Fotos y textos
Rubén Darío Varela
Fotos de turistas asiáticos, latinoamericanos, africanos, oceánicos y europeos, en su mayoría, exhibidas en dos grandes carteleras a un costado de la entrada del Café Museo Alto de La Mina, en Chinchiná, son pruebas de visitas de extranjeros a este sitio singular.
Esas imágenes son los mayores tesoros de César Augusto Gómez Hernández, un hombre discapacitado, apodado el Capi, que desde hace un año y medio ha convertido la vereda Alto de La Mina en un verdadero epicentro del turismo internacional, con cerca de 4.500 visitantes al año, 1.500 de ellos extranjeros.
No era para menos. Una repisa café con una colección de teléfonos de las décadas del 60 al 80, una registradora antigua, botellas de vidrio de colección, una vitrola sobre una mesa repleta de acetatos con tangos y boleros, y un radio que, según César, es el más antiguo de la región, cautivan la atención de cientos de turistas.
La colección de un considerable número de reliquias cafeteras no son el único atractivo; es solo la antesala a una exhibición que quizás sea la manera más adecuada que tiene Cesar de presentar a Colombia ante el mundo.
Para él solo basta una tostadora hecha con un sifón de cerveza de Bavaria, un molino de maíz, una trilladora elaborada con residuos de metal de la lavadora de su abuela Pastora, un pequeño televisor en el que proyecta el proceso del café y unas vasijas rosadas para que los visitantes disfruten el sabor y olor del café colombiano.
Una prueba de la gran concurrencia de turistas lo constituyó la visita de un grupo de alemanes que desembarcaron en Buenos Aires (Argentina) y, valiéndose de un carro casa, se desplazaron recientemente hacia este lugar en Chinchiná. Su huella para el recuerdo quedó en una fotografía en las afueras del museo, al que su dueño considera el "Salento de Caldas".
Un dato curioso es que cuando arribó el carro casa al café, los habitantes de Alto de La Mina sacaron las bolsas de basura a las calles creyendo que era un vehículo de basura, por su parecido.
En silla de ruedas
Una anécdota que César no se cansa de contar a quien lo visita, es la causa de que hoy esté postrado en una silla de ruedas: hace 18 años sufrió un atentado, cuando era piloto de aviones de Avianca.
Al fin y al cabo su discapacidad no es impedimento, sino que él la ve como una oportunidad. Por eso hay un ascensor que él mismo construyó en una de las paredes de su fábrica de café, un baño diseñado para discapacitados y varias rampas que permiten su desplazamiento con facilidad.
Esas son algunas ventajas con las que cuenta el Capi para seguir mostrándole al mundo el sello que identifica a Colombia, nuestro café.
Además, para él no solo se trata de fomentar el turismo en la región, también significa cumplir a cabalidad con el legado de su familia, que durante cinco generaciones han sido propietarios de la hacienda Sinaí, un lugar con historia que acopla tradiciones ancestrales.
Es un lugar que cuenta también con un hotel con ascensor en la piscina para personas discapacitadas, otro orgullo para un hombre que sigue jugando la vida por las tradiciones cafeteras.
Esta quizás sea una razón para que el devastador paso del tiempo no haya afectado aquellos teléfonos antiguos la vieja caja registradora con papel incluido o al reloj antiguo. Todos ellos siguen intactos, como el retrato de su abuelo Nancianceno Hernández, propietario de la antigua fonda que hoy ocupa el Museo Alto de La Mina, un lugar de enseñanzas cafeteras, pero sobre todo de superación y amor por la vida.
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