Sebastián Galvis Arcila


Me pregunto si la profesionalización de la muerte es un procedimiento que tiene fundamento moral en perspectiva de aquello que debe hacerse, o es, por el contrario, una negación de lo que somos. Ahora tenemos al alcance jurisprudencia que da licencia para terminar con aquello que ningún ser humano elige, ni puede elegir: la vida.
Creo que la no elección del nacer encierra una reflexión importante sobre la no elección del morir, pero seguramente no debo ahondar mucho en este argumento sin perderme en una postura netamente religiosa. Lo que sí puedo hacer es destacar el fallo de la Corte que privilegia antes que nada el fin de la existencia; ¡sí! Seguramente hay dolores tan intensos que llevan a desear el fin, no es mi intención negar esa realidad, pero ¿justifica revertir el valor de vivir para sobreponerle el del morir?
Es una paradoja de la contemporaneidad el resistirse a la vida, a su desarrollo, a su máxima conservación y florecimiento, mientras la violencia favorece la muerte, la desacralización condena la vida y la desesperanza recorre el mundo. Es lamentable que se mire este tema con indiferencia cuando lo que está pasando es el favorecimiento de la muerte en términos instrumentales; una contradicción que nos hace buscar libertad desde la planeación médica de nuestra muerte, siendo ese derecho tan subjetivo como el criterio del cuidador que vela por el paciente en agonía.
La ley impone obligaciones, por eso el fallo es una puerta para la rutinización de la eutanasia como si fuera un deber morirnos. Con todo, es una cultura de muerte en escalada la que desde el siglo XX viene formulando ardides, en nombre de la salud las cirugías, en nombre del bienestar el mercantilismo y en nombre de la felicidad la inanición. De tal manera que a la prevención del suicidio ahora hay que sumarle la preocupación por prevenir el homicidio clínicamente administrado, porque se requiere de un paciente con características “específicas” para determinar asistirle en su deceso, lo que hace que actúe la inercia de los criterios establecidos por la ley como medida de liberación para unos pacientes que no están en condiciones de ser libres en gran cantidad de casos.
¿Por qué la ley establece que lo indicado es morir? Su decisión es una invitación a implicarse en la terminación de la vida; ya no es algo que dependa de la respuesta personal sino de una voluntad de estado, lo cual cambia la perspectiva sobre la eutanasia en sentido práctico, porque lo que antes podría considerarse con detenimiento y profunda reflexión, ahora puede darse como diligencia médica obligada. En ese sentido, lo que estima la ley es la licencia para dejar de existir, la cual es destructiva y menos creativa por los antivalores que representa.
Desde mi punto de vista, es necesario hacer resistencia también en aspectos como el de la eutanasia tal y como está siendo expuesto.
Los esfuerzos deben estar a favor de la vida en todas sus formas, por lo que se hace necesario repensar el asunto, discutirlo, contradecirlo, soportarlo y desenmascarar aquellas intenciones que pueden especular con la magnificencia de estar vivos.
Difícilmente un médico y su paciente podrían decidir voluntariamente por la finalización de la existencia de manera conjunta; a esa discusión se agregaría la perspectiva de un número de familiares y personas cercanas que harían muy difícil hacer un pacto de muerte sin deslegitimar la libertad de alguna persona vinculada. Siendo la muerte asistida un jaque a la función médica pro vida, necesitamos admitir un derecho a morir no generalizable, por las limitaciones subjetivas y éticas que conlleva su práctica.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015