LAURA SÁNCHEZ
LA PATRIA | MANIZALES
Sus novelas son como ella, directas, profundas pero sencillas, llenas de sus propias experiencias y visiones de mundo. Piedad Bonnett es la valiente escritora colombiana que contó sobre la enfermedad mental de su hijo y su suicidio, en el libro Lo que no tiene nombre.
Su época de docente fue maravillosa, pero abrumadora. Dice que el Dios católico la abandonó, Dostoievski dio vía libre a su vocación de escritora y la música la conecta a su hijo.
- Usted sale de Amalfi (Antioquia) desde los 7 años. ¿Cómo lo ve después de la barbarie que sufrió?
Volví a Amalfi con los ojos muy abiertos a ver qué encontraba, qué recuperaba. Sentí emociones muy profundas, muy tremendas. Recordé mi propia infancia con mucha emoción porque esos primeros años fueron definitivos. Lo encontré muy transformado, muy destruido arquitectónicamente como casi todos los pueblos colombianos. Es una tristeza. Atravesado en su historia por esa violencia de distintos factores, porque hubo guerrilla, pero también paramilitarismo muy fuerte. Sin embargo, me encontré con gente muy valiosa, luchadora, con un mundo que se puede penetrar hasta un momento, porque el trasfondo es difícil aprenderlo.
-¿Cómo es su relación con Dios?
Depende de qué Dios, porque el dios del cristianismo católico ese me abandonó hace mucho tiempo, o él me abandonó a mí. De manera que yo tengo una espiritualidad de otra índole, yo no soy una creyente religiosa, pero creo en un orden, en una especie de misterio final que no logramos desentrañar. Eso es lo que nutre mi poesía y le da sentido a mi cotidianidad.
¿Por qué usted dice que las monjas son seres perturbadores?
Lo fueron en mi infancia. Me parece muy triste eso de renunciar al mundo desde la juventud y renunciar al amor, a la maternidad, me parece antinatural. Además de eso, lo que viví en mi infancia es que esas personas no tienen alegría y no tienen la capacidad de comprensión de aquellos que están educando. Hay excepciones, tengo tres tías monjas y una es muy graciosa, pero por supuesto que sus vidas pudieron ser más felices si no hubieran entrado a un convento.
¿Cuáles lecturas la marcaron?
Las de mi infancia fueron definitivas. Los cuentos de hadas, los poemas que me enseñó mi mamá y los que recitó mi papá. Considero que Dostoievski es un autor que me marcó mucho y que determinó mi vocación como escritora. Hay una lista infinita, porque lo que un escritor hace es alimentarse de otro para orientar su curiosidad, una búsqueda permanente.
¿Cómo trabaja sus historias de teatro?
Comienzan marcadas por la intención del grupo con el que yo trabajo. Me dicen sobre qué quisieran trabajar y empato con mi propia experiencia, buceo dentro de mí misma y a veces hasta les hago conejo, porque lo que me propusieron ya no me interesa. No es que yo me siente en frío a escribir obras de teatro sobre algo que a mí se me haya ocurrido.
¿Cómo describe su experiencia de docente?
Como una experiencia muy estimulante, que le dio mucha energía a mi vida. Soy muy feliz ensañando porque vengo de una familia de maestro, lo llevo en la sangre. También es abrumador, pero se llevó mucha parte de mi vida, preparando y corrigiendo gasté muchas muchas muchas horas que de pronto hubiera tenido en leer más o estar más con mis hijos. Es una opción de trabajo muy digna y bella, que la volvería a escoger.
¿Esperaba que los jóvenes se conectaran tanto con su obra Lo que no tiene nombre?
No, nunca imaginé que la gente joven se interesara tanto por el libro. De hecho al principio mis lectores no eran jóvenes. El primer año eran muchos médicos, muchos padres y adultos, pero lentamente los libros penetraron en los colegios. Hoy en día estoy muy contenta porque la mayor comunicación o emotividad la recibo de gente muy joven. Me complace mucho, aunque sé que es un libro doloroso de leer sobre todo en la juventud, puede ser conciencia sobre muchas cosas. Para un escritor es muy importante tener un público joven, porque puede decir que la literatura de uno también lo es.
¿Con cuáles canciones recuerda a su hijo Daniel?
Puedo oír a los minimalistas, sé que le gustaban mucho, o Sting o alguna música de rock, de alguna manera me conmueve. En general toda la música me trae recuerdos de Daniel, porque tenía una conexión muy particular, desde que él murió escucho menos música, por ejemplo los domingos, especialmente dolorosos porque él siempre estaba ahí, entonces prefiero no oír porque sé que me va a poner en un estado de profunda tristeza.
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