Sebastián Galvis Arcila
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La gente rebosa eufórica cuando en la discoteca suena ese tema. Es el éxito que llena de júbilo y algarabía cualquier rincón del país, un canto que incluso los niños entonan a todo pulmón. Por cierto, hay que hacerle un reconocimiento al pegajoso ritmo, pero no tanto a las expresiones de la canción: “Y a mí me gusta la parranda, a mí me gustan las mujeres, escucharme una buena banda y darle gusto a mis placeres”.
La voz de Yeison Jiménez está en todos lados y parece eterna, tan pronto acaba el disco de inmediato vuelve a sonar, su éxito en innegable. Este artista tiene un talento natural y ha alcanzado su fama con el mérito de venir de abajo, de las deprimidas realidades sociales que sombríamente tiñen de calamidad el barrio popular. Hoy es uno de los principales exponentes y bien merecido tiene su lugar en la música de nuestro país.
El género popular, tan criticado hoy, lleva a cuestas el vilipendio del despecho que ha llenado las cantinas en Colombia por décadas. Repudiado por artistas, ciertos sectores y algunos músicos, es sin duda la música preferida por la gente; todo un movimiento que despierta emociones por el desengaño de los corazones rotos.
Sin tocar criterios musicales que dejen ver debilidades del género popular en armonía y exigencia vocal, hemos de referirnos a esta música escuchada en sus inicios en estaciones, posadas y espacios campesinos; allí y en evolución, las letras sobre desengaño, traición y adversidad le han permitido a la gente embriagarse sin cesar con melodías que tienen antecedentes en la ranchera y otra música mexicana.
Lo popular en Colombia es un género que, aunque no se quiera, riñe con la moral desde su construcción empírica y algunas veces poco elaborada. Claro está que habría que rescatar el trabajo de algunos exponentes y artistas, pero dediquemos dos reflexiones al análisis del “Aventurero” como determinantes de la discusión:
La primera conclusión es la magnificación del placer como estilo de vida. Desde el nombre de la canción ya es evidente que el tema reivindica la masculinidad tradicional. Esta canción se centra en una idea simple “yo soy como soy” independientemente de que a alguien le guste o no, es un desafío en el que el cantante deja claro que la fuente de su disfrute se justifica siempre que sea aprobada por él sin importar la opinión de los demás.
Un grupo feminista no compartirá la parte que dice: “Soy un mujeriego/Me gusta la farra, las mujeres buenas”. Tampoco una institución de educación defenderá la consigna: “Soy un vagabundo que ando por el mundo derrochando amor” o “vivir con amigos vaciando botellas”. Ningún grupo de tipo eclesiástico aceptaría expresiones como: “y darle gusto a mis placeres/ yo soy el que soy”. Sin embargo, corear en la disco esta letra es tan fantástico como las estadísticas que justifican el número uno de la canción que en Youtube ya alcanza 112,894,459 reproducciones.
Lo segundo es que vale más un despecho que un amor. La gente, los cantantes y la industria tienen claro que la preferencia se expresa a favor de la decepción por encima del amor, y esto se debe a que la nostalgia prevalece por cuanto estamos inconformes con el presente y el futuro, de tal manera que gustamos de vivir del engaño de la memoria que hace recordar los momentos pasados como agradables. Es esta inconformidad tan conflictiva la que le da espacio y tarima a la música popular, que, como toda otra música, activa las zonas cerebrales al punto de llevarnos a tararear y aceptar incluso lo que no queremos.
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