Carta a mi hermano

“Cuando el hombre trabaja, Dios lo respeta, pero cuando el hombre canta, Dios lo ama”, palabras pronunciadas con mucha frecuencia por Misi, la gran dama del teatro musical, que hace poco se unió al coro celestial del cual tú, amado hermano, haces parte desde hace dos años; mira si Dios te ama que te concedió el don de la ubicuidad, pues estás a su lado y simultáneamente continúas entre nosotros, entre todos los que te admiraron y gozaron con el espectáculo de verte en un escenario llevando alegría hasta los más recónditos lugares de Colombia, donde el jolgorio es avaro con sus habitantes, usualmente territorios olvidados por el Estado y la indiferente sociedad; aparte del júbilo que despertaba tu presencia, tu mano generosa estuvo siempre pródiga con los desposeídos, particular y especialmente con niños y viejos, ¿lo recuerdas? Siendo lo más especial que lo hacías sin aspavientos, sin buscar una notoriedad que ya tenías de sobra, en razón a ¡las muy cuerdas locuras del Loko Quintero!
Viniste al mundo en diciembre y partiste de él, también en diciembre, como abordando vuelo en uno de tus innumerables viajes, pero esta vez hacia una dimensión espiritual superior; la alegría característica de este mes fue siempre tu sello y a ello fuiste fiel. Los niños y la época decembrina son sinónimos, pero desafortunadamente nuestra sociedad enferma e indolente se ha convertido para esos pequeños en Herodes, actos brutales llenos de sevicia son noticia recurrente y por ello, Dios debe estar muy triste, no considero profano imaginar que tú eres capaz de dibujar una sonrisa en su rostro, por algo te llevó a su lado, esa sería tu máxima “lokura”. Amado hermano ¡siempre en mi corazón!