
José Navia Lame
Colprensa | LA PATRIA | San Basilio de Palenque (Bolívar)
Las campanas de San Basilio de Palenque tocan a muerto en esta mañana de sábado. Hombres y mujeres pasaron la noche en vela en la casa de la finada. Se llamaba Manuela Valdés Herrera. Tenía 81 años. Sus vecinos dicen que murió de vieja y que hasta hace pocos días cantaba con Las Alegres Ambulancias, un grupo folklórico de Palenque.
Los que asistieron a su velación cantaron lumbalús, tocaron tambores y danzaron hasta la madrugada alrededor del ataúd. Ahora se arremolinan afuera de la vivienda, en una calle sin pavimentar. Adentro se escucha un CD con los tambores y cantos del Sexteto Tabalá.
Faltan pocos minutos para las 9:00 de la mañana. El cajón permanece sobre una mesa rústica de madera, alumbrado por cuatro velas blancas, bajo un cobertizo de palma improvisado en el patio trasero de la casa. Por ratos, las mujeres se lanzan a llorar sobre el ataúd. Lo hacen con tanto vigor que los ayayais, adioses y otros lamentos se alcanzan a escuchar a tres cuadras, o más cuando el viento es favorable. Las palenqueras lloran así, con toda la fuerza de sus pulmones, para ayudar a abrirle camino al espíritu del que se va. Algunos palenqueros se fueron temprano para sus casas a recuperar fuerzas para acompañar más tarde el entierro. En la calle principal varios hombres alistan tres bafles de un metro de alto. Son para despedir con música a Manuela Valdés Herrera cuando el cortejo pase rumbo al cementerio, por la vía pedregosa que atraviesa el pueblo.
Las campanas siguen doblando. Dorina Hernández, que acaba de bajarse de un carro que vino de Cartagena, luce preocupada. No alcanzó a saludar a los dolientes y ya se le hizo tarde para presidir una reunión en la sede de la Asociación de Productores Agropecuarios, Dulces Tradicionales y Servicios Etnoturísticos de Palenque (Asopraduse) a unas seis cuadras del lugar de la velación.
Algunas de las 40 mujeres socias de Asopraduse han dormido poco porque también cantaron lumbalús en la casa de la difunta. Apenas termine la reunión, regresarán a seguir cantándolos durante el sepelio. Así de alegres son los entierros en San Basilio de Palenque, un corregimiento de Mahates, fundado por esclavos cimarrones y considerado Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad.
La reunión comienza a las 9:30 en la sede de Asopraduse. Para hacer rendir el tiempo, las socias se distribuyen funciones: una decena de ellas discute dentro de la casa acerca del mercadeo de sus productos. Otras cinco se sientan afuera, bajo un almendro, a contarme la historia de esa organización, cuyas actividades han comenzado a cambiar la vida de algunos habitantes de Palenque. Sobre todo de las mujeres, aquellas que los colombianos han visto por televisión, en las calles y playas de Cartagena, con sus poncheras de frutas y dulces en la cabeza.
Ruperta Cañates Terán es una de ellas. Mientras habla, sostiene en su regazo la ponchera repleta de cocadas, bolas de maní, enyucados, caballitos y alegrías. Esta última es la reina de la ponchera. Es una bola de crispeta bañada con miel de panela, anís, limón y millo.
Ruperta, al igual que Dorina Hernández y otras 38 mujeres, hace parte del grupo de fundadoras de Asopraduse. Desde que crearon esa asociación, hace cinco años, estas palenqueras ya no tienen que irse por dos o tres meses a vender sus productos a otras ciudades, lo que implicaba dejar sus hijos al cuidado de parientes.
Ahora fabrican la mayor parte de sus dulces en la sede de la asociación. En diciembre, especialmente, empresas de diferentes ciudades les encargaron miles de sus productos para repartir a sus clientes. Cuando no hay contratos, las palenqueras viajan a poblaciones cercanas y regresan por la tarde, casi siempre con la ponchera vacía.
“Antes nos íbamos cuatro o cinco mujeres para Barrancabermeja, Neiva, Pitalito… íbamos a Antioquia, Boyacá, Arauca, Córdoba. Allá alquilábamos una casa, fabricábamos los dulces y salíamos a vender todos los días”, dice Genis Marimón, una de las dirigentes de Asopraduse. Genis tiene dos cocos en sus manos. Los compró esta mañana para hacerme una demostración de cómo se preparan las cocadas.
La costumbre palenquera de salir a vender sus dulces a sitios tan lejanos comenzó a finales en los años 30 o principios de los 40, cuando se vino una hambruna ocasionada por las plagas que destruyeron los cultivos, me contaría luego Manuel Pérez Salinas, un líder del pueblo, quien se ha dedicado a recolectar la historia de Palenque.
“Cuentan que era un gusano verde y otra plaga parecida al saltamontes. Acabaron con la yuca, el ñame, el plátano… ¡no quedó nada! A los hombres les tocó irse a buscar trabajo a las ciudades y las mujeres, cuando se vieron solas, comenzaron a rebuscarse vendiendo dulces en Cartagena y en los pueblos vecinos”, me explicaría Manuel Pérez Salinas esa misma tarde, mientras caminábamos hacia la casa de la cultura a conocer a los niños que estudian los secretos del tambor.
Mucho después de la hambruna, en los años 70, San Basilio de Palenque se hizo famoso por los puños de Antonio Cervantes ‘Kid Pambelé’. Así descubrieron los colombianos las alegrías y las tristezas del lugar donde había nacido el primer campeón mundial de boxeo que tenía el país.
Palenque no tenía carretera. Solo una trocha. Tampoco había energía eléctrica. El gobierno se las instaló a la carrera y de forma precaria. Y les llevó un televisor para que vieran las peleas de su paisano. Los palenqueros aprovecharon el cuarto de hora y pidieron acueducto, alcantarillado y un centro de salud con médico permanente. Nada del otro mundo. Muchos años después lograron algunas de esas cosas, incluida la pavimentación de dos de los seis kilómetros de la vía que comunica a ese corregimiento con la Troncal de Occidente. El resto es polvareda y baches.
Para esa época las palenqueras ya eran muy conocidas en las playas de Cartagena. Y comenzaban a explorar otros mercados para sus dulces. Dorina Hernández cuenta que algunas, incluso, se fueron a Brasil y Venezuela.
En su afán por ayudar en el sustento de sus hijos, las palanqueras se metieron sin saberlo, o sin medir el riesgo, en zonas de guerrilleros y paramilitares. Las socias de Asopraduse cuentan que a una de ellas, Miladys Salgado, la mataron en los Llanos Orientales. En el pueblo la sepultaron con cantos y tambores.
Otra, Rosa Padilla, está desaparecida desde hace 12 años. A algunas de ellas les tocó ver bajar cadáveres por los ríos, como le ocurrió a Ana Benilda Cáceres en un pueblo de Antioquia del que no recuerda el nombre.
La misma Benilda estaba vendiendo dulces una tarde en Barrancabermeja cuando oyó una detonación. Antes de que reaccionara, un hombre cayó muerto a su lado. “Me asusté y me puse a llorar como lloramos a los muertos aquí en Palenque y la gente no sabía qué hacer para que me calmara. Me decían tranquila negrita, no llore, mire que a usted no le pasó nada”, dice Benilda, una mujer grande y robusta que es pura simpatía.
La violencia y la desintegración familiar causada por la ausencia de hombres y mujeres estaban diezmando a los habitantes de este corregimiento. Hasta que en el 2005 apareció una tabla de salvación. La Unesco declaró a Palenque como Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad.
Entonces, los palenqueros entendieron que sus danzas, su lengua, su música de tambores y sus cantos fúnebres eran motivo de orgullo y no de vergüenza. Y que la producción y venta callejera de frutas y dulces era más que simple rebusque, pues estaba atada a sus costumbres ancestrales. Lo mismo ocurría con los pregones, como el de Ruperta Cañates Terán cuando camina con su ponchera por las calles de Cartagena:
“¡Caballito, cocada, enyucado… Alegría.
Alegría… con coco y anís.
Casera, cómpreme a mí,
que vengo del barrio Getsemaní…!”
Las cinco mujeres reunidas bajo el almendro cuentan que a partir de la declaración de la Unesco, los palenqueros comenzaron a hablar de recuperar la cultura heredada de sus antepasados, esclavos traídos de África que huyeron de sus amos y se asentaron en ese lugar, en las primeras faldas de los Montes de María.
Las campanas han vuelto a sonar. Y como ya les avisaron que el cortejo fúnebre comenzó a recorrer las calles, algunas de las mujeres salen de prisa hacia el parque principal. Allí se unen al gentío que camina alrededor del ataúd de Manuela Valdés Herrera. Dos mujeres danzan a los lados del féretro, que avanza lento sobre los hombros de cuatro hombres fornidos. Una botella de ron pasa de mano en mano, mientras los acompañantes del sepelio cantan al ritmo de tambores: “¡Pa’llá vamo’…! Tun tucutum tucutum… ¡Pa’llá vamo’…! Tun tucutum tucutum… ¡Pa’lla vamo’…!”
Los palenqueros que se agruparon en Asopraduce acordaron trabajar en tres frentes: agricultura orgánica, etnoturismo y fabricación de dulces. Los adultos se encargan de los cultivos. El programa de etnoturismo lo lideran los jóvenes. Han adecuado viviendas para ofrecer alojamiento a los turistas e investigadores que quieran conocer sus danzas y cantos o degustar la gallina criolla guisada en leche de coco, la mazamorra de coco y otros platos de la exquisita cocina palenquera.
Las mujeres se encargaron de los dulces. Después de todo, el dulce ha formado parte, por siglos, de la culinaria palenquera. Durante la Semana Santa, los habitantes de este corregimiento preparan, sobre todo, el dulce de guandul. Lo hacen para consumir en familia y para regalar a los vecinos. “Vengo por mi santo entierro”, dicen los visitantes de alguna casa y reciben un plato de guandul con bollo de yuca.
Desde niñas, las palenqueras ayudan a sus mamás a preparar el caballito, las cocadas y otros manjares. También aprenden a equilibrar la ponchera sobre la cabeza. Así se las ve caminar por el pueblo, sobre todo en las mañanas, cuando pasan con platones de aluminio repletos de ropa, rumbo a la quebrada donde lavan sus prendas y, de paso, comparten las últimas noticias del pueblo.
De las tres líneas productivas que fundaron los socios de Asopraduse, la de los dulces es la más activa. En los meses buenos han llegado a fabricar unos ocho mil dulces. Las socias reciben 600, 400 ó 300 mil pesos mensuales, dependiendo de las horas que le hayan dedicado al trabajo.
Todo eso no lo han hecho solas. Algunas organizaciones como Cvdivoca, que trabaja con familias pobres para mejorar el ingreso familiar y la seguridad alimentaria, y la agencia de cooperación internacional Usaid, las han capacitado en diferentes temas, entre ellos la elaboración de proyectos.
Esto les ha permitido presentarse a convocatorias que hacen entidades como el Ministerio de Agricultura y los fondos de ayuda para comunidades afro. Gracias a los recursos y la capacitación, las mujeres de Asopraduse están trabajando ahora en el reconocimiento de la marca Palenquera.
La mayor esperanza de estas mujeres, sin embargo, está puesta en Europa. A finales del año pasado enviaron muestras de sus productos a España y ya han recibido conceptos favorables. Les brillan los ojos cuando hablan de la posibilidad de vender sus dulces en los mercados del viejo continente.
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