
José Navia Lame
Colprensa | LA PATRIA
Esta mañana de jueves la niebla amaneció más densa que de costumbre en el valle de Cocora. Al caballo que me lleva hacia el mirador de Las Palmas le brota el vaho por las narices, mientras ascendemos por una trocha desde donde se divisan las siluetas, esbeltas y altísimas, de las palmas más cercanas.
Al caballo no le pudieron hallar un nombre más obvio. Lo llaman ‘Corcel’. Es un azabache de buena alzada, pero mañoso. Intenta pararse donde se le da la gana a mordisquear la hierba.
‘Corcel’ es uno de los 257 caballos que en temporada alta pasean a los turistas por las cuatro rutas ecológicas que ofertan en el valle de Cocora, en el municipio de Salento, Quindío, a unos treinta kilómetros de Armenia.
La mayoría de los visitantes son extranjeros. Llegan atraídos por el paisaje del valle de Cocora y por las construcciones de bahareque, gracias a las cuales la cadena CNN en español ubicó a Salento en el puesto séptimo entre los diez pueblos del planeta más interesantes para los aficionados a la arquitectura.
El trayecto entre Salento y el valle de Cocora se puede hacer en camperos que parquean en el parque principal. Cobran 3500 pesos. El recorrido demora unos veinte minutos por una carretera pavimentada, pero solo pueden llegar hasta la zona de camping y de restaurantes.
A partir de allí únicamente se permite transitar a pie o a caballo. Todos los días, en promedio, arriban unos 150 turistas a este lugar, ubicado en las estribaciones de la cordillera central, y reconocido por sus paisajes montañosos y por ser la cuna de la palma de cera, el árbol nacional.
Las palmas se comienzan a ver unos kilómetros antes de llegar al valle, en medio de los potreros de las fincas ganaderas. La mayoría de las palmas que sobreviven dentro de las haciendas tienen más de cien años. Están en su último ciclo de vida, de modo que cuando estos ejemplares mueran, el árbol nacional desaparecerá de la parte baja del valle.
El día anterior, Jaime Arias García, ambientalista de la Fundación Bahareque, me había explicado que en esta zona no existen generaciones de palma debido a que el ganado pisotea o se come los cogollos que puedan brotar de las semillas esparcidas por el viento.
De modo que si la intención es ver el esplendor de la palma de cera es mejor alquilar un caballo y conseguir un guía que lo adentre en alguno de los recorridos ecológicos, que pueden demorar entre una y cinco horas.
Megaobras en las montañas

Con solo pasar unos minutos en esta región es fácil entender por qué grandes inversionistas le tienen echado el ojo a Salento. Aunque existe cierta prevención para hablar del tema entre habitantes y funcionarios, el alcalde del municipio, Miguel Antonio Gómez, me dijo, unos días después de este recorrido, que al menos siete empresas, nacionales y extranjeras tienen la intención de promover megaproyectos agroindustriales y hoteleros en este municipio.
A los ambientalistas y dueños de pequeños restaurantes, especialmente, les causa cierta preocupación que algunos de sus paisanos, que ven con buenos ojos estos proyectos, afirmen que Salento podría convertirse en el ‘Dubai de las montañas’, como lo denominó alguno de ellos durante una reunión en la que se debatía el futuro del municipio.
Dubai, uno de los Emiratos Árabes, se convirtió en una de las ciudades más modernas del mundo en menos de 60 años gracias a sus yacimientos de petróleo y gas; su población se multiplicó por diez y el desarrollo urbanístico sigue imparable. Hoy, buena parte de su economía depende del comercio y del turismo.
En Salento no hay petróleo, pero su potencial turístico ha desatado algunas iniciativas para desarrollar megaconstrucciones en medio de las montañas.
Al despacho del alcalde, por ejemplo, llegó la solicitud de una empresa lechera que necesitaba 200 hectáreas para desarrollar un complejo agroindustrial y turístico, según cuenta el propio funcionario.
“Me ha llegado mucho proyecto de urbanización a gran escala; vienen hoteles de cinco estrellas, centros de convenciones, parques, teleféricos, chalets, centros de convenciones, centros comerciales”, dijo el alcalde, Miguel Antonio Gómez, quien asegura que algunos de estos proyectos provienen de inversionistas españoles.
Uno de los proyectos más conocidos es el Ecoparque Tu País, que algunos medios locales dan como un hecho y que, incluso, tiene una página web con un video que el que una voz en off afirma: “Salento es el lugar donde surge el Ecoparque Tu País”.
Este proyecto incluye, entre otras cosas, un hotel de cinco estrellas para 400 personas, una torre de guadua de 47 metros de alto, restaurante internacional con pista para eventos equinos, tres piscinas, veinte atracciones turísticas y un teleférico de más de tres kilómetros que iría de la Autopista del Café al área urbana de Salento.
Otro de los proyectos es una clínica con la tecnología más avanzada en tratamientos estéticos, con áreas especiales para recuperación de pacientes. El costo de algunos de estos proyectos alcanza los 50 millones de dólares, dice el alcalde.
Todas estas iniciativas de la empresa privada, sin embargo, están frenadas por ahora porque el esquema de ordenamiento territorial del municipio y las normas ambientales que rigen en Salento son estrictas y no permiten estos desarrollos. En la zona urbana, por ejemplo, se prohíbe la construcción de edificaciones de más de dos pisos y en algunos sectores rurales solo están permitidos la ganadería, el camping y los restaurantes.
Sin embargo, por estos días hay polémica en Salento. El Esquema de ordenamiento territorial se está revisando y existen opiniones en favor de que se liberen áreas del municipio para permitir desarrollos turísticos de cierta dimensión.
Los guerreros de la palma 
El sol de la media mañana empieza a diluir la neblina mientras ‘Corcel’ sigue ascendiendo por la trocha. Transitamos por la parte alta de la finca ‘El puesto’, llamada así porque allí existió un puesto de carabineros de la policía, cuenta César Alzate, el guía.
Dice que la depredación del cogollo de la palma se acabó en los últimos años, gracias a las sanciones impuestas por las autoridades ambientales, que incluyen multas hasta de diez mil salarios mínimos y seis años de cárcel.
Pero por la época de Semana Santa, miles de palmas fueron arrasadas por comerciantes que las vendían el domingo de ramos en plazas de mercado y atrios de las iglesias para que los feligreses celebraran la llegada de Jesús a Jerusalén.
Alzate es tecnólogo ambiental del Sena y desde que guía excursiones en Cocora se dedicó a estudiar sobre la palma de cera en los archivos de la Casa de la cultura de Salento y a hablar con los ancianos del pueblo.
Así supo que antiguamente los campesinos usaban el tronco de la palma –que llega a medir hasta 50 metros– para construir canales por las que transportaban en agua. También aprendió que el loro orejiamarillo, la especie emblemática de la región, vive en el tronco de la palma, en nidos abandonados por el pájaro carpintero.
Por el mismo sendero que va hacia el mirador de las palmas, cabalgan otros viajeros. Los mochileros prefieren hacer los recorridos a pie. Tienen fama de que no compran nada en los restaurantes ni alquilan ningún servicio. “Suben con una botella de agua y un banano y con eso pasan el día”, dice la dueña de un restaurante.
Antes de iniciar la cabalgata hablé con Luz Estella Rodríguez, dueña del restaurante Valle Hebrón y de la reserva natural que lo rodea. El restaurante funciona en una casa de madera de dos pisos, donde ofrecen trucha y patacones como plato principal.
Luz Estella Rodríguez lidera un programa llamado ‘Los guerreros de la palma’. Son unos veinte niños y adolescentes de colegios del Quindío y Bogotá que viajan cuatro veces al año a Cocora a sembrar palmas con el objetivo de repoblar una parte del valle.
“En los ocho años que lleva el programa hemos sembrado 7280 palmas”, dijo Luz Estella Rodríguez, quien me explicó que las palmas necesitan muchos años para llegar a la adultez. En la parte trasera de su restaurante, por ejemplo, hay una palma de diez años y apenas sobresalen las hojas de la tierra. Se requieren al menos veinte años para que comience a consolidar el tronco.
El hijo de Luz Estella Rodríguez, Juan David Silva, de 15 años, hace parte de ‘Los guerreros de la palma’. Contó que la idea del grupo comenzó un día en que él estaba recogiendo semillas de palma con un primo. Posteriormente invitaron a otros niños de Salento a vincularse al colectivo, aprendieron a organizar viveros y han sembrado también palma, carbonero, cedro negro, sauco y nacedero en la orilla del río Quindío.
La alcaldía de Salento también tiene programada la siembra de noventa palmas de dos metros de alto, donadas por el Jardín Botánico de Quindío. La jornada se llevará a cabo a mediados de junio en algunas fincas de Cocora.
Por fin, unos cuarenta minutos después de iniciar la cabalgata, llegamos al pie del mirador de las palmas, que está casi a la misma altura de Bogotá. La última pendiente, de unos cuarenta metros, toca hacerla a pie. A lo lejos, mucho más arriba, se ven los bosques de palma cubiertos por manchones de neblina. En esa zona –dice el guía– se veían en alguna época pumas y ojos de anteojos. Nadie los ha vuelto a ver, aunque del puma se tiene noticia cuando ataca a los terneros de alguna finca.
Una llovizna leve anuncia que, al menos por ahora, el día no se va a despejar. Sopla una brisa fría. Desde el mirador se ven las faldas de las montañas salpicadas de palmas de cera. Hay quietud y silencio. Solo se escucha el canto del carriquí y de otros pájaros de la región. Todo esto explica por qué los inversionistas privados le echaron el ojo a Salento y al valle de Cocora.
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