B. Eugenia Giraldo
LA PATRIA | MANIZALES
"La depresión no es una canción de amor con la cual bailar ni una enfermedad de moda ni una novedad", concluye Rhiannon Picton-James, en su columna en el New York Times: Basta de vender las enfermedades mentales como algo cool.
Ahora, es común escuchar sobre todo a jóvenes y adolescentes "que están depre, blue o down", términos con los que al parecer pretenden encajar en el grupo de aquellos que un día lluvioso les produce tristeza o simplemente porque está de moda.
De acuerdo con el psiquiatra de niños y adolescentes, Felipe Agudelo Hernández, docente de la Universidad de Manizales, el adolescente busca formas de simbolización porque le cuesta definir con exactitud la tristeza como tristeza, la ansiedad como ansiedad y el miedo como miedo.
"A veces la tristeza se convierte en un motivo de identificación con otros pares. Esto les ayuda a aclarar lo que sienten: aquello tan inespecífico y desbordante, por el hecho de ser definido y validados por otros, pierde peso, se vuelve más concreto, más manejable y, a su vez, les permite acercarse a otros que también se sienten así… lo que de entrada podría tener algunos riesgos".
Más atención
Sin embargo, ¿cómo diferenciar la tristeza asociada a una enfermedad mental de la que se produce por no salir a un cine, por ejemplo?
Para Agudelo, es común que a ellos les cueste comunicar que están tristes, porque si lo mencionan sienten que su autonomía podría ser vulnerada, y esta es considerada como el gran logro, un tesoro de la adolescencia.
No obstante, aclara que en esta etapa hay una paradoja -lo actual versus lo infantil- porque aunque se empieza a vivir la autonomía no quiere inconscientemente desligarse de la autoridad que tenía en la niñez.
"Ahí es donde al adolescente se rebela y quebranta normas y lo que deben hacer padres y cuidadores es fijar límites claros para poderlos contener, para que la rebeldía no implique grandes riesgos".
Por eso expone que en la adolescencia hay conductas que pueden confundirse con síntomas, por lo que se requiere, según él, mucho acompañamiento. "Ellos necesitan atención, porque la adolescencia implica cambios de un momento a otro (en el psiquismo, en el cuerpo, en la relación con los padres, con el mundo, con sí mismo), por eso urgen de más compañía, para que los adultos intuyan cuándo es un comportamiento normal y cuándo es algo que requiera ayuda".
Atentos
La psicóloga y docente de la U. de Manizales Fanny Bernal Orozco precisa que no es fácil darse cuenta de que un hijo está pasando por una depresión o que lo que tiene es un estado transitorio de desánimo, "menos para un papá y una mamá que están metidos en sus trabajos y a duras penas hablan con ellos".
Según Bernal Orozco, conservar ese vínculo entre padres e hijos es vital y sobre todo conversar y evitar perder el rol de papá o mamá, que son los que cuidan. "Que tiene novia, que cómo va en la relación, que si perdió una matera, preguntar qué pasó. Esas conversaciones hay que tenerlas".
Sin embargo, también le preocupa que hay padres que carecen de equipajes emocionales para criar bien un hijo. "Creo que hay que educar más, porque si hablamos de una depresión, es una enfermedad que requiere de un tratamiento tanto terapéutico como farmacológico, mientras que la tristeza no lo necesita".
Apunta la experta que hay que estar atentos y que si observan una situación de peligro actúen para que eso que está empezando no termine en un abismo.
La psicóloga también recomienda que desde las secretarías de Salud se haga más prevención, porque la salud mental es tan importante como la física. "Si me ruedo por la escala de inmediato llaman a una ambulancia, pero si me encierro en el cuarto a llorar y necesito ayuda no suena ninguna ambulancia. Nos enseñaron que lo más importante es el cuerpo y casi nadie llama a hacer un alto en el camino porque lo que nos vence son las emociones cuando están fracturadas".
Acompañar
Según Agudelo Hernández, el adolescente tiene muchas conductas que se pueden confundir con depresión y ansiedad. Sin embargo, aclara que una tristeza o los cambios propios de esta etapa, por lo general, no van a alterar el funcionamiento o la cotidianidad de un muchacho -rendimiento escolar, capacidad de divertirse, sueños y gustos-, pero si modifica estas acciones hay que encender las alarmas porque es cuando se piensa en una patología.
"Si como padres acompañamos a nuestros hijos nos damos cuenta, ellos lo expresan de otras formas y es cuando se requieren padres bien atentos, que acompañen". Añade que así demuestre lo contrario, el adolescente siempre anhela sentirse acompañado, que sus padres estén ahí, por eso recomienda, que deben buscar una distancia relacional óptima: ni tan cerca que lo sienta como una intrusión ni tan lejos que se sienta abandonado. “Escucharlo, acompañarlo e interpretar lo que su mundo va trayendo a la relación con nosotros. Sin ambigüedad, sin ambivalencia, pero tolerando también su fragilidad y su vitalidad, su amor y su odio extremos, para acompañarlo en el descubrimiento maravilloso de que el tiempo no es sucesión y transición sino el perpetuo sonido del fijo presente en el cual todos los tiempos, pasado y futuro, están contenidos”.
"Uno les pide a niños y adolescentes regulación emocional, pero se nos olvida que los adultos también la necesitamos. A veces en el hogar y en las calles todo el mundo se grita, se desespera, actúa sin usar un filtro emoción-pensamiento-acto, y finalmente la juventud resulta ser un reflejo de esto, con reacciones violentas e impulsivas", concluye.
Taller de emociones y arte
La Secretaría de Salud municipal junto con un equipo de psiquiatras y psicólogos de la Universidad de Manizales, desarrollaron durante los últimos cuatro meses del año pasado un taller para aprender a diferenciar estas emociones. Participaron niños y jóvenes de colegios oficiales de Manizales.
Era un ejercicio de detección temprana de psicopatologías, de alteraciones afectivas y comportamentales. Además, a modo de trabajo de grupo se desarrolló un trabajo de poesía y dibujo para ayudarles a definir la tristeza, la ansiedad y el miedo.
El resultado fueron unos separadores de páginas y los participantes mejoraron no solo en su percepción de estos comportamientos, sino que se involucraron las familias y se repararon vínculos.
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