MIGUEL ORLANDO ALGUERO
LA PATRIA | MANIZALES
Morir durante la pandemia del coronavirus es morir solo. Esta frase cruda y real la dice Luis Eduardo Orozco Romero, un sepulturero de Manizales, mientras espera un féretro en una tarde fría, gris y lluviosa de abril.
Detrás de la puerta del cementerio San Esteban y al frente de un oratorio se arregla el overol verde. Mira a la calle y le explica al portero Harold Amador que solo pueden ingresar ochos personas con el muerto.
Así lo corrobora un aviso pegado en la entrada: “Por decisión de la Administración solo se permite el ingreso de ocho acompañantes debido a las medidas por la covid-19”.
Se acerca a las rejas, se acomoda el tapabocas y empieza a hablar como si fuera un conferencista que dicta charlas sobre la muerte.
Espera
- ¿El paisaje cambió en el cementerio por el coronavirus?
- “Me acostumbré a ver entierros con mucha gente, llegaban hasta cuatro buses con familiares y amigos, todos entraban, pero ahora son ocho. El cambio es fuerte, traer un ser querido hasta acá y no poder acompañarlo hasta el final es difícil”.
El sepelio era a las 4:00 p.m., pero el cortejo fúnebre no ha llegado. Lleva 15 minutos de retraso.
Luis Eduardo labora como sepulturero desde hace 22 años en el cementerio San Esteban, construido entre 1922 y 1923 y destacado por sus monumentos funerarios. No recuerda cuántas personas ha enterrado, pero afirma que hay entierros agradables y desagradables.
“Agradable es cuando los allegados son conscientes de lo bueno que hizo el muerto, apenas lo meten a la bóveda lo aplauden. Con los desagradables no provoca ni tapar la bóveda. Los familiares reclaman y reniegan”, explica Luis Eduardo, mientras le insiste al portero en la restricción de ingreso.
Indicaciones
La indumentaria para sepultar a un fallecido por covid-19 o sospechoso es diferente. Consta de traje de bioseguridad, gorro y guantes quirúrgicos, tapabocas N95, gafas y cubrezapatos, implementos que le suministra el cementerio.
Luis Eduardo mira el reloj. Todavía no llega el cajón. Cae una suave brisa. “He atendido hasta el momento tres sepelios por sospecha de coronavirus. Hubo uno complejo porque el horno crematorio estaba en mantenimiento y no pudieron cremarlo. Tocó enterrarlo a solas con las medidas de seguridad. Ningún familiar pudo entrar”, narra Luis Eduardo.
Manizales cuenta con un horno crematorio. La capacidad es para ocho cuerpos en 24 horas y máximo 10. Otro horno se ubica en Chinchiná y tiene la misma capacidad. En la capital de Caldas no hay reportes de fallecidos por la covid-19, de acuerdo con cifras del Ministerio de Salud a 23 de abril.
Las indicaciones de Minsalud es que si un enfermo por covid-19 o sospechoso muere en casa, Medicina Legal debe hacer el levantamiento, desinfectar el hogar y entregar el cadáver a la funeraria. Si el fallecimiento sucede en un hospital o clínica, las disposiciones son: no efectuar necropsia, cubrir los orificios del cuerpo con algodón mojado con desinfectante, rociar tres veces con el mismo líquido y cubrir el cuerpo con dos bolsas de 150 micras, resistente a fluidos.
¿Puede ser contagioso un cadáver con covid-19? El médico manizaleño Élmer Huerta explica que aún no hay un estudio científico que lo compruebe, pero, según las clasificaciones forenses, los cadáveres con coronavirus están un nivel por debajo del ébola, por eso se recomienda no acercarse al fallecido porque las secreciones pueden contagiar, y debe ser cremado inmediatamente.
Llegada del féretro
Llegan los primeros carros con familiares. Luis Eduardo dice que en el registro que le pasó la funeraria indica que es una señora de 54 años y el motivo de la muertes es natural. Se acomoda nuevamente el overol y explica: “A estos familiares les pregunto: ¿quiénes son las ocho que van a entrar? Ellos eligen. Para ingresar es obligatorio el tapabocas”. O entra la hermana o el primo o el tío, pero todos no pueden.
El portero abre la puerta. Arriba el carro de la funeraria con el cajón. Luis Eduardo señala el lugar de la sepultura. Al fondo a la izquierda.
“Tampoco se puede venir a visitar los muertos entre semana ni los fines de semana. Es un pequeño esfuerzo por un tiempo, después volvemos a abrir. Por hora se ven algunas ceremonias virtuales”.
Salida
Los funcionarios de la funeraria llevan el féretro hasta la puerta, lo acomodan y Luis Eduardo les indica cómo llegar a la tumba. Entran cuatro familiares con el cuerpo, luego otros dos.
“Ojalá el virus nos obligue a preparar la muerte. La gente en general no la prepara. Hay personas que piensan que no van a morir”.
Luis Eduardo concluye la conversación con las recomendaciones de su esposa: lavarse las manos y ponerse el tapabocas. Cuenta que cada que llega a su casa aplica los protocolos para desinfectarse, con tanta rigurosidad que hasta su ropa la lavan aparte.
Duelo
La antropóloga Mónica Giedelmann Reyes, experta en prácticas funerarias, señala que la covid-19 genera complicaciones para vivir el duelo. “Cada cultura tiene su forma de enterrar a sus muertos, pero el virus lo que hace más compleja la despedida”.
La experta indica tres problemas:
1. La muerte por coronavirus dramática e imprevista. Los familiares no preparan esa pérdida, por lo que el proceso del duelo es más largo y complicado.
2. Recomiendan cremar el cuerpo. Para algunas religiones, la incineración va en contra de la idea de trascendencia y la catalogan como mala muerte, eso molesta en el duelo.
3. La conmemoración de la muerte se refleja en el depósito de la lápida, con lo que se cierra el funeral. Por eso, la restricción de no ir al cementerio o asistir al sepelio condiciona el duelo.
Concluye que el aislamiento restringe el duelo porque se eliminan las redes de apoyo, los abrazos, los ritos funerarios como la velación, la procesión con el féretro o la misa.
Sobre estas restricciones la psicóloga Fanny Bernal, profesional en manejo del duelo, afirma que el cambio ha sido drástico en cuanto al contacto físico y emocional de quienes han perdido un ser querido, porque "no es lo mismo verse por una pantalla que recibir el abrazo tierno y cálido, recostarse en el hombro de alguien para llorar un rato; eso hace mucha falta y alivia a los dolientes y a todos los seres humanos”.
Final
Termina el sepelio. De regreso, un trabajador de la funeraria aclara que cuando recogen el cuerpo sospechoso de covid-19 lo meten en una tercera bolsa de polietileno, lo llevan al horno crematorio y luego entregan las cenizas a los familiares:
“Todo pasa rápido. No hay momento para las despedidas, ni para la misa ni ver el cuerpo. Es muy duro no decirle adiós a ese familiar o amigo, pero los que están vivos tienen que cuidarse. Incluso en la sala de velación solo se permite a cinco personas”.
El trabajador camina hasta la puerta del cementerio y llama a su compañero. Comenta que le preocupa lo que pasa en Guayaquil o Nueva York, donde el servicio funerario colapsó por el alto volumen de cuerpos para recoger y cremar.
Luis Eduardo cierra el sepelio. Se prepara para ir a casa y regresar mañana para esperar un nuevo cuerpo acompañado de pocos familiares.
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