Ver partir a Villen Augusto Gutiérrez le rompe el corazón. Cada que el hijo de Dorian Nelly Ríos se va de la casa en Manizales a trabajar a la Policía, a ella se le baja el ánimo y no le dan ganas de hacer nada. Si por esta madre fuera, preferiría verlo como administrador de empresas o haciendo otra labor en la que su vida no corra peligro.
Sin embargo, en medio de la incertidumbre, acepta que eso es lo que a él lo apasionó desde niño, cuando quiso imitar lo que ejercía su papá, José Villen Gutiérrez. Su gusto por ese oficio lo llevaba a fantasear disfrazándose de Policía, arropando en su mente ese sueño, hasta que a sus 20 años lo convirtió en realidad.
Su primera experiencia la tuvo en un corregimiento del municipio antioqueño de Ansá. Desde entonces, su madre, Dorian, no ha parado de rezar para que Dios, San Miguel Arcángel y su batallón celestial lo protejan de todo mal y peligro.
Su sexto sentido de madre le permite captar cuando Villen Augusto está pasando dificultades. Lo sabe con solo escuchar el tono de su voz en sus llamadas. Claro que así esté pasando bregas, él no se lo dice. Al fin de cuentas sabe que su madre es la que más sufre en la familia por él.
Dorian Nelly da gracias a Dios porque hace cuatro meses pasaron a Villen Augusto para el comando de Giraldo (Antioquia). Los tres años y tres meses que laboró en el municipio antioqueño de Tarazá fueron el infierno para él y el purgatorio para ella, quien se desvelaba creyendo que algo malo le podía pasar.
Como aquel día en el que se enteró que la guerrilla mató a cinco policías. El desespero fue mayor al llamarlo una y otra vez y notar que no le contestaba su celular. El alma le volvió al cuerpo cuando, por fin, le devolvió la llamada. Le dijo que se tranquilizara, que los muertos eran unos compañeros que erradicaban coca en una zona rural.
En Tarazá a su hijo le tocó el acuartelamiento de primer grado que hizo la Policía en Antioquia en el 2014, cuando las Bacrim declararon el Plan Pistola contra los miembros de la institución. Todos los días mataban uniformados en distintos pueblos. Al menos 12 fueron acribillados. Este municipio hace parte del Bajo Cauca, donde convergen paramilitares, guerrilleros y muchas más fuerzas oscuras.
Sin embargo, en sus llamadas Villen le decía: Madre, no se preocupe que estoy de la mano de Dios. Ella también está pegada del cielo: “Diario no me falta la veladora encendida para que a él no le pase nada”.
Aunque una hermana le ofreció costearle la carrera de odontología a Sebastián de Jesús Vásquez Aristizábal, de nada sirvió. Su sueño era ser militar y en eso ha sido feliz durante cuatro años en Pajuil (Caquetá), donde la guerra en la selva es el pan de cada día.
A Amparo Aristizábal Arcila, su madre, no le gustó mucho su decisión. Varias amigas le decían que cómo mandaba esa hermosura de hombre por allá. Incluso, la asustaban al contarle que a una familia le devolvieron a su hijo soldado en una bolsa. Pese a ello, lo apoyó, sin importar que él iba a estar a 19 horas de distancia por tierra y que lo vería muy de vez en cuando.
“Me veo todas las noticias pensando en él, quisiera tenerlo en mi casa”, dice Amparo. Añade que no pasa un día sin marcarle al celular para saber cómo está.
Sebastián ejerce hoy como subteniente del Ejército. Es orgánico del batallón de Montaña Juanambú de la Sexta División del Ejército. Hace poco pasó ocho días en la casa, con su familia, que vive en Manizales. “Llegó como la canción: flaco, ojeroso...” Allí doña Amparo le cocinó sus comidas preferidas: mondongo, fríjoles y pollo. Cuenta que lo peor de cada visita es tener que despedirlo, pues ella y sus otras tres hijas son muy sentimentales. Por eso, prefieren no acompañarlo hasta la terminal. “Lo único que le pido a Dios es que mi hijo dure muchos años”.
Amparo y una de sus tres hijas narran que la pasión de Sebastián por su servicio lo ha llevado a destacarse. “Hace poco fue escogido para un curso de supervivencia en el que solo los mejores pasan. También se ha distinguido en distintos deportes, cada rato gana medallas y condecoraciones. Siempre lo alentamos para que sea el mejor”.
Desde que Sebastián partió no ha compartido un solo día de cumpleaños con él. Pero ese sacrificio quizá se vea un poco compensado con cada llamada. “Es muy especial, me manda plata, la lejanía le ha enseñado a valorar más a la familia, pregunta por todos cada que marca", señaló la mamá.
Somos muy piadosos y confiamos en que Dios lo protege. Cuando llama a mi mamá, ella se pone feliz. Eso le da tranquilidad, porque al escucharlo es como sentir que lo tiene cerca, la llena de paz interior”, concluyó una hermana del subteniente Sebastián.
Las habituales salidas a comer en familia, las cartas amorosas y los regalos en el Día de la Madre ya no son lo mismo para Blanca López. Desde que no está su hijo Andrés Felipe Mejía (segundo de izquierda a derecha), el investigador del CTI que desapareció hace un año en la selva del Guaviare durante un operativo conjunto con el Ejército, ya no hay celebración. Se convirtió en un día amargo.
Ella, de 51 años, es manizaleña de nacimiento al igual que Álvaro Mejía, su esposo, de 52, a quien conoció cuando tenía 16, en el barrio Fátima. Tres años después se casaron y como fruto de esa unión nació Ximena, su hija mayor, también de Manizales. Le siguieron Andrés Felipe, que ayer cumplió 27 años, y Juan Camilo, que recientemente cumplió los 18. Ambos son bogotanos.
Según Álvaro, ella es una gran madre, es lo contrario a él, pues mientras fue más estricto, "ella se pasada de alcahueta, es consentidora y siempre los está abrazando y besando".
Es una familia que desde el principio vivió momentos difíciles para sacar adelante a sus hijos, pero lo logró. "Álvaro ha sido muy buen papá, les enseñó a sus hijos a ser personas rectas, siempre les inculcamos muy buenos valores, el respeto ante todo a las personas. Los levantamos a punta de sacrificios", sostiene Blanca.
Durante su estadía en Madrid (Cundinamarca) por 11 años tuvieron que vivir tres meses y medio sin que su esposo recibiera algún sueldo pero, recuerda ella, Andrés Felipe, a sus 10 años, demostró ser un niño juicioso y responsable. Por eso decidió ayudarle a un maestro de construcción mezclando cemento y pegando ladrillos. A su casa llegaba con alguna bolsa de arroz o papas.
Incluso, en la época de estudiante del DAS, sus padres dejaron de mercar muchas veces para poderle pagar la mensualidad. Sin embargo, ella es una mujer rebuscadora, actualmente vende yogures y artículos por catálogo, pero un pequeño ya no le permite hacerlo con la intensidad de antes.
Se trata de Juan Sebastián, su nieto de ocho meses, a quien no conoce su tío, y como explica Blanca, llegó para alegrarles la vida. Es hijo de Ximena, quien alterna su labor de madre con el de investigadora del CTI desde hace siete meses. "El niño nos llegó en un momento muy apropiado, porque nos ha dado la fortaleza para seguir luchando".
Al presidente Juan Manuel Santos le hizo un llamado: "De corazón quisiera que escuchara a mi esposo, porque lleva mucho tiempo intentando comunicarse con él. Mi hijo muchas veces lo cuidó y a esta hora no ha salido a hablar, me gustaría que nos escuchara".
A las Farc les pidió que si en realidad no lo tienen, que colaboren en su búsqueda o que, por el contrario, manden alguna prueba de supervivencia o que expliquen qué quieren para devolverlo.
"Somos una familia muy unida y uno por sus hijos hace hasta lo imposible", implora esta madre desesperada.
Así como el año pasado, tampoco tendrá ánimo de celebrar el Día de la Madre, dice que no le provoca nada por tener a su hijo ausente, que siempre le daba cartas en esa fecha. Un muchacho especial que constantemente le decía: "Mami te quiero".
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