente porque yo también la tengo, con respecto a ustedes, ¿o quién puede asegurar que tiene el sustento asegurado por el solo hecho de haber estudiado una determinada profesión, o conocer un oficio en particular? Las profesiones “extrañas”, como la filosofía, la literatura, la antropología o la música, son, por así decirlo, el chivo expiatorio del miedo generalizado a la pobreza o, de manera más precisa, a la no-riqueza. Y aunque todos saben, de sobra, que la mayoría de abogados, taxistas, médicos, porteros o ingenieros, en la actualidad, no son ricos, y muchos están desempleados, se escandalizan al escuchar a un joven que pretende estudiar historia.
Parece, entonces, que hay algo aparte del factor ecónomico que les incomoda. Quizá sea la sensación de inutilidad, complejidad y poca practicidad, como si estuviera mal dedicarse a una actividad ociosa. Es cierto que la mayoría de los que estudiamos cosas como filosofía, música o artes plásticas lo hacemos por gusto, y es común que las personas solo sientan que trabajan, en realidad, cuando lo que hacen disgusta y es tedioso. También es cierto que muy pocos de los que estudian una carrera de artes o humanidades se preocupan por la actividad en la que se van a desempeñar laboralmente, eso es secundario, porque el solo hecho de aprender lo que ofrecen esas disciplinas es un objetivo. Y ese romanticismo, como lo llaman muchos, es imperdonable según los criterios comunes.
Pero hay otro motivo por el cual la gente le pregunta a un estudiante de literatura o filosofía, con displicencia, que eso para qué sirve: en realidad, temen que se vuelvan raros –o profesores: ciudadanos de tercera categoría, según el criterio común–. Para la gente, los profesionales de las artes y humanidades son extraños, eso es evidente. Y lo raro, como siempre, es perseguido porque amenaza las certezas y los prejuicios. Los humanos siempre intentamos estar lo más seguros, lo más cómodos y estables, por eso las modas, para que las personas sean parecidas y, de ese modo, todo sea más fácil. El problema más grande que la gente suele tener con los filósofos, literatos, antropólogos, sociólogos, psicólogos y artistas, en general, es que dudan de los criterios comunes, ponen problema por cosas que se suelen dar por sentadas o resaltan aspectos que parecen triviales. De ahí que la mayor parte de la población les tenga pereza y sean las últimas personas con las que les agradaría tener una conversación.
Todos los motivos que se han expuesto se sintetizan en la siguiente pregunta, formulada con displicencia: ¿usted de qué va a vivir? Pues sorprende que haya quienes no consideren eso como la prioridad número uno, que pretendan distanciarse, así sea un poco, de la preocupación animal por la siguiente presa; que así no puedan escapar a la necesidad de alimentarse, no piensen todo el tiempo en comida.
PAC
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015