Sebastián Galvis Arcila
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Según dice el proverbio “El corazón apacible es vida de la carne; mas la envidia es carcoma de los huesos”. A ustedes, que se creen demasiado grandes para ir por la vida, que están metidos en la prisión de la aprobación de los demás, que aman el dinero, pero no pueden saciar sus ambiciones por completo y que se dejan impresionar por cosas que ni siquiera existen; quiero decirles: ¡estamos enfermos!
Todos estamos enfermos, me incluyo; saberlo hace que podamos tener los pies sobre la tierra para no buscar liberarnos de algo que nos constituye. La enfermedad la experimentamos como recordatorio de que no somos tan grandes y preciosos como pretendemos ser. Un simple dolor de cabeza nos permite descubrir que no somos perfectos sino vulnerables, sujetos de culpa y de muerte que hacemos parte de una sociedad engañada lista para vendernos placebos que escapan de la dificultad.
Antes de inflarnos de vanidad por la belleza, juventud, estatus o logros, pensemos que somos sujetos de aflicción que estamos muy lejos de la sanidad, porque aun cuando no suframos de ninguna enfermedad grave, las imperfecciones de un acné amenazante, un juanete escondido o un callo disimulado, aparecen para ofrecernos la oportunidad de reconocer nuestra imperfección. Algunos sufren de mal aliento, enfermedades psíquicas, gripes, intoxicación etílica, estreñimiento, ciática, hemorroides, várices, vértigo, indigestión etc. Algunos saben lo que es padecer un dolor de muela y de estómago, un cuadro de ansiedad, faringitis, insomnio, diarrea, estreñimiento, flatulencia, fiebre, taquicardia, dermatitis, pesadez, esguinces, nauseas o ampollas.
Las estadísticas refieren que en promedio un adulto de 25 años ha padecido a lo largo de su vida al menos doscientas enfermedades menos graves ¿no es eso razón suficiente para que nos bajemos del olimpo de vanidad en el que nos encontramos? De nuevo, la enfermedad nos constituye, es el camino del que se ha dicho que conduce a la muerte cuando el cuerpo llega a integrar el sustrato mineral. Comprender esto nos ayudará a destruir nuestros ídolos de grandeza, las ansias de poder, la servidumbre mercantilista y a corregir nuestros excesos; es una saludable reflexión para contrarrestar los pasos desbocados del ego.
Ustedes que viven en el auge social de la vida “sana y natural” deben saber que no les alcanza con nada de lo que hagan para aliviarse, porque la enfermedad es como Thanos, el personaje de Marvel: ¡Inevitable! Probablemente no les resulte fácil lidiar con esta idea porque desgarra ciertas ilusiones, pero les aseguro que, si atienden, les brinda libertad como camino a una mejor salud sin ilusiones vanas ataviadas de ingenuo materialismo. No importa lo que hagan: las horas de gimnasio, dietas, rutinas, cirugías, cosméticos o rutinas preventivas, -siendo útil todo aquello en alguna medida- no es determinante para la existencia. Basta con un cólico para que nuestra arrogancia sea vencida en el descubrimiento de la enfermedad que prevalece, siempre ahí, por lo que debe ser abrazada.
Por paradójico que suene, la enfermedad cura al ser humano de todo error existencialista; moldea para bien la forma de sentir de las personas, nos conmueve y apresta en la comprensión de esta condición, completa el ejercicio de lo que quiere decir un síntoma, cuestiona cuando nos creemos muy importantes, nos desmiente cuando pensamos que no hay nadie más que nosotros, y quiebra nuestras fantasías y complejos de superioridad para que nos conozcamos mejor alcanzando un propósito de maduración mayor. Si un corazón apacible puede latir animado en contra de la dificultad, es porque ha dejado de vivir de apariencias, presumido, orgulloso, egocéntrico, insensible, distraído y, no se turba por las inclemencias, pues marcha sano en sensibilidad.
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