Se ha ido el amigo, se ha ido nuestro amigo, se ha ido mi buen amigo, el amigo de todos: de los grandes y los pequeños, de los de arriba y de los de abajo, se ha ido quien bien sabía repartir alegría, chanzas y hasta charlas pesadas que a él, y solo a él, le quedaban bien.
A Nando lo vamos a extrañar no solo nosotros. Lo echará de menos el portero, el embolador, el lotero, el gamín, la señora de las ventas, el conductor, el mesero y, en general, toda la gente humilde que siempre recibió su afecto y apoyo desinteresado. Pero, sobre todo, aquel humilde muchachito de ventas de un peaje caldense a quien le subsidió su escuela primaria bajo la premisa de que le dolía ver un niño trabajando para sobrevivir. Entonces se apropió de esa tragedia y lo sacó adelante, me consta. ¿Cómo? No lo sé. Solo sé que lo hizo y que lo hizo como admirable gesto de sensibilidad y apoyo.
Despedir a un amigo, es trasladarnos, sin poder evitarlo, a los días del colegio, donde las travesuras y alegres pilatunas de manada estudiantil eran la más fiel característica. Desde allí, entonces, se afianzaron unos vínculos que nos acompañaron por el resto de la vida y que nos vuelve a tener como compañeros de universidad donde compartimos también las enseñanzas de las leyes.
Imposible, entonces, dejar de recordar aquellas locuras juveniles y tantos ir y venir por este camino de la vida que hoy nos divide y que nos señala cómo es hora de empezar a partir para algunos y cómo nos involucramos en una sensible situación de tener que despedir, muy seguramente, muchos más compañeros y amigos que nos han acolitado este transcurrir.
De Nandito no me quedan, sino, buenos recuerdos y gratos detalles que jamás podrán olvidarse. Más tendría él que perdonarme, que yo a él, porque con Nando jamás supe qué era discutir. Su muy particular forma de ser caló en sus compañeros y amigos que siempre lo valoramos y supimos adaptarnos a su manera simple de afrontar el designio que, por supuesto, nunca se da con el mismo rasero para todos y que por lo mismo merecía aceptación y comprensión.
En esta hora de dolor, me parece verlo cuando se recuperaba de su reciente dolencia que lo tuvo al borde de la muerte y cómo valoró la reacción de madre, hermanos, esposa, hijos, familiares y amigos que estuvimos atentos rodeándolo con el mayor de los afectos. Hoy el Señor lo ha llamado definitivamente a su presencia y hemos de aceptar tan duro designio, convencidos de que el Todopoderoso, quien también fue su fiel amigo, lo recibirá en sus brazos.
Al reiterar mi pesar por su inesperada partida, no puedo menos que dejar, frente a este altar, mi sincero y fiel sentimiento de dolor por su ausencia.
Mi querida Belén, Carlos Mario, Pedro, Beatriz, María Fernanda (lamentablemente ausente) y Juan Pablo: permítanme, con este sencillo, pero muy sincero homenaje, solidarizarme con el dolor de ustedes y manifestarles que el paso de Nando por mi vida, quiéralo o no, dejó huella; la huella de un ser sincero, abierto y espontáneo que en cualquier momento trajo alegrías y gratos recuerdos a mi existencia y a la de muchos aquí presentes. Paz en su tumba, eterno amigo.
Jairo Arcila Idárraga
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