LA PATRIA | MANIZALES
Eran las 7:10 de la mañana del pasado lunes, 3 de agosto, y en la casa de la familia Hurtado García, en Chinchiná, había unas 20 personas. Primos, sobrinos y hermanos de Guillermo García Díaz lo esperaban para abrazarlo, después de 47 años de ignorar su paradero.
El desaparecido, de 1,50 centímetros de estatura, abrigado con un buso gris, y luciendo un pantalón café, en cuyos bolsillos resguardaba sus manos, llegó a casa, luego de trasegar desde la vereda Mesitas, hasta Aipe, luego Neiva, y de ahí, hasta Chinchiná, en un extenuante recorrido que superó las 16 horas.
Aunque su rostro denotaba felicidad con cada abrazo a sus parientes, cuando se acercó a Aura, la vio ciega. A Olga la encontró sorda, mientras que Alba ve y oye, pero no entiende. Ella padece alzhéimer, lo que le impide reconocer a las personas. Además, está confinada a una silla de ruedas.
Ellas son sus hermanas y Luz Edenis, una sobrina, es el ángel guardián de las tres. Al ver los estragos inclementes que el tiempo había dejado, Guillermo, sumido en la tristeza, no aguantó el llanto, como tampoco lo hizo Aura, quien le decía que no se fuera y le preguntaba una y otra vez: ¿por qué no volviste?
Esa no fue la única tragedia que encontró en su familia. William García Yepes, un sobrino, permanece postrado en una cama, viviendo como un vegetal a sus 55 años. Ocho años atrás, manejaba una ferretería. Eran cerca de las 10:00 de la noche y estaba cerrando las puertas de su negocio, cuando llegó un hombre y lo golpeó con una varilla en su cabeza y se apoderó del dinero de las ventas.
En el Hospital San Marcos nada pudieron hacer los médicos para que volviera a ser el mismo. El agresor quedó libre y aún campea por las calles de Chinchiná. En un solo día Guillermo se encontró con cuatro familiares viviendo en condiciones extremas.
Él, apenas se enteraba de que su casa, ubicada a una cuadra del cementerio, estaba acondicionada como un hospital de guerra.
La llegada de Guillermo García Díaz a su casa fue para sus parientes como un renacer de las cenizas. De hecho, Emilia Díaz, su madre, falleció hace ocho años, convencida de que él era uno de los muertos provocados por las inundaciones que en 1968 ocurrieron en el Huila, justo cuando Guillermo llegó a laborar a esas tierras. Lo mismo creía su familia. Por eso, no lo buscaron, ni lo reportaron como desaparecido.
El descuido y desarraigo que tuvo Guillermo, un campesino de 85 años, que estudió hasta quinto de primaria y luego se dedicó, con su padre, a adecuar lotes para el cultivo, no se lo explica ni el mismo. En 1968 se fue a recoger algodón a una finca en Codazzi (Cesar). En ese tiempo aún acostumbraba a comunicarse con su familia por cartas.
“Mi madre me mandó una carta en la que me saludaba y me pedía que le respondiera pronto. No lo hice porque iba en camino. Sin embargo, como el viaje era tan largo, hice una escala en Girardot (Cundinamarca) para descansar. Allí tenía amigos y caminando por el parque me encontré a Darío Camacho.
"Él tenía un cultivo de algodón en Carmen de Apicalá (Tolima) y estaba urgido de trabajadores, por lo que me pidió que me quedara. Allí pasé tres años. Al terminar, un sobrino de la dueña del apartamento donde me hospedaba en Girardot me dijo que había recolección de café en La Ceja, de la vereda Mesitas, de Aipe (Tolima). En la zona hice muchas amistades y me quedé, me desconecté de la familia, perdí la dirección de la casa para enviarles correspondencia y el servicio de teléfono era malísimo”.
Pasaron los años y murieron seis de sus 12 hermanos y ni cuenta se dio. En algún momento contempló la idea de ir a la emisora de Neiva para que lo ayudaran a contactar con otra, cuya frecuencia llegara a Chinchiná para buscar a su familia, pero no lo hizo.
Todos estos años Guillermo ha vivido solo en la vereda Mesitas, de Aipe. Allí fue secretario de la Junta de Acción Comunal y promovió el fútbol entre los habitantes. También fue testigo del desarrollo de la población. “Cuando llegué había 12 casas, ahora hay más de 100”.
Él se ganó la confianza de los finqueros de la zona y por eso le delegaban el cuidado de sus parcelas. De eso vivió todo este tiempo, pero hace tres años padece un fuerte dolor en sus rodillas que le impide trabajar. Ahora camina por el pueblo y comparte con sus amistades, porque lo quieren mucho en la zona, cuenta.
El pasado 15 de julio llegó a la vereda Mesitas Rubén Darío García Londoño. Él es un manizaleño, de 50 años, pensionado de la Policía y desde hace cuatro años es concejal de Aipe. Por esos días a Guillermo lo invadió un fuerte deseo de reencontrarse con su familia, la melancolía se apoderó de él, por lo que decidió contarle su historia al concejal, con la esperanza de que lo ayudara a ubicar a sus seres queridos en Chinchiná.
El edil se tomó una foto con Guillermo, la puso en un volante que contenía una breve leyenda en la que el hijo pródigo daba pistas sobre algunos miembros de su familia, y pedía que lo ayudaran a ubicarlos. García Londoño llamó a Gloria Janeth Quintero, una amiga que tenía en Manizales, y le pidió el favor de que le ayudara a regar volantes en puntos estratégicos de Chinchiná.
Era lunes, 27 de julio, cuando Luz Edenis Hurtado García, sobrina de Guillermo, pasó por el despacho parroquial y vio el aviso. El hombre de la foto se le hizo conocido. Entonces leyó que mencionaban a Enelia Díaz y a Víctor García, padres de Guillermo, fue ahí cuando supo que su tío los buscaba.
Luz Edenis llegó a su casa y le dijo a Amparo, otra sobrina del desaparecido:
-Cómo te parece que Guillermo está vivo y nos busca.
“Yo sentí como si me hubieran espantado y me ericé. Le dije a Mario, el hermano de Guillermo, que trajera la foto para confirmar. Él arrancó el volante. Cuando lo vimos nos dio felicidad, nos parecía mentiras, eso era un milagro. Ahí le contamos a toda la familia y luego llamamos a Gloria Janeth. Ella le contó al concejal y rápido se gestionó el reencuentro”, narró Amparo, quien llegó a creer que su amado tío se había caído y había perdido la memoria y que por eso no los llamó.
Desde el lunes hasta la fecha Guillermo ha recibido llamadas de sus familiares en Holanda, Panamá, Cartagena y España, quienes están felices de saber que está vivo y en buenas condiciones, a pesar de su avanzada edad.
Mientras converso con Guillermo, un gato se me acerca, lo que me da pie para preguntarle si le gustan las mascotas. “Quiero mucho a los animales, en la finca dejé un perrito criollo, de ocho años, que andaba conmigo para todos lados”, me responde.
Un rato después, Luz Edenis saca a Aura de la habitación en una silla de ruedas. Le pregunto si recuerda a Guillermo y se le salen las lágrimas diciendo que sí, mientras él le acaricia su cabeza y toma sus manos con delicadeza, lo hace por inercia, como queriendo reponer ese amor que estuvo ausente durante 47 años, en los que el paso del tiempo se le llevó a sus padres y a seis de sus hermanos. "¿Cuando vuelve el desaparecido? Cada vez que lo trae el pensamiento", canta el salsero panameño Rubén Blades, y en el caso de Guillermo, ese pensamiento se materializó.
Rubén Darío García Londoño tiene 50 años. Él fue quien medió para que Guillermo García Díaz se reencontrara con sus seres queridos. Aseguró que los pasajes corrieron de cuenta de la comunidad.
“Hago teletones para recoger recursos y pagar entierros de gente pobre, para cubrir gastos de enfermos vulnerables, recolecto mercados, consigo sillas de ruedas para población discapacitada y hasta he ayudado a construir cinco casas, es la misma labor que hacía en el área social de la Policía, pero ahora la continúo como concejal”.
Roberto Reyes Gamez, coordinador de la estrategia psicosocial del Centro Nacional de Memoria Histórica, contó que cuando alguien fallece sus allegados saben cuál fue su destino final, en este caso no había una prueba física del duelo, por lo que sus parientes padecieron un dolor constante hasta que lo volvieron a encontrar.
El especialista explicó que este caso es semejante a cuando secuestran a un familiar y luego de un largo tiempo se reencuentra con los suyos. El retenido asume que el contexto es igual a cuando se fue, pero no es así.
A muchos les cuesta demasiado adaptarse de nuevo a su núcleo familiar. Por eso, vienen las separaciones y también es probable que, en medio de la frustración y de la ansiedad, la persona que regresa se aleje de nuevo. En estos casos se requiere un acompañamiento especializado.
Reyes Gamez explicó que para gestionar ese duelo mientras su ser amado está desaparecido, muchas familias recurren a elementos simbólicos. Por lo que para ellos terminan siendo representativas las fotos, los recuerdos de los eventos en los que participó. Incluso, en algunos casos hay quienes le hablan al desaparecido como si estuviera presente, le guardan el puesto en la mesa y no permiten que nadie lo ocupe, todo esto es una manera de mantenerlo vivo. Es necesario que jueguen con lo simbólico para reiniciar un nuevo proceso de vida. “A mayor tiempo de distanciamiento, mayor es la dificultad para reestablecerse”, concluyó.
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