Buena asesoría. El sueño de ir a Europa iba a cumplirse. Los lugares históricos, los escenarios heroicos, los monumentos que son patrimonio de la humanidad, el arte que se ha admirado en fotos y videos, el roce directo con la cultura…Todo lo que nos han narrado cronistas, historiadores, filósofos, poetas y novelistas lo íbamos a tener en vivo, de cuerpo presente. Sin embargo había confusión. ¿A dónde vamos? ¿Qué es prioritario? ¿Qué puede hacerse en el tiempo disponible?
Don Eduardo, un caballero español, empresario de turismo en Medellín, como quien sentencia: “el que mucho abarca poco aprieta”, aconsejó: “Pretender en unos pocos días conocer varios países europeos, es más un desgaste físico y económico que un sueño realizado. El tiempo que se gasta en viajes, y en esperas en aeropuertos y estaciones, apenas deja espacio para la foto frente a los monumentos emblemáticos, para poder decir que se estuvo allí. Yo recomiendo un recorrido por el sur de España, en coche conducido por ustedes mismos, con un itinerario organizado para visitar las ciudades principales, en las que se puede permanecer uno, dos o tres días, según el interés de cada una, arribar de paso a lugares especialmente atractivos, viajar por excelentes carreteras y hospedarse en magníficos hoteles, de costo variable, todos muy confortables.
Además, si se tienen inquietudes intelectuales, artísticas, literarias e históricas, en el recorrido que propongo encontrarán maravillas, sin barreras de idiomas y ustedes serán dueños de su tiempo”. Así se hizo. Desde Medellín se reservaron hoteles y espectáculos, y se rentó el carro.
“Margoth”
El viaje nocturno de 10 horas, entre Cali y Madrid, permite dormir durante el vuelo, de modo que al llegar a la capital española, a media mañana del día siguiente, con seis horas de diferencia en el horario con Colombia, se puedan dejar los equipajes en el hotel y seguir derecho, para cuadrar el “reloj biológico”.
Cuando se tiene curiosidad, todo lo desconocido es interesante, porque no hay dos lugares iguales en la tierra y cada sitio tiene su sello particular, aquello que lo identifica, que le imprimen sus habitantes, según sus gustos y habilidades, y el refinamiento del proceso cultural en el tiempo. Es el caso de Madrid. Muchos siglos, y la influencia de procesos políticos y culturales, se han movido en su discurrir histórico, con la amalgama de civilizaciones, producto de conquistas e invasiones, para que de cada fenómeno quedaran vestigios, en la lengua, la arquitectura, el arte, el urbanismo y el sistema político y económico. Y en las costumbres, que en todas partes imprimen carácter, aun dentro de un mismo país.
Madrid, como todas las urbes centenarias, refleja en su urbanismo la evolución histórica, conservando en su parte central, en perfectas condiciones, las construcciones de diferentes épocas, desde las más antiguas. Su sistema vial es muy confortable, en los parques y avenidas se reconocen los personajes y episodios que identifican su trayectoria histórica y en sus museos se acumulan los tesoros del arte, desde el perfeccionismo clásico hasta las audacias modernistas. La gastronomía en toda España es de exquisita variedad y la costumbre de las tapas para acompañar las bebidas, especialmente vino y cerveza, es una revelación deliciosa y muy saludable.
Cuando se llega la hora de partir de Madrid, reclamamos el carro que estaba rentado y entra en escena el GPS, que es otro descreste de la modernidad tecnológica, porque, conectado el aparato a un sistema satelital, a través de la deliciosa voz de una señora guía al viajero por el recorrido que se le señale, hasta llevarlo a su próximo destino, con precisión impecable. A esa “señora” la bautizamos Margoth.
Lo que sigue
En todas las ciudades y poblaciones del sur de España se nota la influencia de árabes y romanos, que invadieron el país y permanecieron en él largo tiempo, suficiente para dejar honda huella de sus culturas, en palacios, castillos, conventos, iglesias y catedrales, plazas, puentes y otras obras públicas, como el acueducto romano, que se conserva maravillosamente en Segovia, un poco al norte de Madrid; y las termas, el novedoso sistema de baños que impuso Caracalla en Roma, para que después se extendiera a los dominios del Imperio.
En España, muchas grandes construcciones de residencias de nobles y de monasterios han sido adecuadas para hoteles muy confortables, conservando el encanto de su estilo, como un elemento más, que estimula la vocación turística.
Mientras sigue la ruta por el occidente de la península Ibérica, el viajero debe detenerse para ver y admirar las particularidades de cada lugar. Aunque haya una constante en la arquitectura, y en el sinuoso trazado de las calles en las partes antiguas, cada lugar tiene su propio estilo y su propia historia y casi todos son patrimonio de la humanidad, por las hondas raíces de su cultura.
En Ávila todavía revolotea la imagen de la santa y doctora Teresa, escritora y poetisa, además de fundadora de conventos, cuyo carácter se opuso a convencionalismos de la época, contra los que se enfrentó, hasta llevarlos al mismo Vaticano para que los dirimiera, no obstante tener ese halo de misticismo que le hizo decir: “Vivo sin vivir en mí / y tan alta vida espero / que muero porque no muero”; e insistirles a sus monjas que “Dios anda por entre las cacerolas”, para explicar su presencia en todas partes. A su lado, en Ávila, en la Fe y en la literatura, san Juan de la Cruz. Esta ciudad conserva intactas las murallas del siglo XI, que la protegían de los invasores. En otras partes fueron derribadas para ampliar las ciudades.
En Salamanca se respira sabiduría, como si los claustros de sus universidades aún los frecuentaran sus alumnos y maestros de tiempos lejanos: Cervantes, fray Luis de León, san Juan de la Cruz y don Miguel de Unamuno.
En Cáceres se manifiesta en la “judería vieja”, otra expresión de la amalgama cultural española: la judía. Y tiene en su arquitectura y urbanismo, como muchas otras ciudades del sur de España, manifiestos los estilos medioeval, renacentista y barroco.
Con la frontera portuguesa tan cerca, es una tentación escaparse hasta Lisboa, a la que se entra por un largo puente sobre el río Tajo (Tejo, en portugués), que, además, atraviesa toda la ciudad, igualmente llena de historia, plasmada en monumentos inmortales. Y desde allí a la vecina Cascais, interesante y encantadora.
Córdoba
De regreso a España estamos en Córdoba, cuna de filósofos como Séneca y Lucano; de fray Luis de Góngora, del pintor Julio Romero de Torres (el que “pintó a la mujer morena / con sus ojos de misterio / y el alma llena de pena”) y de Manolete. En esta ciudad, capital del Califato de los Omeya, está la maravillosa Mezquita-Catedral, antiguo templo islámico, ahora católico.
Córdoba puede recorrerse en coches turísticos, tirados por majestuosos caballos andaluces, para admirar una ciudad verdaderamente hermosa e interesante, y después disfrutar sus noches de fandangos y guitarras.
“Sevilla tuvo que ser, con su lunita plateada”, testigo de muchos amoríos, inspirados en los tablaos flamencos y en los recorridos sobre las aguas mansas del Guadalquivir, en una de cuyas orillas, a un lado del Puente de Isabel II, observamos la Torre del Oro, en la que se guardaban las riquezas que se traían de las colonias americanas, antes de llevarlo a las arcas reales, en Madrid. Inútil tratar de calcular la magnitud del “raponazo”.
Después de Sevilla, y de paso para Ronda, es de rigor detenerse en Jerez, para asistir al maravilloso espectáculo de los caballos bailadores, en el que no se sabe qué admirar más, si la belleza y majestuosidad de los animales o su adiestramiento. Después, desviarse un poco de la autopista, para pasar por los “pueblos blancos”, de hermosa arquitectura árabe, como pintados por algún pincel maestro.
En Ronda existe uno de los varios Paradores Nacionales que hay en España, el de aquí construido sobre una impresionante garganta de más de 150 metros, sobre el río Guadalevín, cerca al Puente Nuevo y a la Plaza de Toros de la Real Maestranza de Caballería, que data del siglo XVIII.
Granada, que hizo parte del Reino Visigodo de Toledo, fue la capital morisca y de allí salieron hacia la costa del Mediterráneo los últimos moros, con su rey Boabdil a la cabeza, cuando fueron expulsados de España. En esta ciudad, cargada de historia, se encuentran la deslumbrante Alhambra, palacio de los reyes nazaríes, los Jardines de Generalife y la Catedral, con la Capilla Real, mausoleo de los Reyes Católicos y de sus hijos, Juana la Loca y Felipe el Hermoso.
Desde Granada, camino de Cuenca, se recorren la campiña andaluza y las planicies de la Mancha, con variedad de cultivos y colores, y con inmensos bosques de olivos, en las que el viajero parece sentir las pisadas lentas de las cabalgaduras de Don Quijote y Sancho Panza.
En Cuenca las “casas colgadas” desafían la gravedad desde los altos riscos de la montaña que la circunda y desde allí se parte hacia Toledo, la ciudad de las tres culturas: árabe, judía y cristiana, ubicada en la margen derecha del río Tajo, cuya historia se remonta a la Edad del Bronce y conserva vestigios de los romanos, como el acueducto y el circo. Su Alcázar contiene un impresionante museo de guerra y la industria metalúrgica es su mayor y más representativa actividad económica, cuya fama trasciende los continentes.
Desde allí nos encaminamos a Barajas, para entregar el carro, decirle “chao” a Margoth y desde el impresionante Terminal 4 del aeropuerto coger el vuelo de regreso a casa, después de brindar en la sala VIP con una copa de Jerez, por los maravillosos 2.500 kilómetros que recorrimos por las rutas del sur de España.
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