"En noviembre de 1984, a mis dos años y medio, empiezo a sentir mucha sed y a orinar en exceso. Estos síntomas alertan a mi familia y después de una serie de exámenes me diagnostican diabetes mellitus tipo I. El tratamiento es la insulina, solución inyectable que me deben aplicar cuatro veces al día. La primera a las 7:00 de la mañana y el resto, antes de cada comida.
Por mi corta edad, mis padres sienten temor de inyectarme, entonces sufro mi primer y único coma diabético. Mi familia entiende, luego de varios días de hospitalización, que el medicamento es esencial porque logra estabilizar mis niveles de azúcar en la sangre.
Aún con todas las molestias que significa mi enfermedad, no me impide estudiar como cualquier niño de mi edad.
A mis 12 años y después de asistir cumplidamente a mis controles y continuar mi estudios, me invitan a un campamento de jóvenes con diabetes, guiado por médicos, enfermeras, nutricionistas y psicólogos. Allí aprendo a aplicarme la insulina por mis propios medios.
En 1996 sufro una pancreatitis (inflamación del páncreas). Me hospitalizan e inicio un tratamiento que tiene un especial seguimiento. Dos años más tarde, y después de superar varias hospitalizaciones, culmino mi bachillerato.
Me presento a la Universidad Nacional e inicio la carrera de Matemáticas, pero me toca retirarme debido a las continuas dificultades de salud y a los altos niveles de exigencia de la carrera.
En el 2002 sufro una peritonitis de difícil diagnóstico. La única forma de hallarla es mediante una cirugía exploratoria y, ¡vaya sorpresa!, el apéndice se había reventado y la secreción ya había llegado a los pulmones.
El proceso a seguir después de una de estas patologías es dejar la herida abierta para que sane por sí sola, lo que es difícil y riesgoso para una persona con diabetes. Por fortuna, la sanación es rápida y satisfactoria.
Después de realizar diferentes estudios, en el 2006 comienzo a estudiar Tecnología en Sistemas, pero en cuarto semestre asisto a un control de rutina en el que me envían una serie de exámenes con los que me diagnostican insuficiencia renal. De nuevo me retiro para dedicarme al tratamiento de hemodiálisis, proceso por el que se purifica la sangre de toxinas mediante una máquina, ya que los riñones no pueden cumplir con su función de filtrar la sangre del aparato circulatorio y eliminar los desechos mediante la orina.
En mi caso, el daño de los riñones es consecuencia de la diabetes que sufrí durante 24 años; esta terapia se realiza día de por medio durante cuatro horas que uno debe pasar en una unidad renal.
Después de estar seis meses en esta terapia, inicio los exámenes de protocolo para trasplante de riñón y me sugieren que sea simultáneo con el de páncreas (que produce la insulina), ya que si solo me hacen el de riñón, voy a continuar con mi diabetes y nuevamente se puede dañar el órgano. Con mucho miedo, pero con la esperanza de tener un cambio de vida, decido trasplantarme ambos órganos.
Terminados los exámenes me confirman que soy apto para el trasplante simultáneo y me incluyen en la lista de espera. A partir de este momento debo enviar unas muestras de sangre mensualmente para que las comparen con los órganos de donantes cadavéricos que van surgiendo.
Pasados 14 meses con hemodiálisis, el 22 de diciembre de 2008 a las 6:30 de la tarde recibo la llamada, quizás, más importante en mi vida. Proviene del Hospital San Vicente de Paúl de Medellín. Me dicen: “…hay unos posibles órganos que son compatibles con usted, puede viajar inmediatamente...”. El miedo me invade, pero es una posibilidad que muchas personas con la misma enfermedad están esperando.
Tomo mi maleta, que ya estaba preparada, y viajo acompañado de mi mamá. Estoy lleno de incertidumbre y miedo. Llegamos al Hospital a las 2:00 de la madrugada. Entro al quirófano a las 4:00 de la mañana del 23 de diciembre, y a las 10:00 de la mañana sale el cirujano y le expresa a mi madre que el trasplante ha sido un éxito.
Al mediodía me sacan del quirófano y me llevan a Cuidados Intensivos, donde permanezco tres días. En la unidad de nefrología me someten a permanentes exámenes para evaluar mi evolución y la reacción de los órganos implantados. Allí permanezco 32 días. Mi recuperación es lenta porque presento diferentes reacciones, y hasta no estar seguros de mi estado y de que los órganos se encuentran en perfectas condiciones y cumpliendo su función, no soy dado de alta.
El riñón empieza a cumplir su función y comienzo a eliminar normalmente, y la creatinina (sustancia cuyos niveles evalúan los médicos para determinar si el riñón funciona normalmente) empieza a normalizarse, lo cual indica que ya no son necesarias más hemodiálisis. Lo mismo ocurre con el páncreas: comienza a producir insulina por sí solo, lo que quiere decir que ya no necesito inyectarme. Es lo mejor que me puede haber pasado, ya que después de 24 años aplicándome el medicamento aún no termino de acostumbrarme. Gracias a Dios existe y permite que las personas con diabetes tengan una mejor calidad de vida.
Pasados cuatro meses de la cirugía, en un control habitual de nefrología, me comunican que en el páncreas trasplantado se formó una fístula (unión de una vena y una arteria). La fístula es demasiado grande y me intervienen de nuevo. Y yo que pensaba que ya habían terminado tantas cosas malucas, aunque necesarias.
Durante la hospitalización sufro un paro cardiaco debido a mis nervios. Por fortuna lo controlan y proceden con la cirugía. Durante la operación, el páncreas está sin circulación más de media hora y los médicos temen lo peor porque es posible que este no produzca de nuevo insulina. Al final, logro superar la situación.
Llevo cerca de cuatro años de trasplantado y disfruto de esta nueva oportunidad. Realizo actividades que anteriormente no me eran permitidas, como alimentos que antes no podía y gozo de mi buena salud, eso sí, siguiendo las recomendaciones y tomando inmunosupresores, medicamentos necesarios para que mi sistema inmunológico no ataque los órganos que me implantaron. Asisto trimestralmente a Medellín, donde me realizan controles.
Estos últimos años han sido los mejores de mi vida, llenos de felicidad y regocijo, no solo para mí, sino para todos los que me rodean, especialmente mi familia.
Solo me queda agradecerles a esos seres anónimos que donaron los órganos. Volví a nacer, gracias a ellos".
En Colombia se puede ser donante de órganos como hígado, riñón, corazón, pulmón, páncreas, intestinos, entre otros; y de tejidos como las córneas, hueso, piel, tendones y válvulas cardiacas. Cuando alguien decide ser donante, puede llegar a salvar y mejorar la calidad de vida, de hasta 55 personas.
La tasa de trasplante de órganos y tejidos realizados, se incrementó durante el primer semestre de 2012. Se realizaron 572 trasplantes, 39 más que los practicados durante el primer semestre del 2011.
Los renales ocupan el primer lugar, seguidos de los de hígado y corazón.
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