LA PATRIA | Manizales
Al profesor Alex de primero de primaria del Colegio Horizontes, donde estudia mi hijo, ese día le dio por preguntar a los alumnos acerca de lo que hacían sus respectivos padres, cuáles eran sus profesiones, oficios, en qué lugar, etc.
Y así fue pasando de uno en uno. Los pequeños fueron narrando lo que hacían sus progenitores. Seguramente allí pudo verse reflejado en micro, lo que es la ocupación laboral del país: abogados, médicos, arquitectos, ingenieros, odontólogos, comerciantes, etc. Y por qué no, también desempleados.
Cuando llegó el turno de mi hijo, el profesor Alex, quien perfectamente me conocía y sabía de mi condición de Senador de la República, le dijo: “Felipe, cuéntanos que hace tú papá”. A lo cual mi hijo de cinco años de edad respondió muy tranquilamente: “Mi papá vende ropa”.
El profesor debió haber quedado sorprendido con la respuesta. Sin embargo acató a preguntar nuevamente, ¿Por qué dices que tu papá vende ropa? Mi hijo respondió: “Sí, mi papá vende ropa, porque cada ocho días sale con una maleta llena de ropa para Bogotá”.
El profesor Alex no fue capaz de quedarse con semejante respuesta y por supuesto que, con mucha risa, le contó a mi señora con todo detalle lo que había ocurrido en la clase y en especial la respuesta de mi hijo Felipe.
A los dos nos hizo mucha gracia el apunte. El sólo imaginarlo nos hace reír. Sin embargo, la reflexión que nos deja el episodio anecdótico, es el permanente alejamiento que vive el político de sus familias.
Quienes vivimos en provincia cada semana debemos tomar un avión para ir a Bogotá, sede del Congreso de la República.
Nuestros fines de semana, debemos dedicarlos a recorrer los diferentes municipios, si queremos que la gente no nos diga que “aparecemos solamente en las épocas de elecciones”.
De siete días a la semana, son siete días de trabajo. A cuál de ellos más duro.
La gente no entiende que realmente el congresista tiene dos trabajos: uno legislando en Bogotá, y otro, el trabajo político en su región.
Sin embargo no falta el que diga que los congresistas no hacen nada, que son unos parásitos. Cuando escucho eso, me pregunto cuál es el político por el que esa persona votó, para saber cuál es su secreto, y cómo hace para salir elegido por obra y gracia del Espíritu Santo.
Pues sí, a los políticos deberían condenarnos a todos, pero por abandono de nuestras familias.
A mis seres queridos trato de compensar con calidad más que con cantidad de tiempo, que en efecto no les doy.
Hay días en los que sólo alcanzo a ver a mis hijos y besarlos tarde en la noche mientras duermen, y temprano en la mañana cuando aún siguen dormidos, debiendo partir sin siquiera haberles escuchado sus tiernas voces.
¡Cuánto tiempo le he quitado a mi familia!
Mito lo llamábamos a aquel buen hombre.
Su nombre de pila era Jaime, pero cariñosamente lo apodaban con el diminutivo de Mito. Era de origen muy humilde, campesino. Fue uno de los primeros que resolvió ser partidario mío en el municipio de la Victoria, de mayoría Liberal.
Mito siempre estaba sonriente, o al menos así es como yo lo recuerdo.
Aquel día nos reunimos con nuestros amigos a conversar de política y a dialogar sobre la vida administrativa de ese municipio. Terminada la reunión, Mito se empeñó en conducir mi vehículo hasta Marquetalia, pues él conocía mejor que nadie la vía, ya que su oficio de conductor de volqueta hacía que la transitara frecuentemente. Acepté gustoso su ofrecimiento. En verdad gustaba de su inteligente conversación y amable compañía.
Comenzaba a oscurecer en aquella apartada y a veces inhóspita región. Mito conducía. Sin embargo, se empeñaba en hacerlo sin luces prendidas. La carretera era angosta y empedrada. Cuando el terreno se encañonaba se veía aún menos. Mito insistía en no prender los faros del vehículo. Le pregunté por qué lo hacía, o mejor por qué no prendía las luces.
Me respondió que era mejor así. Siguió conduciendo otros diez o quince minutos, casi en completa oscuridad. Era claro que él conocía la vía, pero que también algo me ocultaba. Le rogué que prendiera las luces porque nos íbamos a accidentar. Le dije que podíamos salir rodando por esas duras y altas pendientes. Finalmente accedió a hacerlo, después
de decirme que había sido mejor así. Le pregunté por qué. Me dijo que habíamos pasado por varias veredas, entre ellas “El Vergel”, en las que era muy peligroso transitar de noche, y que las luces del carro lo que harían era delatar nuestra presencia.
Llegamos sin problema a nuestro destino en Marquetalia. Allí fui invitado a desayunar al día siguiente por la exalcaldesa Rubiela Hoyos y por su esposo Javier Pineda, quienes no obstante ser de otro partido fueron siempre muy amables conmigo.
A los quince días, en las veredas que transitamos, la guerrilla de las Farc secuestró inicialmente y posteriormente asesinó, de manera cobarde, a la exalcaldesa Rubiela.
Mito no tuvo mejor suerte. A los pocos meses fue asesinado por ser señalado de colaborador al haber llevado a alguien en su volqueta.
En esta maldita guerra, quienes viven en medio del conflicto son señalados por unos y por otros.
Esa noche, no sé de quién y de qué me salvaste Mito. Sólo tú lo sabes. Gracias te doy por ello...
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