Luis Francisco Arias B.
LA PATRIA | Manizales
Despedir a Gabriel García Márquez debería ser solo un ritual de lectura y relectura de su obra. No hay mejor manera de evocar la grandeza de su genio literario.
Sin embargo, no sobra tratar de buscar sus raíces de escritor en el lugar en que nació y pasó los primeros 8 años de su vida, los cuales le marcaron el alma al punto de que siendo aún muy joven tenía claro que escribiría una novela que llamaría La Casa, y que luego se convirtió en Cien años de soledad.
Ese viaje a la génesis de su inspiración artística es lo que puede lograrse al ingresar y recorrer la Casa Museo Gabriel García Márquez, en Aracataca (Magdalena), cuyas paredes y corredores vieron llegar al mundo el 6 de marzo de 1927 a quien se convertiría 55 años después en Premio Nobel de la Literatura.
La vivienda perteneció a sus abuelos maternos, el coronel Nicolás Ricardo Márquez Mejía y Tranquilina Iguarán. Fue allí donde llegó un día su hija Luisa Santiaga sin su marido y a punto de dar a luz a un bebé que llamaría Gabriel José de la Concordia García Márquez.
Tiempo después, en 1950, la casa pasó a ser propiedad de la familia Iriarte Ahumada, de procedencia panameña. El poeta cataquero Rafael Darío Jiménez, siendo un niño, jugó varias veces con sus amigos en ese lugar sin saber aún acerca de su pasado y su importancia. Fue luego, cuando Gabo comenzó a hacerse famoso, que turistas extranjeros empezaron a preguntar acerca de la vivienda natal del escritor.
Metáfora del espacio
Jiménez, quien se considera un buen heredero del legado del Nobel, hizo parte hace nueve años del equipo que lideró la restauración de la Casa Museo, que para esa época estaba en ruinas. Tres años después, luego de superar obstáculos, se logró que el lugar alcanzara la apariencia actual, siguiendo las descripciones del escritor en Vivir para contarla, y tras invertir cerca de $1.216 millones del Ministerio de Cultura.
El proyecto de restauración, que es en realidad una metáfora de la construcción original, fue liderado por los expertos Juan Carlos Rivera, Ernesto Moure Erazo y Patricia Caicedo, y el guión museográfico fue escrito por Alberto Abello, Patricia Iriarte y Ariel Castillo, con la activa participación del poeta Jiménez desde la dependencia de Cultura de Aracataca.
Jiménez fue en encargado, en buena parte, de ponerle la “carreta” al museo, como él la llama, para que el visitante encuentre en cada espacio la relación del lugar con la obra del escritor. También consiguió los baúles, los sillones, la pianola y demás elementos decorativos y de mobiliario, al estilo de los que se usaban a principios del siglo pasado, para imprimir el ambiente de la época de la infancia de Gabo.
Con este fin se acudió a toda clase de fuentes históricas, literarias, testimonios, exploraciones arquitectónicas en el terreno y, desde luego, las recomendaciones del célebre escritor, fallecido el pasado 17 de abril. El área está dividida en tres casas y un auditorio, todos pintados con cal blanca, y en medio de áreas verdes. La idea es que también sea lugar exposiciones, proyecciones de cine y conferencias.
Hoy la responsable de la administración y mantenimiento del museo es la Universidad del Magdalena, bajo la tutela del Museo Nacional. “La idea es que ahora lleguen paisas, árabes, gringos… no importa de dónde vengan, porque así nació Aracataca desde cuando vino la United Company”, expresa el poeta cataquero, quien hoy vuelve a recorrer con nostalgia la casa y a releer con emoción la obra del hombre que le dio gloria a su pueblo.
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