Sergio Trujillo Jaramillo


Para la Sociedad Colombiana de arquitectos SCA, es muy gratificante continuar con su columna de opinión sobre temas de ciudad, los cuales consideramos de vital importancia para la formación de una cultura arquitectónica.
Aunque asimilada a un escueto emprendimiento constructivo, destinada a proveer abrigo indispensable para la vida individual y colectiva del hombre, la Arquitectura, como arte mayor, es ante todo un antológico producto cultural capaz de enaltecer genuinamente nuestra cotidianidad, cuando rebasa su estricto sentido utilitario para ofrecernos una singular experiencia poética.
Vitrubio, notable tratadista de la Roma antigua, redescubierto en el Renacimiento, prescribía su valoración a través del equilibrar tres principios sustantivos: Permanencia, Utilidad y Belleza, atributos todavía vigentes si a ellos añadimos las coordenadas de Lugar y Tiempo, esto es, la Pertinencia, evaluaciones todas determinantes a lo largo de la historia para concebir, comprender y apreciar una obra de arquitectura, sea ella culta o popular.
Un verdadero arquitecto entonces, es quien comprende que su trabajo, más que inventiva individual, es un acto creativo impregnado de una responsabilidad ética frente al mundo, la suficiente para prolongar una generosa tradición milenaria que promueve el derecho colectivo a un ambiente físico sano y enaltecedor y como tal, suma sus humildes aportes a la posibilidad de acceder a la racionalidad, a la belleza y a la equidad, principios que refrescan su vigencia solo en el acto de rememorar, esto es, al amparo de un tráfico lúcido y legítimo con la historia.
La mejor arquitectura moderna edificada en Colombia durante las últimas seis u ocho décadas, logró consolidar y compartir valores muy significativos asociados a la sencillez, la austeridad, el rigor constructivo y un control muy mesurado de la escala, decantando una tradición más interesada en consolidar conjuntos ambientalmente coherentes que en propiciar desmedidos acentos por lo excepcional o lo diferente.
Entre las presiones inmobiliarias, la levedad de ideas o la impericia conceptual y operativa de las entidades de planificación, estos valores acumulados parecen hoy enfrentar una franca disolución, cuando en medio de nuestra antológica amnesia colectiva tenemos que presenciar y soportar, al parecer imperturbables, el avasallamiento del paisaje y la erosiva fractura de muchos sencillos pero entrañables entornos.
Manizales, una ciudad emplazada con insólita terquedad en las vertientes andinas para mirarse a sí misma, para redescubrirse y recomponerse a cada trazo de su recorrido, que logró consolidar a lo largo de incontables años un paisaje urbano inédito y maravilloso, fruto de yuxtaposiciones sucesivas de arquitecturas cultas y populares nunca situadas en irreconciliable contrapunto, no se ha librado sin embargo, y para nuestro desencanto, de las mismas pestes contemporáneas que hoy asedian y asolan la ciudad colombiana.
Serenos y sencillos valores sedimentados en el tiempo, hoy en proceso de degradación, como producto de la irrupción de disonancias formales que recién fracturan la silueta de la ciudad, rompen sin orden alguno la escala de los barrios tradicionales, densifican el tejido urbano sin solucionar movilidades u ofertar una debida contraparte en espacio público y toleran sin condición usos comerciales expandidos, dejando tras de sí una estela de deterioro y una fatal expulsión de los residentes.
Como si ello no fuera suficiente, es lamentable comprobar que frivolidades de toda índole, las cuales suelen merodear la veleidosa moda arquitectónica, proliferan por doquier y a contravía de conjuntos antes armoniosos, decorando así un grotesco paisaje de tropelías, todas al amparo complaciente de las autoridades, de la especulación inmobiliaria y también, porque hay que decirlo, de no pocos arquitectos, ya sea como derivación de su acción o en virtud de su oprobioso silencio.
* Arquitecto Universidad Nacional de Colombia. Director del Taller del Espacio Público de Bogotá Profesor invitado de la UNAM de México, la Universidad de Sevilla, la Universidad de Buenos Aires y la Universidad Nacional Andrés Bello de Santiago de Chile.
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