Héctor Javier Barrera
LA PATRIA I MANIZALES
El 26 de agosto, lo único que las autoridades hallaron de Luisa Fernanda Garcés, de 13 años, fueron sus huesos. De ahí en adelante, la vida para su abuelo, Luis Alfredo Garcés, y la de toda su familia se ha vuelto un infierno. Aunque el purgatorio ya padecían desde antes.
El 20 de agosto, la menor estuvo en Villamaría, en la casa de sus abuelos, hasta la 1:00 de la tarde. Después de las 3:00 de la tarde, mientras su padre dormía, salió de su residencia. Desde aquel día, lo único que supieron de ella fue que un amiguito del colegio la vio por el parque de esa localidad a las 7:00 de la noche.
El 9 de junio del 2014, el departamento de psico-orientación de la Institución Educativa Santa Luisa Marillac, donde estudiaba Luisa, ordenó una remisión urgente a una entidad especializada que le proporcionara ayuda psicológica. El documento explicaba que la menor tenía muchas dificultades en la convivencia con otros estudiantes y docentes. Además, “era altanera, grosera y mentirosa”. La niña había estado 14 días en un tratamiento psiquiátrico. Sin embargo, presentaba observaciones constantes por su comportamiento.
Según Natalia Zuluaga Largo, psicóloga de la Comisaría de Familia de Villamaría, la madre de Luisa, “se fue para Cartagena intentando mejorar la calidad de vida y el nivel económico. Ellos, (los padres de Luisa) se separaron, entonces ella consiguió trabajo y decidió viajar”.
El documento continúa: “su padre se encargaba de ella, pero su trabajo le impedía sacar tiempo para dedicárselo. Su abuelo intentaba colaborar en su tratamiento, pero la estudiante no reconocía su autoridad y tenía malas compañías”.
“Luisa necesitaba cariño, pero también una figura que le hablara fuerte, pero por su edad, Luis Alfredo no estaba en condiciones de ejercer la autoridad que le corresponde a los padres. Como abuelo era más permisivo”, contó Zuluaga Largo.
Todos esos malos comportamientos de Luisa Fernanda habían comenzado en enero del 2014. Según Luis Alfredo Garcés, para esos días un sujeto que la pretendía aprovechó la ausencia del padre, quien en esos momentos laboraba, para entrar a la casa de la menor y maltratarla de distintas maneras. De ahí en adelante, Luisa Fernanda no volvió a ser la misma niña cariñosa, dócil, buena estudiante e inteligente, valores que siempre la caracterizaron, narró su abuelo.
Luis Alfredo Garcés cuenta que fue a la Comisaría de Villamaría para que lo orientaran sobre cómo conseguir una entidad que le diera un tratamiento integral a su nieta. Pues por falta de recursos no podía acceder a un buen servicio médico particular. Según él, la respuesta del comisario fue que no sabía por qué todo el mundo se quería desencartar de los niños. No le quiso prestar ningún apoyo.
Frente a eso, Zuluaga Largo aclaró que la solución no era internarla en una institución. “A don Giovany (padre) se le explicó por qué no era necesaria la intervención, pero entonces sí se le ofrecieron otras posibilidades: asistir a unas terapias con un practicante de psicología para intentar modificar esas conductas, ya que la realidad era que la madre ya no iba a vivir con la niña y su ausencia la afectó demasiado”.
“La única condición era un apoyo económico, porque el muchacho tenía que trasladarse desde Manizales. Sin embargo, él dijo que no, e insistía en que Luisa necesitaba una institución”, contó la funcionaria de la Comisaría de Villamaría.
La psicóloga añadió: “no es dar un cupo por darlo. Luisa en ese momento no tenía conductas de calle, no consumía drogas, tenía un noviecito, pero ella no había tenido relaciones sexuales con él. Le faltaba el afecto y la autoridad de la madre, porque el papá es una persona pasiva, es tranquilo”.
Antes de que desapareciera, la llevaron al médico general de la Clínica San Juan de Dios de Manizales. En la formula el galeno indicaba que se trataba de una paciente que tenía “trastorno de conducta”, por lo que “requería de forma prioritaria continuar en manejo con psicología debido a múltiples problemas familiares”. En ningún lado decía que necesitaba ser internada en una institución, como lo interpretaba Luis Alfredo.
Sin embargo, el abuelo de la menor cree que: “si ellos (los funcionarios de la Comisaria de Villamaría) hubieran actuado, quizás la niña estuviera viva”.
El 26 de agosto del 2014, cuando el CTI de la Fiscalía halló sus huesos en el río Chinchiná, aún no sabían que era Luisa Fernanda Garcés, por lo que fue sepultada en ese mismo municipio como N.N.
Solo 5 días después, la médica forense que le hizo la necropsia a lo que quedó de su cuerpo, supo que en el municipio de Villamaría buscaban a una menor perdida, por lo que se comunicó con su padre para que se hiciera las pruebas de ADN.
Dos meses más tarde resultaron positivas, por eso, sus restos fueron desenterrados y finalmente, el 28 de octubre, el cadáver de la menor fue sepultado en el cementerio de Villamaría.
El mes más festivo del año para muchos, fue para la familia de Luisa Fernanda el fin de año más amargo de sus vidas. Las tradicionales novenas de aguinaldos, que lideró don Luis Alfredo en compañía de su esposa, la madre de la niña y su hermanito, solo profundizaban el dolor familiar con cada palabra pronunciada por Garcés:
“Esta tragedia no se la deseo a nadie. Ella era la alegría de esta casa, el centro de la Navidad. Ya no tengo por quién luchar. ¿Qué le pudo pasar a la niña?” Es la pregunta que al abuelo de Luisa y a toda la familia les daba vueltas en la cabeza. Desde que recibió la noticia de su tragedia, asegura que de tanto pensar en los hechos se desvela, duerme muy poco. Sin embargo, Luis Alfredo no duda de que ella fue asesinada el mismo día que desapareció, a lo mejor, por esa misma persona que la pretendía, pero eso ya le corresponde investigarlo a las autoridades.
La casa de Garcés, de 66 años, llamaba a la atención de muchos vecinos y transeúntes de Villamaría.
Desde el primero de diciembre instaló en la parte superior izquierda de la fachada de su vivienda una bandera a media asta. Según él: “El blanco significaba la pureza de la niña; el negro, el luto con el que nos embargó su muerte”. Luis Alfredo asegura que no quitará la bandera hasta el día en que cojan a los responsables de la desaparición y muerte de su nieta del alma.
Además, en la parte superior central del frente de la casa también puso una cruz con bordes morados, que expresaba su dolor. Sus costados estaban rellenos de guirnaldas verdes y el centro de rojas. Las primeras simbolizaban la esperanza de que las autoridades encontraran a los responsables del crimen de Luisa Fernanda. Las otras representaban la sangre que su nieta derramó.
Por ahora, según Luis Alfredo Garcés, las autoridades aseguran que las investigaciones sobre los responsables y los hechos van por buen camino. El abuelo aún no quita la bandera.
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