“Existe una relación directa entre el arte y la clase social. El único arte auténtico, verdadero, progresivo, es el arte de una clase en ascenso”, Herbert Marcuse.
Andrés Rodelo
Publicado en la revista Kinetoscopio No. 108 (Medellín, octubre-diciembre / 2014).
©Centro Colombo Americano de Medellin, 2014.
Un héroe con lentes de sol encabeza una revolución en contra de una realidad ilusoria, establecida con el ánimo de preservar el ‘statu quo’. No, no les hablo de Matrix (The Matrix, 1999), aunque ya puestos se antoja irresistible encontrar en la cinta de los hermanos Wachowski una voluntad revisionista de los planteamientos trazados once años antes por Están Vivos (They Live, 1988), de John Carpenter.
Ambas obras han devenido en objetos de consulta dignos para programas de filosofía y sociología, en contra de todo pronóstico. ¿Qué ha hecho entonces que estas piezas del cine ‘pop’, afines a los registros del cine de acción y de ciencia ficción, sean hoy sustento de investigaciones académicas?, ¿en qué momento el cine de espectáculo fue merecedor de ser estudiado?, ¿el cine serio no era otro?
Tal vez sea gracias a que las dos no son solo patadas en escenarios distópicos, sino también vivos ejemplos de la tradición marxista del arte como reflejo de la lucha de clases (el arte como registro de una clase en ascenso) y de la búsqueda de la verdad ante la sospecha de que la realidad es una quimera diseñada por una mente maestra, en la línea de lo expuesto por el Discurso del Método, de René Descartes.
Tráiler de Están Vivos, cuyo nombre original es They Live.
O tal vez sea gracias a sujetos como Slavoj Žižek, filósofo y sociólogo esloveno convencido de que “los éxitos de taquilla de Hollywood pueden verse como indicadores de las problemáticas ideológicas de nuestras sociedades”1, en contraposición a la mentalidad que declara a la cultura popular como anticultura.
Pues es precisamente Žižek quien dedica a Están Vivos un fragmento de la Guía Ideológica para Pervertidos (The Pervert's Guide to Ideology, 2012), un documental en el que comparte una serie de reflexiones ligadas a varias películas. En el apartado correspondiente a la cinta de Carpenter, el intelectual asevera que la obra constituye una muestra clara del concepto de libertad como equivalente al dolor.
Una idea cristalizada en la resistencia de Frank a colocarse los lentes de sol, que su compañero John Nada le asegura sirven para despertar de la dominación a la que es sometido por una raza de alienígenas capitalistas. “Mira, tengo un trabajo. Solo sigo caminando por la línea blanca. No molesto a nadie. Nadie me molesta. Deberías hacer lo mismo”, declaración conformista con la que opta por no rebasar los límites del engaño ante lo dolorosa que pueda llegar a ser la verdad-libertad.
El contexto
En diálogo con Matías Orta, autor del libro Encerrados toda la noche: El cine de John Carpenter, el crítico argentino interpreta el trasfondo del filme como “una sátira del gobierno de Ronald Reagan. Un mundo dominado por ‘yuppies’, por sujetos que se enriquecían alarmantemente mientras muchos se hacían cada vez más pobres”.
Razón no le falta si traemos a colación las políticas neoliberales y anticomunistas que marcaron los dos mandatos del expresidente de EEUU. Una forma de gobernar que John Carpenter, simpatizante de la izquierda, expuso a través de un prisma de contenido ideológico nada disimulado, que se mofaba de la corrección política y del puritanismo consustanciales a la mentalidad católica de la postura conservadora, con cínicas declaraciones puestas en boca de los alienígenas, tales como: “Directores como George A. Romero y John Carpenter deberían moderarse”.
Fue así como el relato de ciencia ficción A las ocho de la mañana, del escritor Ray Nelson, constituyó el empujón definitivo para hacer una adaptación al servicio de un ‘working class hero’ llamado John Nada: ejército de un solo hombre, justiciero de escopeta en mano y leñadora entre pecho y espalda, defensor de los pobres y de los oprimidos, dispuesto a convertirse en un mártir de la causa que representa.
Cabe recordar que El Príncipe de las Tinieblas (Prince of Darkness, 1987) es la cinta que precede a Están Vivos en la filmografía del director neoyorquino, un dato que no es baladí si tenemos en cuenta que el filme postula la incapacidad de la religión y la ciencia en su tarea de lidiar con lo sobrenatural.
Así mismo, La Cosa (The Thing, 1982) gira en torno al aprieto de un grupo de científicos que intenta neutralizar desesperadamente a un parásito alienígena. Es decir, las películas de Carpenter formulan cuestionamientos a autoridades sociales como la ley, la ciencia o la religión, pero desde el terreno del cine fantástico, refutando la cualidad escapista atribuida a este género, a raíz del distanciamiento de los límites terrenales que, supuestamente, producen sus tramas irreales.
Carpenter no es solo invasiones alienígenas, ‘animatronics’ de látex, vampiros o espectros de piel pálida. Hablamos también de una aproximación a fenómenos socio-culturales que poco o nada tienen que ver con escapar de la realidad, sino con todo lo contrario. Es en esta mezcla donde radica la grandeza de su genio.
Citas.
1. Slavoj Žižek, ‘Dictadura del Proletariado en Gotham City’, Batman desde la periferia, Alpha Decay, 2013, p. 187.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015