Sebastián Galvis Arcila

En mi experiencia terapéutica, como psicólogo, me he dado cuenta de que hay padres colocando armas en las manos de sus hijos pequeños, la mayoría lo hacen sin saber el peligro en el que ponen a los niños entre 2 y 11 años. Me refiero al celular, a ese dispositivo móvil que tiene más atractivo que casi cualquier otro objeto en el mundo, lo malo es que genera una influencia permanente que impacta el comportamiento de los pequeños a nivel individual, en la familia y en la escuela.
Regalar un celular a un niño es ponerle un arma en las manos por cuanto se convierte en objeto de preferencia y afecta el modo de relacionarse con los demás. Mientras el dispositivo obliga a mantener la atención en juegos, redes y páginas de entretenimiento, la vida pasa desapercibida de manera insospechada, eso sí, generando un retraso en capacidades socializadoras que se adquieren en la interacción con los otros, especialmente con los compañeros.
Pero también impacta en el desarrollo de una vida sedentaria que es fácilmente entendible en comparación con la vida de antes, cuando no había una dependencia tan marcada al celular. Los niños han abandonado las bibliotecas físicas, no han aprendido todo lo que tiene que ver con la consecución de la información de manera distinta a la búsqueda en plataformas de la web; y no es este un tema menor, porque el contacto con un libro físico no se circunscribe únicamente al ejercicio lector y de comprensión, sino que compromete otras cualidades comunicativas, sensoriales, estratégicas e incluso interpersonales. Así pues, para los que dicen lo contrario, la educación y el aprendizaje han cambiado sobremanera durante las últimas décadas con la revolución tecnológica del internet, porque la facilidad con la que se encuentra un documento es proporcional a la simplicidad con la que se encuentra información equivocada y no fiable.
Un celular cambia la forma de comunicarse de los niños y a menudo lo hace para mal, una madre ausente puede pensar que ese es un excelente regalo para mantener contacto con su hijo, pero la verdad es que esta práctica aísla al menor en los espacios físicos y limita al máximo su interacción directa. Esto genera el síndrome del ciberadicto en el hogar, donde se le resta tiempo al juego, al ocio saludable y al estudio por la práctica que exige la virtualidad y sus posibilidades 24/7.
La relación de los pequeños y los adolescentes con el celular es pasional, necesitamos entenderlo así porque esto ha contribuido al debilitamiento de la autoridad de los padres; quitarle el celular a un menor es sinónimo hoy de desafío a muerte, porque una mente joven y en proceso de maduración desea disfrutar permanentemente de él, aunque para eso tenga que posponer sus labores y tareas, ignorar a quien le habla, infringir los mandatos y sobrepasar por mucho los tiempos otorgados para su uso.
El peligro está en que el manejo permanente de los dispositivos no facilita la autorreflexión sobre las amenazas que conlleva, de manera que el niño puede hacer conciencia del mal que la adicción al celular le genera a otros, pero no así mismo, y desatiende el tiempo de calidad en familia y va replicando el automatismo de los padres que no le miran a los ojos para dialogar por estar inmersos en transacciones virtuales que generan riesgos ya probados a nivel físico, social y de vinculación.
Por esto la responsabilidad es mayúscula para no permitirnos poner un arma en las manos de los niños; antes bien, brindar acceso a una tecnología acorde a su desarrollo para un uso seguro y conveniente.
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