Se nos fue Tulio Marulanda Mejía, un amigo, un compañero. El médico, el docente, el humanista. Aquel, que en cumplimiento de su oficio como secretario de Educación de Caldas emprendía jornadas de recorrido por los municipios y zonas rurales del departamento en aras de conocer las necesidades de las regiones en el campo educativo; infraestructura física de las escuelas, material educativo y cobertura docente. Alguna vez en una de sus correrías, en alguna vereda quiso visitar la escuela del lugar y lo que encontró fue una vetusta ramada con orificios en un techo incompleto. En el piso de tierra, unos troncos dispuestos irregularmente a modo de asientos de aula de clase para los niños aprendices. Una deteriorada y rústica tabla, supuesto pizarrón para la enseñanza, colgaba inclinada de uno de los palos horizontales que conformaban aquella enclenque y primitiva estructura escolar. Alrededor de ese cuchitril, merodeaban los niños con miradas limpias y casi interrogativas. Tulio, el profesor, el humanista, ante aquella contundente realidad en pleno siglo XXI, hubo de contener el llanto para ocultar su tristeza a los niños que a su alrededor se agolpaban. Este breve relato, muestra una de las facetas de lo que fue Tulio Marulanda Mejía y proviene de alguna de las charlas que con él tuvimos. Como ser sensible y solidario, manifestaba a veces su impotencia para solucionar este tipo de situaciones en el sector educativo. Por otro lado aportó ideas vanguardistas hacia la modernización de la Universidad de Caldas y siempre en bien de la educación.
Contertulio brillante en las charlas abiertas y jocosas de fin de semana en torno a la fogata, las viandas y las canciones en casa de Rafael y Patricia, o de Pedro y Myriam en la vereda La Florida. Allí nos congregábamos con Antonio Mejía Gutiérrez, Liliana, Chucho Vélez, María Nohemí, Wadiz, Toño, Augusto, Paula, Honorio, Catalina, Kiko, Luz Marina, Juan, Leda, Alejo, Fabio, en fin, la lista es larga. Tuvimos el privilegio de contar con su amigable presencia y será siempre miembro honorario en nuestro buen recuerdo.
De un lado, la partida que agobia y comprime el espíritu; del otro, el ejemplo de vida que impulsa y anima a trascender, consecuente equilibrio que deja tras de sí, el paso por la vida de un buen ser humano. A su familia, nuestro solidario acompañamiento.
Carlos Augusto Cardona Arboleda
Fundación Hijos de la Tierra
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