Si las flores y el viento hablaran dirían que una gran madre, una bella dama y señora se ha esfumado silenciosa entre sollozos y reonar de campanas en un repentino viaje que aún nos mantiene mudos y que apagó implacable sus ojos, callando para siempre su tierna voz.
La soledad de tu nombre, querida madre, nos envuelve y aprisiona porque tus oídos ya no escuchan los lamentos de tus hijos y porque los brazos que arrullaron nuestra niñez se han recogido eternamente.
Pero fue tan plena tu existencia y tan lúcida tu santa vejez, que llorarte sin consuelo será desconocer el premio que Dios te concedió, pues escuchó tu deseo de una muerte fugaz y llena de paz como reconocimiento a tu impecable vida.
Cómo hubiera querido interpretar en nuestra última despedida, con tu estrecho y singular abrazo, amenizado por tus santas lágrimas de madre amorosa, que me estabas dando el adiós definitivo. Allí no tuve valor para hablarte y mi silencio fue ese adiós que jamás imaginé.
Tu voz, aquella débil y sutil voz ahogada en ocasiones por el impertinente bullicio de hijos y nietos, hoy hace parte del concierto celestial, porque seguramente al creador le estarás relatando tus largas y repetitivas historias, tan propias de ti y tan alegres para mi corazón y mi mente.
Hoy querida madre estamos tristes, como aqueñ jardín que sembraste en el húmedo patio de la vieja casona del barrio Vélez, grande como tu corazón. Allí están latentes los recuerdos de la antigua cocina y las escalas interiores que tanto trajinaste para acceder a ese altar de cemento donde más de una santa se ha debilitado en cumplimiento de labores domésticas. Aquel lavadero, signo de perseverancia y amor sin medida, se encuentra vacío lo mismo que quedamos el día que te marchaste.
Tu ausencia fue más notoria, todos tus hijos, esposas y nietos unimos nuestras manos y te ofrecemos aquella energía de paz y reconciliación que estamos seguros disfrutas, porque lo deseabas.
Ante tu inexorable partida, cada mañana cuando el cantar de las aves irrumpe en el nuevo día, te invocaré como mi dama del amanecer para que, desde donde quiera que estés, impartas tu santa bendición a tus hijos, nueras, nietos y bisnietos que te extrañamos infinitamente.
Jorge Iván Mejía Cárdenas, señora e hijas.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015